Es la primera vez que escribo o dirijo algo que tiene que ver con lo autobiográfico. En los 20 años que llevo en esto nunca había sentido la necesidad de relatar mi historia, pero ahora sí, tengo necesidad de hablar de mi infancia, empezando por tres mujeres que me criaron, las personas más importantes de mi vida: Mi tía Amparo, con la que he vivido siempre junto a mi madre, Ángeles (la única que sigue viva), y mi abuela, Adoración (en realidad era la hermana mayor de mi madre, pero siempre le llamé abuela) que me ha criado en su casa del barrio de Lacoma junto a todos mis primos.
Quiero hacer un homenaje, a estas tres mujeres incansables, que dejaron atrás sus cabras y sus montes de su aldea del Bierzo, para ir a Madrid a limpiar las casas de otras, o a hacer churros, vender pescado, planchar en una fábrica de pijamas o peinar durante décadas a todas las señoras de Malasaña. Y todo esto sin dejar de cuidar niños, limpiar sus propias casas, hacer la compra y darnos siempre de comer tres veces al día. No recuerdo haber comido fuera de casa en toda mi infancia y adolescencia, comer se comía siempre en casa, comida casera buenísima, menos la paella, que igual no es muy berciana.
Me enfrento a este trabajo como un ejercicio de enmienda con estas tres valientes, que no veían las limitaciones que yo intuía en sus comentarios, a quienes internamente en algún momento reproché ser pobres, ser esclavas y no tener nunca tiempo para mí, de quienes me llegué a avergonzar. Quiero agradecer a mi humilde y maravillosa familia no normativa, con todo el amor y toda la humildad que heredé de ellas, que me hayan protegido, querido, acompañado y respetado en absolutamente todas mis decisiones.
Este homenaje se extiende a un barrio de gente exhausta, sin recursos y azotada por la crisis de la heroína, con tanta gente enganchada que nos enseñaron a temer, y tantas familias sufriendo por ello, entre quienes aprendí a inventarme historias y mecanismos para huir de la realidad de una niña sola transformando la precariedad en ingenio. Más tarde a esto le llamaría «dispositivos escénicos», elementos recurrentes que hacen que mi forma de trabajar sea la que es.
También quiero en la obra homenajear a esta imaginación que me salvó y al propio teatro y sus mecanismos entre los que me siento ya más en casa que en mi casa. Muchos homenajes….
No sé si en la obra se verán todos, porque os confieso que encontrar un lenguaje escénico cercano a mi estilo para hablar de cosas personales sin que me parezca todo una horterada sensiblona me está costando mucho. Pero ahí va el esfuerzo y la intención. Y la gran suerte es que esta vez no estoy sola para intentarlo.