Por Álvaro Vicente
Fotos: Kvde.be
Danone natural azucarado… con aceite de palma. Chocolate con leche Nestlé extrafino, un gran vaso de leche en cada tableta… y aceite de palma. Ferrero Rocher nos ha conquistado realmente… a base de aceite de palma. Durante la pandemia, la empresa brasileña Agropalma intensificó su actividad para que sus clientes (Ferrero, Danone, Nestlé…) no sufrieran la falta de una materia prima esencial en sus productos. Ni ecológico, ni justo, ni sostenible, este comercio es uno de los responsables del robo de tierras, violación de derechos humanos, destrucción amazónica y explotación agroindustrial más intensiva del mundo, con lo que eso conlleva en tiempos de emergencia climática tratándose del pulmón del planeta. Pero, como empezó a vislumbrarse en Antígona, de Sófocles, la razón de Estado (de Estado capitalista) se pone por encima de la tradición, la ley del hombre por encima de la ley de los dioses. Y como nos enseña la tragedia griega más representada de la historia, esta megalomanía solo nos aboca al desastre colectivo.
Por suerte, siempre hay ‘antígonas’ por el mundo capaces de plantar cara a Goliat. En 1996, en el estado amazónico de Pará, un grupo de campesinos y campesinas marchaban por la reforma agraria y un batallón policial abrió fuego contra ellos, asesinando a 19 personas. Una activista del MST, Movimiento de los Sin Tierra, María de Araújo, testigo presencial de aquel infame ataque, lo revivió este año en un acto en recuerdo de la masacre en el que 200 personas bloquearon una carretera rural de la selva. Allí estaba el equipo de filmación de Milo Rau y la actriz indígena Sara Kay para encarnar a Antígona. “A los pueblos indígenas -señala Kay- sólo se nos ha prestado atención en nuestra defensa de la selva tropical desde hace unos pocos años. Mi pueblo fue primero oprimido y luego colonizado, lo que significa que muchos indígenas siguen sin tener derecho a su tierra”.
Tras Orestes en Mosul (antigua capital del Estado Islámico), y la película sobre Jesús El Nuevo Evangelio en los campos de refugiados del sur de Italia, Rau y su equipo viajaron a la cuenca del Amazonas, en Brasil, para concluir su Trilogía de los Mitos Antiguos. Junto con indígenas, activistas y actores de Europa y Brasil, se recreó la Antígona de Sófocles en un terreno ocupado como un sangriento choque entre la sabiduría tradicional y el turbocapitalismo global, una epopeya de la lucha de la humanidad contra su caída autoinfligida por la codicia de beneficios, la ceguera y la arrogancia. Y no menos importante, como una pregunta al propio arte: ¿Qué puede conseguir el arte comprometido? ¿Puede el arte ayudar donde la política fracasa? Siempre caben estas dudas en producciones hechas desde el afán de denuncia, desde el impulso solidario, desde el cariño y el respeto que, sin embargo, no pueden evitar cierto extractivismo, cierta veta de colonialismo, para nada agresivo en este caso. Pero somos europeos blancos de clase media alta los que vamos a consumir en edificios colmados de seguridad y comodidades estas historias del otro lado del mundo, como consumimos Danone o Nestlé. Reconocer y tener consciencia de las diferencias y semejanzas entre estos dos consumos es, al menos, una buena razón para seguir haciendo el trabajo que hace Milo Rau, un cine y un teatro políticos, que fusionados sobre el escenario dan voz a personas que ponen el cuerpo frente a la infamia, que usan conscientemente su cuerpo como herramienta política desde el arte.
Dice Milo Rau: “Según estudios de Global Witness y Save the Rainforest, nuestros conejitos de chocolate de ‘producción justa’, elaborados con aceite de palma ‘verde’, contienen en realidad la sangre de pequeños agricultores desplazados y el olor a quemado de la Amazonía devastada. Pero si uno entra en los sitios web de las empresas en cuestión, lo primero que ve son largos artículos sobre sostenibilidad, producción justa, reforestación. El rostro de la destrucción es sonriente, lo que nos devuelve a Antígona. Creonte es un personaje muy interesante, deslumbrante. No es un dictador loco, sino un gobernante completamente moderno que sabe exactamente cómo transfigurar la explotación y la destrucción de una manera zeitgeisty. Aquí es donde nosotros, junto con el MST, intervenimos. Arrancaremos la máscara de la cara de las corporaciones de una manera activista clásica e intentaremos mostrar alternativas reales”. Porque, como dice Kay Sara en su discurso final, “esta locura debe parar”.