«El espectador va a asistir al desnudo de un alma desgarrada»
La actriz, directora y dramaturga Carolina África se pone al frente de Equus de Peter Shaffer, primera dirección a la que se enfrenta fuera de su propia dramaturgia. Una experiencia con la que explora los límites de nuestros deseos más profundos a través de un thriller psicológico protagonizado por Roberto Álvarez y Álex Villazán junto a Manuela Paso, Claudia Galán y Jorge Mayor y que podemos ver en el Teatro Infanta Isabel.
¿Quién puede dominar una pasión desbocada?
Una cosa bonita que tuvieron los Premios Godot, además de lo que todos vivimos durante el transcurso de la gala, fue que estuvo repleto de momentos curiosos que tuvieron lugar fuera de foco. Uno de esos momentos nos lo regaló Carolina África, quien presentaba uno de los premios de la noche. Estábamos en maquillaje, una mezcla de actrices y periodistas nos preparábamos para la gala y, entre retoques y cambios de vestuario, compartíamos nervios y charlábamos sobre nuestros proyectos. Recuerdo que yo me metí en un cubículo a cambiarme, cuando Carolina le contaba a otra actriz, pensando que estaban a solas, lo emocionada que estaba porque le acababan de confirmar que iba a dirigir Equus. Me hizo mucha ilusión pensar en Carolina dirigiendo un textazo como este y me asomé sonriendo para felicitarla, pero al verme, ella tuvo un momento de pánico -«¡Hay un periodista en la sala!»- y me pidió discreción porque se hacía oficial unos días después. Evidentemente, uno sabe cuándo puede contar las cosas y cuando debe esperar, y en ese momento aquello era una charla entre colegas y conocidos, así que desde Godot hemos esperado hasta ahora, que ha llegado el estreno de esta producción de Okapi al Teatro Infanta Isabel, para charlar de manera ‘oficial’ con su directora para, ahora sí, poder contar los detalles a todo el mundo.
Carolina, este es tu primer encargo fuera de un texto firmado por ti, ¿cómo recibes la propuesta?
A mí me llega la propuesta cuando Roberto Álvarez, con quien ya había trabajado en Festen, y María José Miñano, vieron El cuaderno de Pitágoras y me ofrecieron dirigir Equus. Era un título al que no podía decir que no porque es de esas obras que a mí me han atravesado cuando las he visto como espectadora. Vi un montaje en Arte & Desmayo allá por el 2016, y fue de esos textos que, como Incendios de Wajdi Mouawad, te dejan clavado al asiento y entiendes la fuerza que tiene el teatro, por qué lo haces y por qué vas. Dije que sí sabiendo que es un reto muy importante.
Siendo un texto tan reconocido, ¿has sentido mucha presión al ponerte al frente de esta producción?
La presión viene cuando todo el mundo que se entera me dice algo sobre la obra, porque todo el mundo tiene un Equus en su cabeza. Pero he conseguido taparme los oídos y confiar en la intimidad de la sala de ensayos, confiar en mi intuición como directora que me viene por mi faceta de actriz, en confiar en lo que a mí me atravesó de la función, en todo a lo que interpela el texto, que me interpela a mi directamente, y creo que hemos hecho algo muy hermoso.
El texto de Peter Shaffer es de 1973, ¿sigue poseyendo la potencia que tuvo en su momento?
Me parece que el texto tiene potencia por sí mismo, interpela a lugares del alma, a pilares que todavía sostiene a la sociedad o que se cuela de manera muy importante en momentos trascendentales de nuestras vidas como la religión, que ya no tiene esa misma fuerza castradora que podía tener en los 70, pero sigue estando en los momentos trascendentales de la vida, en los nacimientos, en los bautizos, en las bodas, y en las muertes. En los momentos en los que uno se acerca a la muerte la fe aparece hasta en grandes ateos convencidos. Me parece que la psiquiatría, la educación de los padres y de la sociedad, sigue teniendo el mismo peso que tenía en los 70.
