Hacia los años 90, la casa de Thaddeus McWhinnie Phillips casi podría decirse que era una maleta. No dejaba de viajar, de cruzar países, de vivir la extrañeza, el peligro, el descubrimiento. El actor y fundador del colectivo teatral Lucidity Suitcase Intercontinental ha hecho de los viajes su trabajo teatral. Su compromiso artístico tiene bastante de obsesión: para el montaje The earth’s sharp edge viajó a Marruecos para aprender árabe; para The melting bridge se desplazó a la región amazónica donde estudió construcciones subterráneas en el entorno de unas ruinas aztecas.
De modo que su bagaje internacional acumula experiencias que le han dado un conocimiento preciso del mundo y sus conflictos. Y pocas cosas existen más conflictivas que las fronteras, especialmente aquellas que el transcurso de la historia ha alterado, rectificado, una y otra vez. O aquellas otras que se han transformado en zona de paso de miles de personas en busca de una vida digna y las cruzan en la incertidumbre de si serán detenidas o perecerán en el intento.
Pensando en el siguiente montaje, Phillips empezó a recopilar sus historias de viaje y descubrió que la mayoría de ellas estaban centradas justamente alrededor de un cruce fronterizo. Así que ahí tenía a mano la idea de 17 Border Crossings. Tras un arduo proceso de depuración del material y de la concreción de los relatos que iba a contar en la obra, inició este nuevo viaje, ahora escénico, a medias real, a medias imaginario, por países como Egipto, Bosnia, Cuba, Brasil, Marruecos, Colombia, Austria, Bali, República Checa, Israel, Jordania, Serbia, Croacia, Italia y Méjico.
Solo en escena, sentado en una silla, ante una mesa y bajo una barra de luces que emplea para, por ejemplo, evocar trenes en movimiento, puestos fronterizos aislados, el interior de un avión y salas de entrevistas, Thaddeus McWhinnie Phillips empieza a monologar narrando la historia del pasaporte desde 1414, un dato clave para entender la trascendencia de las líneas separadoras que han trazado los hombres.
Y enseguida entra en la materia humana con una carga cómica y visualmente surrealista: en un cruce de trenes se topa con un extraño que lanza grandes paquetes desde la ventana de su compartimento; en otro lugar habla con un migrante que se interna en el desierto en dirección a Estados Unidos; más adelante alude a quienes, como un jardinero de Mozambique, viajan ocultos en el tren de los aviones donde la temperatura alcanza los 50 grados bajo cero; y se recuerda a sí mismo y a su novia croata cuando fueron deportados de Bali, porque los guardias de frontera no reconocieron el pasaporte. Como en la vida cotidiana, en 17 Border Crossings uno puede divertirse, aterrorizarse, asombrarse o entristecerse.