En estos días te podemos ver encabezando el reparto de La madre en el Teatro Pavón, producción con la que has decidido volver a subirte al escenario. ¿Qué prima para ti a la hora de escoger los trabajos teatrales en los que te embarcas?
El texto me tiene que enamorar, remover, sacudir y producir una especie de maremoto para que yo me sienta que es eso lo que tengo que hacer y no otra cosa. Tengo que sentir la necesidad de hacerlo. Es una reacción como muy visceral y de enamoramiento. El personaje que me ofrezcan debe tener un peso específico, una profundidad y una complejidad que suponga un reto para mí. Evidentemente, todos los demás elementos, que el director o la directora me atraigan, que la productora sea seria, que plantee un tiempo de exhibición en Madrid y que haya gira.
¿Cómo te llega esta propuesta y qué te motivó a querer hacer este viaje?
El texto de La madre me llega a través de Nuria Cruz Moreno, la productora de Barco pirata, que me presenta, además, a Juan Carlos Fischer. Una vez que lo leo, siento que ahí hay algo muy potente. Juan Carlos hasta ese momento lo único que había dirigido en España era Mamma mía!, que fui a ver y me encantó, me lo pasé bomba, pero que tampoco me servía mucho como referente porque el teatro musical y el de texto tienen lenguajes distintos. A él le avalaba todo su trabajo anterior en Lima porque lo ha dirigido todo, incluso El padre de Florián Zeller, con lo cual él ya estaba muy familiarizado con el universo de este autor. Es él quien realmente le propone a Nuria que quiere hacer La madre y que quiere hacerla conmigo. Así que decido embarcarme, confiar y, afortunadamente no me he equivocado.
Esta pieza también ha sido interpretada fuera de España por Gina McKee o Isabelle Huppert y en Cataluña por Emma Vilarasau, ¿viste alguna de estas piezas o para preparar este papel has recurrido a ver el trabajo que hicieron tus compañeras antes?
No he visto ninguno de los tres trabajos y no he querido tampoco acudir a grabaciones porque no me gusta nada ver el teatro grabado y, una vez que estoy embarcada en algo, prefiero no tener referencias de trabajos anteriores porque me puedo sentir un poco acomplejada o pensar que no llego. Realmente, la propuesta de los directores o de los intérpretes que hayan hecho esas obras sea muy distinta a la que abordemos nosotros, así que prefiero que no haya interferencias en ese sentido. Lo que sí que hice fue mirar en internet varias de las entrevistas que hizo Isabel Huppert hablando de la obra y del personaje, fotos del espectáculo queriendo entender cuál era la propuesta escenográfica. También he leído sobre el primer montaje que se hizo en París, todas las entrevistas que se hicieron al director, a los actores, a la actriz… y ahí he intentado encontrar algunas de las claves de este texto tan complejo.
¿Cómo es trabajar a la vez con el autor (Florian) y el director (Juan Carlos) del momento?
Es una suerte y un privilegio. Siento que Florián Zeller es como la Yasmina Reza de esta década, es como un boom. Se están representando sus obras ahora mismo en todo el mundo. En Italia están haciendo simultáneamente El hijo y La madre, en Buenos Aires La madre la va a hacer Cecilia Roth y en Japón creo que están haciendo una apuesta buenísima también. Está por todas partes y no me extraña porque su manera de escribir es muy original y su manera de adentrarse en estos universos, desde la mente de estos personajes, es lo que vemos como espectadores. Lo que transcurre dentro de la mente de estos personajes es muy interesante. El trabajo con Juan Carlos ha sido todo desde la cercanía, la calidez, la confianza, la libertad… El ambiente de trabajo que crea es de los más agradables que he vivido. Tiene confianza plena en nuestras intuiciones y, al mismo tiempo, trabaja un poco con lo que no le sirve. Tú propones pruebas y él va descartando, afinando y yendo hacia el lugar al que quiere ir. Hacia el final del proceso es cuando ha ido más a matacaballo, a afinar muchísimo y a quedarse con el hueso de la propuesta. Trabaja de una manera muy despojada, es decir, está muy interesado en trabajar desde la desnudez y desde lo más esencial del montaje. No le gustan los adornos, no le gustan las cosas superfluas y creo que lo hemos conseguido.
Háblanos del texto, ¿es una dramaturgia fácil para el espectador o todo lo contrario? ¿Por qué?