¿Habéis que tenido que actualizar algún aspecto de la función para darle vigencia a la puesta en escena?
Con Natalio (Grueso), que es el responsable de la versión, sí que hablé que el conflicto de la televisión, del cine porno, eso de que el chico no estuviera informado de las relaciones sexuales, hoy en día se quedaba un poco pequeño. Y Natalio me dio libertad para meter mano al texto y contextualizarlo. No solo es la televisión, sino las redes sociales, internet, ese monstruo del siglo XXI. Es algo que vemos en muchos adolescentes que, desde la intimidad de su habitación, puede acceder a un montón de contenidos, ver porno, ver violencia, acceder a cosas muy fuertes, pero que se está negando un poco la experiencia real, la física, los instintos más naturales que también es de lo que habla la función. Digamos que hemos dado ese salto y hemos recontextualizado algunas escenas, en lugar de un Cine X es un lugar de intercambio de parejas donde aparecen todos esos deseos ocultos, o pasiones no permitidas, no aceptadas socialmente, esos componentes prohibidos que dialogan mejor con nuestros días y mantienen todo lo potente de Equus.
¿Cuáles son los temas que dan esa potencia a Equus?
La domesticación social, ese permitirte ser libre hasta las últimas consecuencias. Qué consecuencias tiene eso en una sociedad con sus propias normas, sus propios límites y enfermedades. La mitología griega está, los dioses, quiénes son los dioses hoy en día, cómo matarlos. Esa cosa de mentira que tienen las pantallas de mostrarnos como personas exitosas y esa pérdida de contacto que con la pandemia se ha visto más. El no tocarnos se antepone a ese instinto de este muchacho que se sube a un caballo y siente la potencia de lo salvaje, de lo natural, de lo instintivo. Todo eso sigue ahí.
Uno de los atractivos que tenía Equus cuando se estrenó fue que contiene uno de los primeros desnudos integrales masculinos en teatro. En su momento era lo escandaloso, pero ahora estamos más que acostumbrados, ¿qué crees que es lo que impacta ahora?
Si, ya no nos vamos a escandalizar. Me ha encantado leer que cuando la estrenaron en el 75, con Franco vivo, era un desnudo, pero no integral, y fue morirse Franco y desaparecieron los calzoncillos de la escena (Risas). Nos cuenta la gente que iban a ver la función por el hecho de ver un desnudo, pero hoy en día estamos muy acostumbrados. El otro día que hicimos un pase en La Cabrera, una espectadora y un espectador me dijeron que el desnudo físico que, por cierto, es precioso, con unas luces increíbles y con una pureza y una verdad que es una maravilla, con un Álex Villazán que está inmenso y me quedo corta; me dijeron que a lo que el espectador va a asistir es a un desnudo del alma.
Cuando sucede un desnudo en escena es imposible no mirar, aunque sea por la curiosidad, y te juro que hay un momento en el que te olvidas de que está desnudo porque lo que estás viendo es un alma desgarrada, un alma luchando contra demonios que interpelan a las almas de los espectadores. Como digo, el desnudo va a ser bellísimo, como lo es todo cuerpo humano, pero el verdadero desnudo al que va a asistir el público es al alma de los personajes. Y sobre todo de Alan y se van a quedar clavados en la butaca.
Álex Villazán es un actor que personalmente creo que posee una energía y una entrega muy potentes, ya lo ha demostrado sobradamente con sus trabajos con LaJoven, sobre todo en La edad de la ira o con su personaje de El curioso incidente del perro a medianoche. ¿Cómo te decidiste por él para interpretar a Alan?
