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Recordar nuestro pasado para intentar entendernos

“Para saber sobre tu identidad tienes que viajar a tu pasado”

El Teatro Fernán Gómez recibirá a partir del día 9 de marzo el montaje de la obra Daniela Astor y la caja negra. Un relato de reflexión sobre la historia de uno mismo, las preguntas que todos nos realizamos acerca de quiénes somos, cuanta libertad tenemos sobre nuestros cuerpos y cuánto difiere la idea de lo que somos y lo que quiere la sociedad que seamos. Tres mujeres de tres generaciones diferentes que abrazan las circunstancias que les da la vida de una manera completamente diferente durante una Transición que no les puso las cosas demasiado fáciles. La directora de esta obra, Raquel Alarcón, nos cuenta cómo ha sido este proceso “preciso y precioso” desde el primer minuto.

¿Qué historia nos cuenta Daniela Astor y la caja negra?

La de una mujer, Catalina, que rondando sus 50 años se pregunta por su propia historia y por la historia de su madre. Viaja atrás en el tiempo y recuerda su adolescencia, cuando descubre que su madre tiene detrás algo que la moviliza y la condiciona para el resto de su vida. Viajamos a 1978. Toda la obra se desarrolla en este contexto, donde esta niña adolescente, Catalina, está aprendiendo qué es ser mujer en la sociedad del destape. Ella sueña con ser como las actrices de esta época, tener esos cuerpos, y piensa que la idea de ser mujer es esta, pero poco a poco va descubriendo que esto es un relato construido y que no tiene nada que ver con la realidad de las mujeres de carne y hueso como su madre. 

 

De la obra original a este montaje, ¿qué ha cambiado y qué se mantiene?

El texto es una adaptación que ha hecho Mónica Miranda sobre la novela homónima de la escritora Marta Sanz, a partir del impulso de Laura Santos, que es una de las actrices y productoras de la obra. Durante el proceso todas pusimos nuestro granito de arena de qué le quedaba a cada una del ejercicio de entrar en Daniela. Después de esto se hizo también un trabajo de proyecciones, además de fragmentos documentales de la época, también hubo un trabajo con Lucía Valverde, cineasta y documentalista, con la que grabamos pequeñas piezas para contar este mundo imaginado de las niñas jugando a ser actrices del destape. Además, anterior a comenzar con este trabajo realizamos un taller con mujeres sometidas a circunstancias de vulnerabilidad, para poder entender también otros puntos de vista sobre qué le pasa a una mujer cuando decide enfrentarse a su entorno por defender sus derechos. 

 

Las protagonistas se enfrentan a que la idea de lo que quieren ser cuando sean mujeres adultas es muy diferente a la realidad, ¿cuánta culpa tiene de esto nuestra sociedad? Y sobre todo la actual, porque es algo que no hemos dejado atrás.

Esta obra se desarrolla en este periodo de transición, finales de los años 70, pero seguimos exactamente ahí, en el mismo punto. Incluso yo diría que, en un lugar más complejo, porque se ha radicalizado mucho el discurso de una parte y de la otra. En la transición sucedían cosas en respuesta a las libertades que se estaban conquistando en ese momento, ahora hay casi una autocensura, cosas que antes nos permitimos, ahora no se hacen. La obra tiene una parte donde aparecen fragmentos documentales de la obra, de películas, series o programas como El loco de la colina de Jesús Quintero… para reflexionar justo sobre esta idea. 

 

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Raquel Alarcón

La obra fue escrita en 2013. ¿Sigue abierta la interrogante sobre nuestros derechos como mujeres para con nuestros propios cuerpos, que es una de las principales ideas que lanza esta obra?

Por supuesto. Seguimos queriendo imitar esa imagen de la mujer que se ha construido y que tiene muy poco que ver con la realidad, hay que hacer un ejercicio muy fuerte de resistencia para no caer en ese juego. Y quizás cuando llegas a cierto nivel de madurez y de adultez estás demasiado influenciada por lo que se nos vende. 

 

Es una campaña de marketing irreal.

Exactamente. Por ejemplo aquí, ese ejercicio de buscarse y un poco encontrarse, lo hace Catalina cuando está llegando a sus 50 años, pero es una pregunta que todos nos hacemos antes o después. Tiene que ver con la idea de la búsqueda de la identidad de uno mismo, y no tanto de la que nos imponen los medios, incluso la propia ficción en algunos casos, desde un punto de vista más comercial con intereses de otro tipo. Y, claro, para preguntarte sobre esta identidad propia, irremediablemente tienes que viajar a tu pasado más inmediato.

