¿Qué motivó que te atrevieras a hablar de la precariedad femenina?
Lo que me motivó para hablar de ello son los artículos de Cristina Fallarás, que escribe en la época en la que la están desahuciando, porque también es mi historia y la de mi madre. Al final, mi madre siempre ha vivido en mucha precariedad y ha tirado para adelante. Me pareció un reflejo de los textos de Cristina, un modo de poner sobre la mesa mi propia historia utilizando los textos de otra persona, de otra mujer en este caso, para abordar ambos relatos.
¿En la dramaturgia se ha involucrado la propia Cristina Fallarás?
Sí. Todo parte de estos artículos que escribió Cristina entre el 2011 y el 2015. Luego, Celia Morán hace una dramaturgia de estos textos, que es esa historia de la madre y de la hija. Eso lo presentamos tal cual en la sala Mirador. Ahora, sin embargo, le hemos dado una vuelta Cristina y yo a la dramaturgia para darle más fuerza a esa relación madre e hija, utilizando el silencio como manera de romper, y desde el punto de vista de la hija.
¿Qué papel has jugado en esa vuelta que habéis dado a la dramaturgia?
Cuando estás aquí, en el escenario, es cuando ves las cosas que funcionan y las que no. Porque tienes enfrente al público. A raíz de ver como respondía el público en la sala Mirador y con los feedbacks que nos fue dando la propia escritora, decidimos cambiar cosas. Entonces, yo participo de la manera más directa posible, que es tomando el pulso desde el escenario y desde la comunicación con el público.
¿Cuál es la clave para que una obra con una sola actriz, un monólogo, no resulte monótono?
No tengo ni idea, pero yo creo que en mi caso hay que tener una gran concentración, una escucha plena y un aguante fuerte. Mantener tono, estar todo el rato en escucha y con máxima concentración. Yo creo que eso es lo que puede funcionar. Y sobre todo, ser honesta con lo que estás haciendo, sin artificios: puede gustaros o no gustaros, pero esto es lo que yo buenamente he venido a enseñaros. Y también tienes que divertirte. Hay veces que no funciona, porque también entra que tengas un día bueno, un día malo, si hay mucho público o no…
¿Cómo se siente estar sola en el escenario toda la función?
Se siente con verdadero terror, pero con muchas ganas de salir a escena. Yo diría que incluso haciendo un monólogo nunca estás sola. Es verdad que estás hablando tú todo el rato y manteniendo tú el relato, pero al final estás con tu técnica de sonido y luces. Respiras con ella, también respiras con el público. Pero antes de empezar, sí se siente con muchísimo terror. Hay un momento de muchos nervios y tienes que hacer un trabajo de no juzgarte, no estar juzgándote cada frase que haces, sino intentar disfrutar y confiar. Hay momentos en los que temes quedarte en blanco, pero al final no pasa. Porque tú ya sabes lo que quieres contar tan de memoria, que aunque no digas el texto exacto sigues diciendo el concepto del espectáculo. Entonces yo lo disfruto mucho. Estoy disfrutando millones con esta obra.
¿Cómo ha sido el proceso de crear un personaje para ti, que en este caso son tres y muy diferentes?
En realidad son cuatro, porque también está la narradora, que es un poco yo, pero tampoco del todo. ¿Que cómo lo gestiono? Pues con muchísima locura y disociación. El trabajo en parte ha sido un trabajo muy físico, y después ya construir el personaje. Porque estos personajes no son del todo redondos, son bastante arquetipos. Y aunque no quedan del todo planos, se trabaja más desde lo físico para llegar a esa verdad. Al final, yo vengo del teatro físico y de la danza, y para mí es como hacer una coreografía. Cuando ya integras la coreografía integras esa respiración, y la misma ya te lleva al cuerpo, y de ahí pasas a meterte en la verdad. El proceso creativo de construir los personajes ha sido desde la paciencia y desde mucha repetición. Muy colocarte en los puntos de vista, que es importante: el punto de vista de la madre, el de la hija, el que se ve desde fuera, desde esa narradora que va contando el cuentecito, y el punto de la prostituta, que al final es esa persona que siempre dice lo que no quieres oír.
Aunque no seas periodista como Cristina Fallarás, el de actriz es un oficio que como mujer también cuesta sacar adelante. ¿Qué hay de ti en cada uno de los personajes?
