Foto: Filippo Manzini
Nacido en una familia de bailaores de Sevilla, Galván se formó en el flamenco clásico desde muy joven y se ha convertido en uno de los bailarines y coreógrafos más innovadores del mundo. Inspirándose en un amplio abanico de temas, como las corridas de toros, la cultura del fútbol y las imágenes cinematográficas Galván reconstruye el lenguaje del flamenco y desafía las normas del género.
Fascinado por las siluetas del bailarín ruso Vaslav Nijinski, Galván entrelaza el flamenco con la imponente partitura de Igor Stravinsky, La Consagración de la Primavera, subvirtiendo y reconstruyendo la tradición, y reevaluando todas las posibilidades del flamenco. En la percusión de la partitura, Galván identifica un alma flamenca que lleva al escenario en forma de un solo con dos pianos. Desde la primera nota, la música transporta al ritual, cambia la energía en el escenario y genera una especie de trance; la coreografía es precisa y, por tanto, primitiva.
Acompañado en escena por los pianistas, Daria van den Bercken y Gerard Bouwhuis, Galván utiliza su cuerpo como instrumento consumido por el ritmo de la partitura de Stravinsky. Tras este torbellino, se impone la cadencia, más tranquila, de la Sonata K87 de Scarlatti y la pieza post-clásica Winnsboro Cotton Mill Blues de Frederic Rzewski. Ambas ofrecen el contrapunto perfecto a la fuerza telúrica de Stravinsky. Israel Galván cierra la actuación con un alegre homenaje a su ciudad natal, con una sevillana del siglo XVIII.