Aitana Sar: "Es muy difícil llegar a una reflexión sobre la vida sin pensar en el otro"
Aitana Sar es la directora y dramaturga de Murmullo, la segunda parte del Tríptico de la Vida con el que Cuarta Pared celebra su 40 aniversario. Se trata de una obra interpretada por Nataliya Andru, Marina Herranz, Andrés Picazo y Fran Vélez, que nos habla de cómo superar una pérdida.
Esta obra, que es un tránsito desde la oscuridad a la alegría, podrá verse en Cuarta Pared del 13 al 28 de marzo.
Cuarta Pared está celebrando en este 2025 cuarenta años de trayectoria escénica con un proyecto escénico al que han llamado Tríptico de la Vida. Las trilogías escénicas han sido marca de la casa, así que para celebrar ese aniversario tan especial han vuelto a poner en marcha tres obras que hablaran sobre un mismo tema, en este caso si se puede abarcar la vida. Javier G. Yagüe, uno de los fundadores de Cuarta Pared, es el impulsor de este proyecto en el que por primera vez dentro de estas trilogías ha querido contar con una mirada externa. Por eso han escogido a tres creadoras vinculadas a la casa para llevarla a cabo. En febrero ya pudimos ver la primera parte de este Tríptico: Todas las casas, la propuesta de Aldara Molero. He de decir que me pareció una obra muy bien hecha, muy bien ejecutada, donde todo funcionaba a la perfección. Me gustó mucho toda la coreografía, la atmósfera recreada a través de luz y música me pareció preciosa, ver a Rebeca Hernando en escena es un regalo… Había momentos de extraordinaria belleza. Y si de algo adolece es que podrían haber desarrollado más algunas partes que se quedan como a medias, momentos muy hermosos que no quisieras que terminaran. Pero el trabajo que hay en la propuesta es increíble. Se nota que toda la maquinaria de Cuarta Pared está al servicio de la obra, de este Tríptico, y se nota, como bien nos comentaba Aldara, que han tenido mucho tiempo para trabajar, un tiempo necesario e imprescindible para poder desarrollar bien un proyecto, algo que en la escena independiente suele ser escaso.
Para esta segunda parte del Tríptico llega Aitana Sar con Murmullo, una obra que versa sobre la muerte, sobre la pérdida, pero, sobre todo, se pregunta: ¿a qué nos aferramos para seguir viviendo? “Javier nos convocó a una primera reunión para explicarnos el proyecto -nos comenta Aitana- y ya se puso muy personal en esa primera charla que tuvimos, lo cual me ayudó a ponerme personal a mí también. Entonces yo empecé a hacerme la pregunta de en qué momento vital estaba, de que sentido tenía todo esto que es vivir. Creo que hay un momento muy puntual en el que eres capaz de ver la vida en toda su complejidad y casi de comprenderla por un instante, que es algo muy fugaz, porque después de ese momento de lucidez vuelves a estar en la mierda. Y entonces me acordé de un cuento para adultos que se llama El coloquio de los pájaros, que es un poema del siglo XII del persa Farid al Din Attar, que era un libro que yo leía cada vez que tenía una crisis vital. Es un libro muy filosófico, existencialista, incomprensible también, pero a la vez me llevaba a ese estado como de comprender la vida. Empecé a trabajar a partir de ese libro y me hice la pregunta de a qué me aferraba yo para seguir viviendo, y a qué cosas me agarraba para poder continuar dentro de esas crisis vitales que tenía. Y de ahí terminé derivando en lo colectivo, en la celebración, en el otro. Y llegué a la sobremesa, a ese momento después de comer en el que se habla y se comparte, y empecé a unir estos dos mundos. También fue muy importante para mí el momento de hacerme la pregunta de si mi pieza fuera un recuerdo ¿qué recuerdo sería? Y ahí llegué al recuerdo de cuando se murió mi padre y después de haber estado en el tanatorio me fui a casa de unos amigos y lloramos de la risa. Y pensé en esa sensación vital, ese pequeño quicio entre la vida y la muerte, esos momentos tan complicados, pero en los que de repente brota la risa… pues de ahí empezamos a tirar y surge Murmullo”.
Una obra dirigida y creada por la propia Aitana, pero que cuenta también con dramaturgia de Miguel Valentín. “Miguel y yo -nos sigue contando Aitana- fuimos compañeros de promoción. Terminamos juntos y hemos estado en lo peor y en lo mejor, así que tenemos una relación duradera. Yo admiro mucho su trabajo. Es una persona con la que tengo mucha confianza para poder meterme a hablar en todo lo que nos hemos tenido que meter para poder ir sacando adelante lo que será el texto final. Yo sabía que Miguel es una persona lo suficientemente existencialista como soy yo y con la que tengo la suficiente confianza como para poder abrirnos un poco en canal y ponernos personales para que el texto fuera lo más complejo y profundo posible”. Un texto que se nos presenta como un viaje hermoso, emocionante y vitalista… Un tránsito desde la oscuridad hacia la alegría. Y eso es la vida, como bien se quiere representar en este Tríptico, momentos vitales complejos en los que estás sumido en el más profundo de los pozos oscuros, pero en los que eres capaz de atisbar una pequeña luz, bien en forma de sonrisa, bien en forma de mano tendida, bien en forma de abrazo, que te ayudan a ver que hay algo de esperanza para salir de ahí. Y comprender eso es comprender una parte de nuestra existencia.