No lo es, ni siquiera para nosotros. A nosotros nos gustan los espectadores inteligentes, no subestimamos su inteligencia y creemos que las claves que va planteando Florián Zeller con el texto te van te van situando en ese mapa mental y anímico de esta mujer que lo que está sufriendo es una depresión profunda, una adicción a las pastillas y una manera de espantar el vacío y el terror a la soledad. Todo eso es lo que el espectador va a ir descubriendo y armando a medida que transcurre la función. No sabemos si, por momentos, estamos viendo algo que es real o que transcurre en la mente de la protagonista, si las barbaridades que llega a decir son realmente cosas que los demás personajes escuchan, son sus pensamientos obsesivos o las cosas que en realidad no se atreve a decir y a afrontar. Es como si estuviéramos oyendo sus pensamientos en voz alta. Florián va conformando un mapa mental muy reconocible por mucha gente y muchas mujeres. Muchas de nuestras espectadoras van a sentirse reconocidas en muchas de las cuestiones que se plantean en esta función.
Entiendo que el objetivo de la pieza es lograr que el espectador se adentre en la psique del personaje que interpretas, ¿cómo está trabajado el texto en este sentido y qué directrices recibes de Juan Carlos Fisher para conseguirlo?
En efecto, el objetivo es que el espectador se adentre en la psique de mi personaje porque los demás personajes son como una proyección de su estado mental, y una de las cosas más útiles y una de las directrices más claras que hemos recibido es que trabajemos desde la verdad más absoluta, desde el naturalismo más absoluto. Juan Carlos nos dio indicaciones para que no lo hiciéramos desde la atmósfera. La atmósfera ya se crea con la escenografía, con un espacio abstracto, que es un espacio blanco prácticamente vacío, una pared herida por un rayo, con la luz, con la música, con las transiciones; toda esa extrañeza ya la produce el mismo texto y la propuesta escénica. Él nos ha pedido que seamos muy realistas y que trabajáramos desde las tripas con los personajes y no hacer interpretaciones desde lo extraño.
Háblanos de tu personaje, ¿qué te ha supuesto un reto a la hora de ponerte en la piel de Ana?
Me ha supuesto un reto enorme. Es como si el texto te planteara mil posibilidades en cada escena y que todas sean válidas. Uno de los mayores retos, también con Juan Carlos y mis compañeros, ha sido el de ir tomando decisiones con cada escena y con cada momento. Otro reto ha sido decidir qué momentos damos por reales y qué momentos son esos momentos imaginarios que ella proyecta, o deseos que no es capaz de expresar en voz alta, y esos momentos en los que ya está todo teñido del delirio de las pastillas. Momentos mezclados en los que hay algo de realidad y algo de estado mental. El texto es una repetición de escenas, se repiten, pero no son exactamente iguales y no perderse en esa estructura diabólica era muy importante.
¿Qué conexiones tienes con tu personaje y cuál es el viaje que realiza esta mujer? ¿Cuáles son los lugares que transita?
Hay ciertamente vasos comunicantes por mi situación vital. Tengo hijos, uno de ellos ya se ha ido de casa, mi otra hija está a punto de marcharse, he tenido pareja en familia durante muchísimos años y eso ya no está. En fin, he atravesado momentos similares y reconozco los dolores y los duelos que hay que ir atravesando con estos cambios vitales y esos cambios de ciclo. Afortunadamente, no soy Ana y mi vida no estaba, ni ha estado nunca basada y dedicada exclusivamente a mis hijos o a mi vida en pareja, en familia o a llevar adelante un hogar. Mi vida siempre ha estado muy llena de otras cosas, para empezar por mi profesión y mi vocación, que me llenan tanto como el haber criado a mis hijos. He vivido de una manera más sana estos cambios de ciclo y el no sólo aceptar, sino fomentar y animar a mis hijos a que vuelen de casa, tengan su propia vida y sean independientes. No es fácil, el vacío se siente, pero no he desarrollado esa relación casi enfermiza y posesiva que tiene Ana con su hijo porque estas mujeres que han entregado sus vidas a la familia luego sienten que no se tienen a sí mismas y hay muchas depresiones que se van gestando a lo largo de estas relaciones, también insatisfactorias, de pareja con maridos o padres ausentes, donde esa soledad se va cimentando y va abriendo una herida muy profunda que puede afectar a la salud mental. Respecto a los lugares por los que transita hay algo que hemos descubierto en el texto trabajándolo y es que está la Ana real, la que está anegada en tristeza, que ya está en depresión, pero que es incapaz de comunicar lo que siente y lo que le pasa, en la que hay como una resignación a la hora de la pérdida de este hijo, de esta pareja, de este miedo al abandono, pero que no es capaz de explicitar. Es una mujer afable, ese ideal de madre que tantas veces nos han vendido. Y luego, está la Ana iracunda que es capaz de decir que se siente estafada, la que está llena de rencor y de reproches, la que es capaz de decirle barbaridades y crueldades al marido y a su hijo, es un poco esa Ana que no es capaz de rebelarse ante lo que le pasa y que, sin embargo, en la función el autor sí le da la oportunidad de hacerlo y de mostrar ese lado oscuro y dañado que tiene.