¿Sabes que yo no le vi en esa función? Yo le conocí porque le hice prueba para El cuaderno de Pitágoras. Me quedé con él y con Pepe Sevilla que es quien finalmente hizo el personaje. Hizo una prueba impresionante y cuando me ofrecieron Equus fue al primero al que hice casting. Grabamos la prueba y la productora me dijo: “Ya está, ¿no?”. Hubo otra gente que también lo hizo muy bien y que han trabajado luego con la productora. Pero yo a Alex no le había visto en escena, solo por la prueba de El cuaderno de Pitágoras y me quedé enamorada. Y en la prueba de Equus enseguida vimos que era él. Está descomunal, con una entrega física y emocional muy potente. Me quedo embobada porque siempre anda buscando cosas nuevas en cada ensayo, es un compañero muy generoso.
Según tengo entendido, el autor especificaba en el libreto que las figuras de los caballos en escena debían permitir ver al actor que lo interpretaba, ¿cómo son los caballos en esta versión?
Eso es una confusión porque cuando Peter Shaffer lo escribió, no estaba con este mundo de las máscaras, pero sí está en la puesta en escena que se hizo la primera vez, la original, y se incorporó todo este mundo de las máscaras al libreto que llegó a España, pero en principio no era así.
En nuestra producción hubo un momento que se dijo que los caballos no hacían falta, que con los audiovisuales hechos por David Martínez, que son muy potentes, ya estaba, pero yo quería recuperar el mundo de las máscaras y de los caballos-actores, y lo he hecho de una manera diferente. No sigo las indicaciones del libreto que hablabas, es más, yo voy más por el mundo de los placeres ocultos y de los deseos prohibidos, de esos impulsos que nos permitimos, o no, porque están en límites morales muy fuertes, y he preferido que las máscaras sean más en un mundo cuero, sadomasoquista, que responda más a ese mundo de impulsos; de hecho, yo estaba obsesionada con la idea de un potro para la escenografía, pero no me acababa de encajar y buscando encontré un sofá tántrico, estos sofás tienen una curvatura que parece el lomo de un caballo y a la vez está diseñado para alojar el placer en posturas infinitas. Y este sofá en cuero funciona como un elemento polivalente en escena, será la camilla del paciente, la habitación, el sofá de la casa, y levantado es el altar de Alan; marida muy bien con unas máscaras que remiten mucho al universo ‘Leather’ y conviven con un audiovisual muy bello, intentamos que el audiovisual sume sin que el espectador pierda la potencia de mirar al actor y que el texto, que es una belleza inmensa, no pierda tampoco su importancia.
Las conclusiones del psiquiatra al final de la función son demoledoras, ¿qué derecho tenemos a cambiar a los demás?
Sí, es un viaje a la inversa de esos dos protagonistas que son Alan y el psiquiatra, Roberto (Álvarez) hay días que en el monólogo final se quiebra. Ese speech final que tiene es demoledor donde, de manera conclusiva, dice que un psiquiatra puede matar una pasión, pero no puede crearla. Todos tenemos esa pugna entre lo que somos y lo que deseamos hacer, creo que nos ponemos muy enfrente de nuestra cara esos deseos a los que renunciamos o no nos permitimos, esa vida que no elegimos, ese galope que no nos permitimos, esas riendas sueltas sin cadenas hirientes en la boca y yo creo que al espectador le atraviesa porque habla a cada uno desde lo que lleves dentro, se pueden hacer muchas lecturas a muchos niveles, filosófico, ético, personal; le pone a cada uno frente a su propio abismo.
Es algo que no te permites a ti mismo, y que muchas veces, aunque tú te lo permitas, es algo que los demás intentan frenar en ti.
Totalmente. A mí lo que me gusta es la exploración de los límites, hay una conversación que tienen Hesther y Dysart que me encanta porque Dysart defiende que ese muchacho vive una pasión, aunque sea por un caballo, como él no ha sentido nunca, y Hesther le dice “ya, pero está sufriendo”, es ese límite entre la pasión y el sufrimiento como sinónimos, como antónimos, en todas sus dimensiones; saber de esa pasión que también nos remite a Cristo, ¿no? Esa pasión, ese sufrimiento, esa trascendencia cuando te haces con tu propio dolor y lo trasciendes. Nos habla a un nivel muy profundo de la esencia de lo que somos y a lo que venimos a este mundo loco.
