Sola frente al público en el Teatro Español con ‘El lunar de Lady Chatterlay’. [entradilla]
D. H. Lawrence publicó El amante de Lady Chatterley en 1928, pero en Florencia. En su Inglaterra natal estuvo prohibida más de 30 años, en pleno siglo XX, quizás por ser la historia de una mujer valiente. Tan valiente como la actriz que ahora la encarna en el teatro a través de la versión de Roberto Santiago.
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Eres la protagonista, pero también la productora. ¿Qué tenía esta obra como para decidirte a producirla?
El texto surgió en un seminario de Sanchis Sinisterra que tenía como objetivo llevar a heroínas de novelas del siglo XX al escenario. Los textos que salieron se leyeron en La casa encendida en un acto al que asistí y ya entonces me llamó la atención este de Roberto Santiago, pero quedó ahí la cosa. Tiempo después, la Universidad Menéndez Pelayo me encarga una lectura dramatizada para hacer al aire libre y me da libertad para elegir el texto. Busqué mucho, hasta que me acordé de este, y le pedí a mi amigo Antonio Gil que me echara una mano. Al final, ni Antonio ni Roberto ni Sanchis pudieron verlo y lo grabé. Y al verlo, Sanchis empezó a insistirme en que debía montarlo. Eso significaba asumir la producción por primera vez, pero la confianza de tantos amigos me animó y era también hacer caso a mi instinto, porque aquel texto me interesó mucho desde la primera vez.
¿Cómo está tratado el personaje? ¿Qué queda de la novela entonces o qué no hay de ella aquí?
De la novela está todo. Lo bueno que tiene el texto de Roberto, y lo estamos viendo en las pocas representaciones que hemos hecho, es que el espectador que no se ha leído la novela entiende el fondo, y además se queda con ganas de leerla, y eso está muy bien, y el que la ha leído va un poco más allá. La situamos a ella después de esa historia en un tribunal compuesto por hombres, defendiéndose de una demanda de su marido, de Clifford, y ella en esa defensa pues al espectador lo sitúa, le cuenta y le lanza una serie de preguntas. Creo que el espectador sale con muchas preguntas, lo cual es bueno: ¿cómo sería el mundo si todos y todas actuáramos como ella? ¿Cómo se reflejaría en lo personal y también en lo social esta honestidad? Ella tiene mucha honestidad con el deseo propio, y defiende el deseo ante todos. ¿Cómo seríamos nosotros realmente con esa actitud de fidelidad con uno mismo, con una misma, de valentía, de estar contra el aborregamiento?
Y hay, además, una apuesta por hablar del uso y abuso del lenguaje…
Esa es una parte muy linda, que creo que es un hallazgo de Roberto, porque es propuesta suya. Ella se defiende con el adjetivo, el adjetivo frente al sustantivo, que como que acota, que delimita, mientras que el adjetivo abre, es más flexible, más subjetivo. A mí me parece una mujer muy inteligente y la inteligencia está ligada al humor. Y muy valiente. Es muy rápida, es mucho más rápida que yo, infinitamente más rápida que yo, y ahí ha estado el reto para mí, el reto de estar con ella, de metérmela dentro, porque realmente es muy caótica, muy desordenada, pero es un desorden con un objetivo bastante claro.
Tú asumes también su valentía al interpretarla y al lanzarte a producir para que ella exista, hable y se le escuche desde un escenario, para enfrentarla al público. Luego, también eres una valiente…
Ella se está enfrentando a un tribunal y el público es aquí el tribunal y también puede llegar a ser el cómplice de ella; el espectador tiene, digamos, un doble papel. Las dos tenemos el mismo conflicto interior: ¿les convenceré o no les convenceré? Ella al tribunal, yo al público. Tengo la sensación a veces que con ella salgo como si fuese un miura, pase lo que pase, adelante. Es una hora y cuarto sin parar de hablar, y nunca repite, aunque lo parezca, siempre va avanzando. Está lleno de paréntesis, dice una cosa, piensa otra, la siguiente, es muy rápida. También tiene cierta ingenuidad desde la inteligencia, la ingenuidad de pensar que se puede cambiar la situación, pensar que puede cambiar aunque sea a uno de los miembros del tribunal, siendo una mujer de su época, no lo olvidemos. Aunque es verdad que todos los temas que toca están muy de actualidad: la persona libre molesta.
Está tan de actualidad que todavía hay una fuerza masculina, a veces más presente, a veces menos, que intenta callar ciertas manifestaciones femeninas…
Sí, más allá de lo femenino incluso, porque cualquier ser humano que se exprese con absoluta libertad, es molesto.
¿Y por qué pasa esto?