En cada uno de los personajes hay mucho de ella y mucho mío. Por ejemplo, las dos somos de Zaragoza. Para mí, mi tierra es algo que me toca mucho, puede ser que a Cristina no tanto, pero a mí sí. Ahí encontramos algo cercano. La ciudad de Zaragoza tiene esa cosa popular y tradicional que tienen las madres mañas. Mi madre lo es, y yo tengo un poco de ella. Después, la periodista política militante está relacionada con ese tener que inventarte cosas para poder llegar a ser militante o política, que de momento ni cobras, pero tienes que ir haciendo cosas para poder ir sobreviviendo. Es esa reinvención mía constante por llegar a conseguir mi compañía de teatro, tener éxito como actriz o que se cuenten mis historias. Y la prostituta es ese punto de supervivencia máxima, de vomitar, de ser totalmente pesimista con todo lo que hay. Y poner la realidad en ojos de todo el mundo, yo soy muy así también. Eso hay de mí en los tres personajes: el sentirte como en casa y esa rabia de ver que todo es mentira en este mundo en el que vivimos.
Son mujeres con situaciones bastante duras. ¿En algún momento te ha sobrepasado o te ha afectado el interpretarlas?
Te deja súper tocada al acabar la función, porque es mucha intensidad. Yo soy una persona muy intensa, pero mantenerla constantemente es duro. Sobre todo, me toca muchísimo la conversación final. Hay otros: ese momento en el que empiezo, hablo del silencio y este se rompe. Cuando habla la prostituta, y cada uno de los silencios incómodos entre la madre y la hija me incomodan porque yo también he tenido esos momentos. Pero al final el teatro es eso: es sanador, liberador, y para mí este espectáculo es como sanar. Acabo haciendo una catarsis total y me quedo tranquila, me meto en la cama sin ningún peso. También porque mi madre lo ha visto… Y es como ver mi historia, a través de la historia de mi amiga Cris, haciendo una mezcla. Es como una terapia.
¿Por qué ese título de Cómete un pie?
Lo de cómete un pie es un poco por esta frase de “Cómete la vida”. Hay veces que estás viviendo una situación tan de miseria tangente, que ya no aspiras ni a comerte la vida. Aspiras a comerte un puñetero pie. Ya no sirven esas frases de Mr. Wonderful. Cómete un pie, hija, es lo único que te queda ya que puedas comer.
La obra se centra sobre todo en esa discriminación laboral por género, pero no entra, por ejemplo, en el tema del edadismo. ¿Es algo que te habría gustado tratar más en profundidad?
Yo intento no tocarlo. Incluso quitamos una escena entera porque con la señora de Zaragoza se nos iba mucho al tema, es otro melón. Como el tema de la prostitución. Nosotras no queremos en ningún momento entrar en el problema de la prostitución, sino que ponemos a una prostituta como la persona que tiene más claridad en toda la obra. Y la que de verdad rompe el silencio para entrar en algo más profundo y poder hablar y dialogar. Queríamos narrar todas las condiciones de mujer: madre e hija, periodista, mujer que no ha cotizado su vida, prostituta. Teníamos suficiente con el tema de la precariedad, del miedo y del silencio. Poner el tema central en confrontar las generaciones, en ver como yo tengo los mismos problemas que mi madre, aunque haya cuarenta años de diferencia.
Has comentado que usas el silencio como una de las armas más potentes de la obra. ¿De qué forma lo utilizas?
El silencio es un continuo, un ritornelo constante, como que el tiempo está parado. Entonces, el silencio se usa de manera que, cuando hay algo incómodo durante toda la obra, hay un silencio incómodo. Y de alguna manera, estos momentos los produce la prostituta, que es justo la que al final consigue que esta madre y esta hija hablen cara a cara. El silencio está constantemente y lo jugamos desde ese punto de vista, haciendo que la prostituta meta el dedito en la llaga.
¿Crees que, como dice la obra, el ciclo familiar se repite entre las mujeres?
Creo que se repite si no rompes y lo hablas. Estoy convencida. En el momento en el que yo empecé a hablar con mi madre, yo supe de ella y a raíz de ahí he podido sanar y no repetir ese mismo círculo, porque iba camino de hacerlo. Hay que hacer algo, si yo veo que mi hija está haciendo el mismo círculo, pero me quedo como espectadora, pues sí se repite. Rompiendo el silencio nos hacemos muchísimo más poderosas para no cometer los mismos errores. Para no volver a pasar por ahí o, si pasamos, que sea siendo conscientes.
¿Hasta qué punto crees que es capaz de llegar alguien por sobrevivir?
A mí Cris me contaba que cuando se quedó completamente desahuciada, lo peor no era no tener luz. Era no tener agua. Porque sin la luz pones unas velas y te puedes apañar, pero cuando no tienes agua, tu y tus hijos tenéis que hacer caca y no tienes agua para tirar de la cadena. Y tienes que contarles una historia a tus hijos, para que parezca normal que los lleves al bar de abajo para hacer sus necesidades. O irte a pedir trabajo de lo que sea. O irte a la fila de Cáritas para que te den un kit de alimentos. Sobre todo, haces muchas más cosas para sobrevivir cuando eres madre. Porque tenemos ese ejemplo, que sale en la obra, de esta mujer que murió en su coche desnutrida porque decidió irse a vivir ahí. Cuando tú tienes hijos, tú no te puedes ir a vivir a tu coche, ya que, en cualquier momento, los servicios sociales pueden decir que eres una mala madre y te los quitan. Yo creo que siendo madre se puede llegar a hacer de todo para sobrevivir, de todo.