Es muy fácil caer en juzgar a los personajes y buscar un culpable, tanto del acto violento que desencadena la trama, como de las consecuencias posteriores. ¿Cuáles han sido los desafíos para el equipo en este sentido?
Mi lucha, por ejemplo, con los padres, con Manuela (Paso) y con Jorge (Mayor), es que no podemos criticar a los personajes porque se mueven desde ahí. Esa madre, en esa educación ha intentado darle a su hijo lo mejor, y creo que eso también es algo que el espectador va a agradecer. No es una obra donde todo está decidido, donde sabes quiénes son los buenos, quiénes son los malos, y quiénes son los culpables. Aquí el verdugo antes sufrió una herida que le hace accionar desde donde lo hace, y ahí encuentro resonancias de lo que a mí me gusta hacer sobre el escenario que son interpretaciones muy honestas, muy verdaderas, con muchas capas y cada vez más profundas, con personajes que no se critican desde el escenario, sino que se defienden en toda su constitución poliédrica, creo que eso está ahí. Las interpretaciones son maravillosas y el viajazo está asegurado.
¿Dónde radica el nexo de unión entre el universo teatral de Carolina África y Equus?
Yo me he criado en un colegio de monjas, de solo chicas, y con una madre profundamente católica y Equus tiene esta cosa de cuando lees textos que dices: “Me está hablando a mí”, a mí en ese momento en el que conocí la sexualidad y las pasiones que tenía como una losa religiosa que me aplastaba. Me interpela completamente. Sin ser un texto que he escrito yo, es el texto que a mí me hubiera gustado escribir, creo que mantiene la esencia de lo que a mí me gusta hablar que son las relaciones familiares, las relaciones interpersonales, los deseos ocultos, no permitidos y la lucha por quienes somos. Lo que he intentado desde la puesta en escena es defender a todos los personajes, como me gusta hacer con mis textos. Aquí no hay buenos ni malos. También resuena conmigo en la teatralidad de poder contar con algo tan excepcional como es un audiovisual, pero también hacer un pequeño recurso con los dedos, haciendo que el tamborileo de unos dedos sobre la piel de un sofá sea un galope, buscar una teatralidad que los propios actores construyen en el escenario, trasladándonos a espacios muy distintos. La estoy montando con el mismo amor e implicación con la que lo hago con mis propios textos porque me reconozco en esa voz y en lo que cuenta.
Creo que tiene que ser así para traspasar lo meramente alimenticio que puede suponer un encargo.
Sí. De hecho, me han ofrecido otras cosas y estaba muy cansada, el año pasado fue un año muy intenso y rechacé, incluso con mi propia compañía, el meternos a montar porque no podía más. Y de repente, cuando me dijeron Equus, el hecho de decirme que sí, viene porque lo percibí como un regalazo al que no me podía negar y estoy muy contenta de que haya sido así.
¿Esto te anima para continuar con nuevos encargos que vayan más allá de tu dramaturgia?
Por supuesto. El trabajar con Okapi es como si fuera un CDN, pero en el privado, porque el nivel de exigencia y de compromiso ha sido el mismo. Yo que vengo de comérmelo y guisármelo todo, de jugarme mi dinero, mis ahorros, hay algo de que cuando solo te tienes que encargar de la parte creativa, y poner ahí toda la energía, no tiene comparación. Pero también sé que, aunque es muy goloso esto de un encargo privado, no puedo aceptarlo si no siento que lo que voy a montar resuena conmigo. Si no me va a ir la vida en ello porque me apetezca cien por cien, no lo voy a hacer. Necesito querer contarlo.