Fotos: Bocetso para la escenografía de Nicolás Boni.
Esta joya del género lírico ha formado parte del repertorio del Teatro de la Zarzuela desde 1898, cuando pisó por primera vez su escenario. La obra de Tomás Bretón, que se había estrenado apenas cuatro años antes en el desaparecido Teatro Apolo, inmortalizaba en Madrid esta historia enmarcada en la calurosa noche de fiesta del 15 de agosto en la que propios y extraños celebran la festividad de la Virgen de la Paloma y en la que los más genuinos sentimientos afloran en cada diálogo, en cada canto y en cada uno de los actos de estos personajes castizos que llenan la escena con sus dimes y diretes o sus amores y rencillas.
El compositor salmantino fue, con todas las de la ley, uno de los grandes creadores de finales del XIX (45 zarzuelas, 9 óperas, 19 piezas sinfónicas y 9 de cámara). En este sentido, el musicólogo Víctor Sánchez señala que “la genialidad de La verbena de la Paloma nos recuerda una y otra vez la calidad de su creación, su sentido dramático y el atractivo de su música”. Y en este punto aprovecha también para recordar que Bretón luchó toda su vida por la “importancia que debía tener la actividad musical en la cultura española”.
Nuria Castejón, directora de escena y coreógrafa, ha querido contar con un prólogo cómico-lírico de Álvaro Tato, Adiós, Apolo, “como homenaje a los muchos artistas que hicieron del Teatro Apolo la catedral del género chico”, y, cómo no, a sus padres -los inolvidables héroes de la zarzuela Pepa Rosado y Rafael Castejón-, herederos de la tradición del Apolo.
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