¿Qué vicios y virtudes reconoces en ella?
Es toda una mezcla, es un cóctel muy explosivo porque es una mujer que ha entregado su vida a la crianza, al hogar y a la pareja con todo su amor y con toda su dedicación, pero al mismo tiempo eso le ha generado una frustración brutal y una sensación de estafa y como de engaño, no como en qué momento me tragué esta historia del príncipe azul siendo tan jovencita. Eso genera también una dependencia afectiva por su parte y un terror a la soledad muy grande. Son las dos caras de la misma moneda.
Tradicionalmente, el papel de la mujer en la familia ha estado vinculado al cuidado de los hijos, mientras que el rol del hombre consistía en la búsqueda del alimento necesario para la familia, ¿se traduce esto de alguna manera en el personaje del padre interpretado por tu compañero Juan Carlos Vellido? ¿Crees que en estos casos hay un sesgo de género?
Evidentemente, el personaje de Juan Carlos Vellido es el prototipo del hombre ausente, del hombre que trabaja fuera de casa, pero que no ha estado presente ni para los hijos ni para ella. Hay una tolerancia social hacia estos padres y parejas ausentes que no ocurre con las madres. A nosotras se nos juzga con un rasero muchísimo más duro y cruel. A ellos siempre les hemos tolerado, permitido, comprendido y perdonado sus ausencias.
¿Cómo afecta a la relación de pareja esta situación?
La pareja de La madre no tiene ninguna solución, está desgastada por el tiempo y por la frustración. Se mantiene con un hilo a punto de romperse todo el tiempo, pues casi por parte de él, porque ella no está psíquicamente y tiene culpa de dejarla tirada en esta situación, pero él cogería la puerta y se iría al minuto siguiente. De hecho, ella le reprocha desde el minuto uno que se vaya a ir con su última amante de turno porque lleva toda la vida así. Considera que nunca lo ha tenido y ha sido una estafa más de toda esta historia de la familia feliz que nos han vendido a las mujeres. Es una pareja rota mantenida por la rutina y el miedo a romper esos vínculos.
En nuestro país se ha retrasado mucho la salida de casa de los hijos por factores económicos (precariedad laboral y subida de precio de los pisos) y sociales (como el alargamiento del periodo educativo), hasta el punto de publicarse libros abordando ese tema, ¿qué pasa cuando esto sucede?
El hecho de que los hijos ahora tarden en poder irse de casa crea una situación bastante tremenda para todos, desde luego para ellos, porque retrasan su entrada en el mundo adulto y el tener sus propios proyectos. Volar del nido es lo que tiene que ser y tiene que suceder para que puedan tener su propia independencia, madurar y vivir con sus propios recursos. Para ellos es muy frustrante y los padres también tenemos derecho a pasar a otra fase de la vida, establecer otro tipo de relación con los hijos y descansar de lo que suponen las crianzas, que es algo realmente agotador.
¿Cómo ha afectado la emancipación de la mujer al sentimiento de soledad o de abandono que produce la independencia de sus hijos?
La emancipación de la mujer es un factor determinante para no sentir la marcha de los hijos como un abandono. Eso es lo que a mí me diferencia, sobre todo del personaje de Ana. Soy una mujer emancipada desde muy jovencita y mi vida está llena. Soy una mujer independiente, trabajadora, emocionalmente muy llena de otros afectos, de otras realidades y, por lo tanto, siento la marcha de los hijos como como una etapa más de la vida, pero también una etapa de emancipación para mí del periodo de crianza. Es fundamental para vivir una maternidad y una paternidad sanas el hecho de que los hijos se vayan de una manera natural de nuestros nidos.