Aitana, ¿cómo te sientes al ser una de las elegidas para dar forma a este Tríptico de la Vida?
Es un ejercicio de confianza y de fe que yo valoro muchísimo, porque no es una llamada de Javier G. Yagüe en plan os llamo a vosotras tres porque vais a continuar mi estilo, mi forma de ver el teatro, si no que nos llama porque confía en que nosotras podamos llevar a cabo una idea de partida que expone el propio Javier, pero bajo nuestro propio punto de vista, y que eso suceda en este Tríptico de la Vida con el que celebran 40 años es un gran acto de generosidad, es darte tu espacio y en confiar en lo que tú eres y respetar lo que cada una de nosotras somos, porque aunque hemos nacido como creadoras en el mismo sitio somos tres personas muy distintas. Y luego, además, me parece muy bonito que suceda una especie de cambio generacional y de género, y que apuesten porque haya otras voces que también tengan derecho a ser escuchadas.
Veo un nexo común entre las tres obras que forman parte de este Tríptico de la Vida que es la otredad…
Es que yo creo que es muy difícil llegar a una reflexión sobre la vida sin pensar en el otro.
¿Cómo es la puesta en escena que habéis elaborado?
La puesta en escena se divide y transita entre las diferentes capas de la obra. Empezamos en el mundo de la sobremesa, con un lenguaje aparentemente más naturalista o realista, o casi a modo de documental, algo que no es real porque es una ficción construida, y vemos cómo los cuatro amigos están de sobremesa después de venir del funeral de otro amigo de ellos, en medio de la charla acuden al relato de El coloquio de los pájaros, casi como na vía de escape que les ayude a sobrellevar ese momento duro y vemos cómo el universo de ese cuento se va apoderando de esta sobremesa y se va transformando en un universo con un lenguaje mucho más onírico y poético. La historia transita en la convivencia de estos dos lenguajes y en el viaje de un de un lenguaje al otro, de un universo a otro.
¿El viaje es unidireccional?
No, van y vienen. Nos vamos trasladando de un universo a otro durante toda la obra.
¿Por qué la sobremesa?
Al comenzar el proceso de trabajo yo transmitía a mi equipo lo revolucionario que era en realidad una sobremesa en estos tiempos, el darnos ese espacio para charlar tranquilamente después de comer, algo que nos vamos quitando en aras de la productividad, de tener siempre que estar haciendo algo útil. Es algo que podemos ver en otros ámbitos, por ejemplo en las ciudades, que modifican los espacios físicos y ya apenas hay bancos o plazas en las que sentarse a charlar tranquilamente. Los van quitando poco a poco y sin que nos demos cuenta. Incluso impiden celebrar cumpleaños en los parques, algo que a mí me da mucha alegría cuando lo veo. Y es que tenemos el derecho a la alegría, pero no viéndolo desde el punto de vista naif de que estemos todos ‘happy’, no, sino de darnos ese espacio porque en realidad es un espacio de crecimiento y de pensamiento, y es algo que nos van quitando, de forma física en las calles, como digo, y de forma emocional por el ritmo de vida en el que nos vemos obligadas a vivir. Todo tiene que tener una productividad y no hay lugar ni tiempo físico para poder echar un rato sin más, sin que implique nada más que disfrutar del tiempo.
¿Qué significa Cuarta Pared para ti?
Casa es la primera palabra que se me ha venido a la cabeza, pero también cimiento. Yo pongo aquí un pie por primera vez cuando tengo 19 años, ahora tengo 35, y creo que nunca he estado más de un año sin estar trabajando aquí o vinculada aquí. Este lugar es donde se han formado mis valores teatrales, bueno, y también personales, claro, pero sobre todo aquí se ha conformado mi ideología teatral y que, evidentemente, luego yo tengo también vida fuera de aquí y también he aprendido cosas y he ido sumando herramientas, pero tengo la sensación de que Cuarta Pared son como mis ladrillos, mi cemento. estar aquí es estar en casa, son mi familia.
¿Qué cimientos serían esos o qué valores?
Yo me acuerdo de un profesor que tuvimos, Adolfo Simón, que nos dijo cuando terminábamos el curso que ya éramos personas de teatro. No dijo que ya éramos actrices o actores, no, dijo personas de teatro, y es algo que se me ha quedado grabado. Tú entras aquí pensando en desempeñar un rol determinado, pero aquí ya se empieza a trabajar desde lo colectivo desde el primer día y te abren todas las puertas para que te desarrolles plenamente como creadora.
También hay algo muy importante que Javier (G. Yagüe) nos ha ido repitiendo a lo largo de todo este proceso, y es que las cosas no sean anecdóticas, que hay que confiar en el potencial transformador del teatro y valorarlo y darle esa dignidad. Y eso es algo que también he aprendido aquí.
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