En 2014, Angélica Liddell anunció que no volvería a actuar en España. Pero en esta nueva y revolucionaria temporada de los Teatros del Canal, Álex Rigola y Natalia Álvarez Simó consiguieron lo que parecía imposible. La controvertida creadora presenta su ‘Trilogía del Infinito’, un canto a lo absoluto, a lo irracional, desde el triángulo belleza-erotismo-muerte, con la violencia en el centro
Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer
Probablemente, tras la presentación de la nueva temporada de los Teatros del Canal el pasado verano, la mayor expectativa de la prensa cultural y de los aficionados se colocó sobre las ya famosas 24h de Jan Fabre en el Monte Olimpo y sobre la trilogía que devolvía a Angélica Liddell (Figueres, 1966) a nuestros escenarios tras su renuncia de 2014 a volver a actuar en su país. Liddell se quejó del poco respeto que encontraba en los teatros españoles a su trabajo y encontró en Francia y en otros países europeos la valoración, el interés y el cuidado que, según ella, aquí le faltaba. Ganadora del Premio Nacional de Literatura Dramática en 2012, fue el Festival de Avignon el que le dio pasaporte a la consagración como una de las creadoras escénicas más importantes de la actualidad a nivel mundial, pero en 2014 aseguró haber “llegado al tope de desprecio que uno puede soportar” y renunció a trabajar en España.
Inspirada por Emily Dickinson
Era de suponer que aquella ‘boutade’ respondía más a una llamada de atención que a una decisión definitiva y que, si se daban las condiciones idóneas, Angélica volvería, como así va a suceder este mes, con el estreno de las tres obras que conforman su Trilogía del Infinito (cuyos textos se publicaron bajo este título en Ediciones La Uña Rota en 2016). Esta trilogía, como reza la información que aporta la compañía de Liddell, Atra Bilis (porque ella no concede entrevistas), “no es nada más que la nostalgia de la belleza perdida, y como Hiperión, la belleza no se alcanza sin hacer la guerra, sin un acto violento que nos devuelva al origen, al silencio, a la oscuridad, cuando solo existía dios y el verbo era canto, sin nombre para las cosas”.
La primera de las obras de la trilogía, Esta breve tragedia de la carne, tiene en la figura de la poeta estadounidense Emily Dickinson su centro de gravedad, una mujer que desafió y sigue desafiando al mundo racional con su inteligencia y su encierro, rompiendo la ley de la comunicación, indiferente a la cronología mundana. Las fronteras entre la vida y la obra de Liddell -y este es un ejemplo paradigmático- son borrosas. Ella misma mantiene un pulso con lo mundano y, como ha declarado en muchas ocasiones, su existencia solo encuentra sentido en el escenario y en la sala de ensayos.
ESTA BREVE TRAGEDIA DE LA CARNE
Obra inspirada en la poeta Emily Dickinson como una búsqueda personal de Liddell del sentido de lo sagrado.
De París a Tokio y viceversa
¿Qué haré yo con esta espada? es la segunda de las piezas que componen esta trilogía, un montaje que aspira a convertirse, si no lo es ya, en una de las cumbres de la obra de Angélica, como ocurrió con La casa de la fuerza (2009). Igual que aquella, esta obra tiene una duración (casi 5 horas) que tensa la relación mercantil con el público. Se estrenó en Avignon en 2016 y el aplauso, cuando ya eran las 3 de la madrugada, fue apoteósico. Cierto que al público francés le tocó especialmente la fibra, ya que la obra parte de dos hechos reales para reflexionar sobre la naturaleza de la violencia: uno, el caso de canibalismo protagonizado en 1981 por Issei Sagawa, un estudiante japonés que se comió a una compañera holandesa mientras ambos estudiaban en la Sorbona; dos, los atentados terroristas del 13-N de 2015 en París, en los que murieron 137 personas. Angélica estaba justo trabajando en la capital francesa en aquel momento. Canibalismo y terrorismo como toma de conciencia de la propia existencia, en el corazón mismo del racionalismo. Un viaje de París a Tokio y de Tokio a París como rebelión contra eso, contra el racionalismo, que nace del enfrentamiento entre la poesía y la ley, o, como dice la propia autora, “más bien del enfrentamiento entre la ley del Estado y la ley de la Poesía, entre la prosa del Estado y el arrebato del Espíritu. ¿Cómo transformar la violencia real en poética para ponernos en contacto con nuestra verdadera naturaleza, mediante actos contra la naturaleza? Es necesario regresar al origen de la tragedia (Nietzsche), del mismo modo que los científicos buscan el origen del universo colisionando protones. Solo se puede crear al hombre destruyéndolo, es decir, quebrantando la ley, y esto se puede hacer mediante la ‘supermoral’ de la Poesía”.
Sacrificio teatral y quebrantamiento de la ley a través del acto poético como forma de reflexionar sobre la violencia. Canibalismo y terrorismo para reconstruir al humano deshumanizado.
Vuelta al Génesis, vuelta a Dios
“Y se arrepintió Dios de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Dios: borraré de la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho” Génesis 6, 6-7. Así se titula la tercera de las obras de esta trilogía. No tardó Dios en arrepentirse de su creación. Pronto sus criaturas traicionaron la belleza de la creación misma, empañándola con sus violencias. Extraída del universo poético del antiguo testamento y de la energía mítica de Medea, esta pieza “se pone de acuerdo con la ira de Dios para devolver al mundo a las tinieblas, un mundo agotado de soportar su miseria, un mundo que no puede resolverse desde el materialismo ni el mecanicismo horizontal sino mediante lo sagrado vertical. ¿Cómo podemos convivir con el infinito y con la descendencia infinita? Tal vez saciando una necesidad antigua de destrucción. ¿Qué cantidad de antigüedad hay en cada uno de nuestros nacimientos y en cada una de nuestras muertes, qué cantidad de infinito, qué cantidad de eternidad? Esta obra no es una respuesta a esas cuestiones sino una constelación de los símbolos que esas preguntas desencadenan en nuestro inconsciente, pues lo comprensible no es la medida de todas las cosas”.
Poniéndose de acuerdo con la ira de Dios para devolver el mundo a las tinieblas, este montaje bebe del universo poético del Antiguo Testamento y de la energía mítica de Medea.
Guerrear con la belleza
En definitiva, esta trilogía se plantea como una guerra para resolver el problema de la belleza, una guerra por nostalgia de la belleza. Las tres partes están unidas por la violencia que nos devuelve la intimidad con nuestros instintos, con nuestra lucidez demencial, con nuestras emociones. Se trata de volver a un estado anterior a la materia, anterior al esperma, anterior a la palabra. Para conseguirlo, Angélica Liddell pone lo bello en acción para conseguir lo bueno, siguiendo a Rousseau. Sus espectáculos no solo son textos afilados que rebanan la simple erección de un espectador ansioso, sino que generan imágenes impactantes cuya genuina capacidad poética está al alcance de muy pocos creadores. Pero el teatro de Liddell tiene mucho de sacrificio, para todos, porque como ella misma escribió, “el sacrificio deja en suspenso la ética. El sacrificio redime con su violencia poética individual la violencia real colectiva, la violencia del Estado”.