¿De qué manera engancha esta pieza a mujeres que han tomado la decisión de no ser madres?
Habría que preguntárselo a ellas porque no lo sé y tampoco tengo mucho ‘feedback’ todavía del público. Tengo mucha curiosidad por saberlo. De todas maneras, seamos madres o no lo seamos, pero desde luego, todas somos hijas y por ahí creo que nos vamos a ver muchas de nosotras, hayamos tenido hijos o no, reflejadas a nuestras madres, abuelas, tías… En fin, hay muchas mujeres en nuestro entorno y en nuestra vida que lamentablemente viven, o han vivido, este tránsito y esta etapa de la de la vida de una manera tan traumática como Ana.
¿Qué has aprendido de cada uno los compañeros que te acompañan en este viaje?
Si quieres te cuento lo que me gusta de cómo abordan cada uno su trabajo porque estamos aprendiendo juntos todo el tiempo, pero en realidad no siento como si fuéramos una misma unidad. Aprendemos todos a la vez. En el caso de Juan Carlos Vellido me parece fascinante que cada palabra que sale de su boca es de una organicidad que yo pocas veces he visto encima de un escenario. Todo lo que sale de su boca es verdad. Él tiene una bonhomía que le da una dimensión al personaje mucho más perturbadora que si fuera un arquetipo de estamos jugando al padre ausente y no, al caradura que lo único que quiere es hacer su vida fuera de casa. No, él le da una dimensión desde esa humanidad que tiene muy profunda y rica. En el caso de Alex Villazán es una bomba emocional. Esa relación de interdependencia que tienen madre e hijo se entiende muy bien también por vulnerabilidad emocional en el escenario. Hacemos una buena pareja, madre e hijo. En el caso de Julia, es una actriz que tiene una formación muy sólida. Es muy joven, pero trabaja desde un lugar en el que se le nota todo el trabajo que ha venido haciendo durante los ensayos. No tenía por qué venir a todos y ha estado cada día absorbiendo nuestros ensayos para empaparse y para cargarse. Tiene el personaje más difícil de la función porque es la novia del hijo, la amante del padre, es mi propia hija y es una enfermera. Es esa figura femenina que engloba a todos los fantasmas que tiene la madre, quizás sea incluso la proyección de ella misma cuando era joven y que siente como una amenaza a todas estas mujeres que pueblan su vida y su cabeza. Julia ha encontrado un camino muy inteligente para navegar entre todas estas caras de esta mujer joven.
Aprovechando que hablamos de los intérpretes más jóvenes de la obra. ¿Qué recuerdos tienes de tu primer casting?
El primero que tuve fue con 16 años para hacer Segunda enseñanza de Pedro Masó. Me convocaron dos veces. La segunda me tiré casi el día entero allí y recuerdo que Pedro nos tenía a varios viendo las pruebas de los demás y, en un momento nos dijo: “Ahora vais a ver a una verdadera actriz”. Era la prueba de Maribel Verdú, que en ese momento tenía 14 años y ya había hecho, si no me equivoco, El crimen del capitán Sánchez. Pedro nos la presentó como alguien deslumbrante y no se equivocó. Era como si hubiera nacido ya con la cámara puesta. Afortunadamente, me cogieron y pude compartir con Javier Bardem, los hermanos Guillén Cuervo, Maribel y tanta otra gente.
¿Qué es lo más raro/anecdótico que te han pedido hacer en alguno?
Hice una prueba para Bob Wilson y en esta no me cogieron. En ese momento, yo era muy joven y no sabía quién era. Me pidió que dijera un texto caminando lo más despacio posible, casi sin moverme, imperceptiblemente. No sé qué texto escogí, pero debe ser que no funcionó la cosa porque no me cogieron.
En teatro has trabajado a las órdenes de mujeres como Carme Portaceli y Tamzin Townsend, ¿con qué otras te gustaría trabajar y por qué?
He trabajado con las dos y con ambas repetí porque son estupendas y nos entendimos maravillosamente bien. Me gustaría trabajar con Natalia Menéndez porque es alguien con quien siento que tengo muy buena conexión y creo que nos entenderíamos muy bien trabajando. También, con Lucía Carballal, porque aparte de dirigir, también crea sus propios textos y los crea haciendo un trabajo como conjunto con sus actores, en algunas ocasiones, y me interesa mucho su universo y su manera de abordar el trabajo.