Porque yo creo que tenemos un sistema bastante feo. El juez para ella es un poco eso, el sistema, y ella empieza diciendo que no cree. Es una mujer que ha decidido defenderse a sí misma, en contra de su abogado, de su padre, y empieza su defensa diciendo que no cree en la justicia: ¿está loca? Está sabiamente loca…
Nos pasa a muchos: no creemos en el sistema, pero hay que luchar contra él desde dentro, no nos queda otra. Oye, cambiando de tema, el hecho de que te haya dirigido un actor y amigo, Antonio Gil, habrá sido una gozada…
No me ha dejado tranquila un momento, y bendito sea. Antonio está muy enamorado del texto, y eso es algo muy importante, porque a la hora de abordar esta aventura de producir tan arriesgada, teníamos claro que todo el que estuviera tenía que estar desde el convencimiento absoluto de lo que estábamos contando y de cómo lo queríamos contar. Y Antonio me echó una mano como amigo al principio, sin más, pero nos redescubrimos de pronto, porque nos conocemos desde hace muchos años. Estudiamos juntos, coincidimos en un Pinter, en Regreso al hogar, que él sustituyó a Tristán Ulloa, y desde entonces… Y es un director maravilloso, hemos trabajado mucho mucho sobre el texto, mucho, porque en realidad no tenemos otra cosa, ella se defiende con la palabra, y la actriz tiene que defenderla a través de ella. Ha sido minucioso y tengo sus indicaciones grabadas, pero no solo para este trabajo, para todo ya. La importancia de estar siempre en el presente, porque ella está siempre en el presente. La actuación tiene ese peligro, la repetición, el que la actriz ya sabe lo que va a pasar, pero en este caso es maravilloso conseguir estar en el presente como el personaje; me cuesta, pero cuando lo consigo es maravilloso. Y luego Antonio es muy cariñoso, muy perfeccionista pero con abrazos, es actor y tenemos esa conexión, sabe que voy a estar sola durante la función y cuando salgo creo que él se pone más nervioso que yo.
El público, como jurado, emitirá cada cual su propio veredicto a la salida…
Claro, y cada cual se siente identificado o no dependiendo de cada momento. Recuerdo un comentario de un espectador que se quedó enganchado en la incapacidad que tenemos para liberarnos. Ella habla de un matrimonio que ya no tiene sentido, y habla también de lo que es conocer. Hay un momento que le pregunta al juez si sabe que una persona a una cierta edad puede descubrir que tiene cuerpo, que todos tenemos cuerpo. Y ese espectador se quedó ahí enganchado, se enfrentó a una serie de carencias que tenía él como ser humano. El texto te descubre la mezquindad de un ser como Clifford, que todos tenemos a veces ese punto de mezquindad, de no ser justo, de falta de amor sobre todo. También en este sentido Constance le dice al juez: ¿usted realmente ama a su esposa?
Son ese tipo de preguntas que no nos hacemos a veces por miedo a respondernos honestamente… no me pregunto cuidao me conteste…
Sí, sí, jajajaja… Está bien que sea así, y está bien lo de los adjetivos, y los últimos minutos de la función son como una traca, como una traca de fallas, y requiere a la actriz una concentración absoluta. Es que no me puedo permitir hacer otra cosa que salir a darlo todo. Una compañera me hablaba de lo que se disfruta un monólogo y tal… pues te puedes creer que no me detengo en eso siquiera, no puedo detenerme.
¿Habías hecho monólogos de este tipo antes?
Pues hice un monólogo hace muchísimos años en una compañía que se llamaba La Rueda, y era una adaptación de una obra de los Álvarez Quintero, que se llamaba La morritos. Y ese monólogo lo recuerdo porque lo que cuenta es sobre una niña maltratada –y eran los Álvarez Quintero, ¿eh?-, una niña maltratada que está en una portería y ve aparecer un hombre que va con una capa. Y la gente se reía mucho, pero lo que contaba es la historia de una niña apaleada que se crea todo un mundo imaginario para huir de esa realidad horrible. Yo tendría 19 años, era muy pequeña, y recuerdo cómo lloraba el primer día. Pero me gustó hacerlo. Para mí es muy importante qué es lo que queremos contar. Y bueno, que me olvidaba, he hecho este año, en mayo, en el Calderón de Valladolid, La voz humana, de Cocteau, en versión operística, junto a la soprano Ángeles Blancas, dirigido por Eduardo Vasco, que espero que pueda verse en Madrid.
Otro gran amigo tuyo es Pedro Casablanc, y él sí que hace unos monólogos impresionantes. ¿Le has pedido consejo?
Él, al final, como digo tantos adjetivos, me decía: joder, no sé cómo puedes decir tantos. Y yo le digo: pero si tú en el Yo, Feuerbach dices una retahíla… dice: sí, digo 25 nombres de pájaros y no sé ni cómo llego, jajajaja… Él todo lo hace fácil, Pedro es impresionante, es un monstruo de la escena, es el más grande de su generación para mí.
Bueno, en cualquier caso estás sola en escena, pero arropada por el trabajo de otros miembros del equipo a los que no se ve, pero están…
Sí, sí, el trabajo de Sean Mackaoui en la escenografía, de Iñaki Rubio en el espacio sonoro, de Montse Sancho en el vestuario, de Gustavo Pérez Cruz en la luz… todos han sido muy generosos con ella, todos están muy convencidos de lo que quiere contar Constance, todos están con ella, defendiéndola, y yo me siento muy arropada. Ahora falta el veredicto del público de Madrid.
EL LUNAR DE LADY CHATTERLEY
Autor: Roberto Santiago
Director: Antonio Gil
Intérprete: Ana Fernández
Teatro Español. Del 21 de septiembre al 8 de octubre