¿Tú alguna vez has tenido miedo real de llegar a ese punto de pobreza presentado en Cómete un pie?
Sí, sí. Uno de mis peores miedos es acabar de homeless y sola. De ahí esa cosa, que también está en la obra, de “no te pares, no te pares ni a pensar. Soluciona, solución a solución”. Ahora está cambiando, pero ha habido mucho tiempo de mi vida en el que había ese miedo real. Estaba constantemente en ese punto de ir solución a solución. Ahí no hay tiempo para explicaciones, solo para ocuparse de los problemas.
En el momento en el que Cristina Fallarás escribe sobre su desahucio, ella era considerada una periodista de éxito. ¿Crees que se puede estar en un momento álgido de tu carrera y aun así no tener para pagar las facturas?
Por supuesto. A Cris la echaron de un periódico digital y no encontró trabajo, porque era la crisis del 2008. Ahí empezó el declive porque nadie la contrataba. Pero ella, estando en el proceso de desahucio, ganó dos premios. Ella estaba en un momento álgido, pero no tenía curro y los premios que le llegaban eran para ir sobreviviendo, hasta que no quedaba nada.
Esos textos se escribieron entre el 2011 y el 2015, después de la crisis. ¿Crees que estamos en una situación mejor ahora, después de la Ley de Empleo de marzo del 2023?
No sé qué decirte. Vamos mejorando, pero las cifras de pobreza en España son muy altas todavía y esto no baja. Hay muchísimos niños que no tienen el alimento diario que deben tener. No te sé decir las cifras, pero la realidad es que esto tampoco está cambiando. Hay muchísimas más filas en Cáritas y cada vez más gente en la calle. Igual hemos ganado algo, pero todavía hay madres que tienen que trabajar en cuatro curros para poder tirar para adelante con sus hijos. Esta obra la hago justamente porque hay que visibilizar lo complicado que se hace llegar a final de mes y como, las que no llegan, se tienen que buscar la vida.
¿Que podemos hacer las mujeres profesionales de la comunicación, las artes, la cultura, para protegernos de una posible nueva crisis de desempleo?
Crear redes de mujeres. Ser sororas a tope, pensar que el feminismo es algo social, no individual, y cuidarnos mucho entre nosotras para poder generar lazos fuertes, sostenibles. Que nos podamos echar una mano, y ayudar cuando de verdad se necesite. Porque va a llegar, nos vamos a necesitar y mucho.
¿Crees en el poder de las redes sociales para cambiar situaciones como esta de manera real?
Sí, Cristina por ejemplo está ahora con el hashtag de #Seacabo, en el que está poniendo muchísimos testimonios de mujeres que no quieren dar la cara, pero Cristina da la cara por ellas. Yo creo que las redes, cualquier red social, cualquier medio de comunicación, es importante para denunciar. Y que apoyemos cuando las mujeres denuncian es importantísimo.
Es la primera obra que La Roche producciones lleva a cabo, eso quiere decir que tú misma te arriesgas a poner dinero en esta obra. ¿Por qué has decidido lanzarte a producir?
Pues por pura supervivencia. Porque lo necesito como el respirar, porque necesito contar historias, necesito estar sintiéndome viva. Y visibilizar estas historias, crear esta compañía de teatro para mí es vida. De una manera egoísta. Entonces, mi motor es pura supervivencia pura.
¿La obra ha tenido buena acogida desde que la lanzasteis por primera vez en otoño?
Sí, empezamos a hacer la obra en octubre, en el Palacio de la Audiencia en Soria. Y retomamos en enero en el teatro del barrio y luego en Teatros Luchana. En Madrid hay muchas opciones y entiendo que la gente no le apetezca venir a ver un teatro más de denuncia. Pero bueno, probar en diferentes teatros también es un experimento de ver cómo puede funcionar en un sitio y otro. Ahora estamos en ese momento de mover la función, de ver qué pasa, de confiar, de sentirnos seguras y luego ya habrá tiempo de más cosas. En breve estaremos en Zaragoza y en abril estamos cerrando un bolillo en Logroño, y estamos intentando en Huesca y Teruel.
Con el final de la obra, ¿pretendéis dar un mensaje esperanzador?
No. No sé si son mensajes esperanzadores. Es la idea de: “Si te narras y lo cuentas, suceden cosas». Entonces, más que un mensaje esperanzador, es un: «Inténtalo o pruébalo, que no pasa nada. A mí me ha funcionado. Lo único que vas a recibir es cariñico y cordialidad”.
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