Por Álvaro Vicente
Foto: Jorge Sierra
El Festival de Otoño nos brinda este año la excitante posibilidad de ver un trabajo conjunto de dos creadoras singulares. De un lado Miren Iza, alma del grupo musical Tulsa, dueña de un registro vocal muy genuino y de una lucidez compositiva que eleva el llamado pop de autor a cotas cada vez más interesantes. Y de otro lado María Velasco, escritora, dramaturga, productora y directora escénica, voz fronteriza que encuentra difícil acomodo en los -a veces demasiado férreos- esquemas del sistema teatral español. Miren y María, dos grandes letristas, si extendemos el término a la autoría teatral, que con letras también se hace, y con sabroso conflicto, como las canciones de una y las obras de la otra. Iza y Velasco, dos grandes aurigas de su destino, asidas firmemente las riendas aunque sea para cabalgar sobre las dudas y dejar el camino pespunteado con un anecdotario melancólico lleno de sentido, profundidad disimulada y fina ironía. Inteligencia y talento. Esta mesa tiene una tercera pata importante en el trabajo de la coreógrafa Josefina Gorostiza y una cuarta y una quinta, con la garantía y la tranquilidad que da saber que detrás, en la producción, está Teatro Kamikaze, y al frente del elenco de actrices, la solvencia y la experiencia de Socorro Anadón.
¿Y cómo es que se han reunido Miren y María? ¿Para hablar de qué? De las madres que les parieron, con una frase de Virginia Woolf en el frontispicio: “pensamos sobre el futuro a través de nuestras madres”. El proyecto se llama Amadora, que no es ni un disco de Tulsa ni una obra de María Velasco, no es concierto ni teatro musical. ¿Hay que definirlo? Son canciones compuestas por Miren y textos escritos por María, que además dirige la pieza; una propuesta abierta donde conviven músicas con monólogos, espacios sonoros con diálogos, acciones con atmósferas, poniendo “el foco en aquellas mujeres atrapadas en lo invisible, universalmente necesitadas e ignoradas, que reclaman de manera indirecta, con dolores, tensiones y ansiedad, el respeto que se les ha negado”, explican ellas.
Amadora es una heroína de andar por casa, siempre a merced de los deseos ajenos, siempre dispuesta, no sea que se encuentre de pronto con que nadie la necesita. Uno de los ejes temáticos de la pieza es, no en vano, el llamado síndrome de Wendy, que afecta sobre todo a las mujeres, identificado con esa excesiva preocupación por satisfacer y los enormes sacrificios que buscan evitar el abandono. Esa abnegación parece una vocación natural, las madres son así, ¿no? Pasa algo parecido con el dolor, otro eje sobre el que bascula la propuesta, una compañía silenciosa que estigmatiza a tanta mujer madura como enferma sin diagnóstico. Son muchos los dolores -y esto lo sabe Miren Iza de primera mano, que para eso es psiquiatra además de artista- que, por ser asociados fundamentalmente a las mujeres, no están tan estudiados, tan investigados, pero sí medicalizados hasta la adicción, para mayor gloria de las farmaceúticas.
Hay un tercer eje temático que tiene que ver con los roles de la mujer biológica habituales en la institución familiar tradicional y sus representaciones sociales, roles que esta obra pretende deconstruir y recrear. “Fregona, nanny, médica sin MIR, chamana, personal shopper o chica de los recados, documentalista, dietista, secretaria y chica para todo, esposa y madre, a Amadora la vida se le ha ido con el estribillo «no me puedo quejar». De un día para otro, el dolor llega a su vida y Amadora se siente como una niña a una señora pegada: señora cansada y dolorida”. Así reza el argumento de una obra que, dicen sus creadoras, está dedicada “a las mujeres a las que nos íbamos a parecer todavía más a partir de los treinta y tres. A las mujeres que estábamos obligadas a querer con independencia de que las admiráramos. A las mujeres que nos iban a dejar una carga maldita, disfrazada de instinto. Mujeres con las que había obligación de reconciliarse para ser capaces de cuidar, incluso de amar, sin hacernos el harakiri dos o tres veces al día”.
Para muestra, dos botones. Unos versos de una canción compuesta por Miren Iza para Amadora: “Me mecerá en sus brazos el diazepam, el tramadol me susurrará, me enroscaré en la cama como un animal, hasta que el león se canse y me deje en paz”. Y un pequeño fragmento del texto de María Velasco: “Tengo miedo de convertirme en un lugar común a pesar de tener un nombre propio. Hay nombres que son un correctivo. Peores que el pecado original o que el dolor de muelas o el de oídos: Soledad, Angustias, Dolores, Socorro… Amadora no es mejor”.