 

¿Cuáles son los principales valores que se pretenden plantear con esta propuesta?

Diría que no hay tanto una cuestión de transmitir valores, creo que tiene más que ver con esto de hacerse preguntas de donde comienza nuestro propio relato, cómo se construye la relación con nuestros propios cuerpos, hasta dónde llega la libertad de decisión sobre nuestros propios cuerpos, y cuáles son las historias que merece la pena contar, y sobre todo quién decide cuáles son las historias que merece la pena contar. Esto tiene un poco que ver con el discurso que se nos vende de lo que tenemos que ser las mujeres, cuál es el lugar de la mujer en la sociedad, y es que seguimos en esa búsqueda y en esa lucha por encontrar el lugar. 

 

Como los personajes en este montaje, ¿seríamos todos un poco más felices si mantuviéramos viva nuestra parte más infantil?

Perder la curiosidad y la capacidad de juego es algo muy triste que nos sucede cuando nos hacemos adultos. El tener una mirada limpia, sin filtros. Esto es algo que no deberíamos perder nunca y deberíamos preservar siempre de nuestra infancia. También es cierto que el crecer nos permite madurar y entender qué nos pertenece a nosotros como individuos y qué nos han impuesto, y eso es algo que de niños no somos capaces de hacer. 

 

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¿A veces se confunde la idea de ignorancia e inocencia?

He trabajado muchos años con niños en el contexto teatral, y precisamente para mí por ejemplo tener en una sala de ensayo la mirada de un niño o una niña es un lujo, porque es una mirada sin filtros, honesta y sincera. Y eso es interesante y no deberíamos perder nunca porque nos hace estar en el mundo de una manera más fuerte. La inocencia entendida como algo no politizado, puro; inocencia entendida como ignorancia o falta de conciencia no, creo que para eso estamos los adultos, para cuidar que los niños que fuimos podamos crecer y desarrollarnos en libertad en la medida de lo posible. 

 

¿Qué define a estos personajes y de qué manera suponen un contrapunto para el otro?

Vemos a mujeres de tres generaciones en esta obra. Son tres actrices encarnando a muchos personajes, dos de ellos masculinos que realizan apariciones puntuales. Está Catalina de niña, la madre de Catalina y luego está la abuela de Cata. Cata tiene a su amiga, Angélica, con la que juega a ser actrices del destape. Luego está Sonia, que es la madre, que se separa del marido y las consecuencias son graves para ella porque toma una decisión que la sociedad no le permite tomar; y luego está la abuela que, a pesar de ser un personaje liberal, no apoya la decisión de Sonia. No se podría contar la historia de una sin la otra, porque Catalina viene de una perspectiva vital a raíz de lo que ha aprendido con su madre. 

 

¿Cómo ha sido dirigir a tres actrices como Helena Lanza, Laura Santos y Miriam Montilla?

Ha sido un proceso muy rico en cuanto a las capas interpretativas y el trabajo que se hizo con el texto fue muy preciso y precioso. Mónica hizo un gran trabajo de adaptación y después tuvimos un proceso con ella en los ensayos para ver cómo se podía abordar desde el texto, para jugar todas estas capas y que el público pudiera entender que esas mismas actrices estaban encarnando muchos cuerpos distintos. Hay rupturas al público donde las actrices se dirigen a los espectadores y reflexionan sobre lo que está pasando. Ha sido un trabajo de afinar mucho en cómo con pequeños signos podíamos llegas a sitios diferentes. 

 

¿Cuánto peso recae sobre la puesta en escena en un montaje donde se apuesta tanto por el trabajo actoral?

Está construida muy a favor de esto. El trabajo de vestuario que ha realizado Paola ha sido brutal para conseguir que veamos a la niña, a la mujer de 50 años… y el trabajo de la puesta en escena ha sido más de quitar que de poner. El texto habla de la propia desnudez, y pone esa idea también sobre la puesta en escena. Ha sido un trabajo de escucha, para dejarlo de una manera que el espectador pueda construir a la vez que se está construyendo en el escenario, que no sea una manera externa y pasiva, sino que sea participativa del hecho escénico para que el relato se termine de montar. Prácticamente todo ocurre en el interior de la casa de Catalina y es desde ahí donde se abren las puertas imaginativas para el espectador. 

 

En este caso eres directora, pero también has ejercido como actriz en otros muchos proyectos, ¿cuál de estas mujeres te hubiera gustado interpretar?

En realidad, todas y cada una de ellas en algún momento. Todas tienen un momento dentro de la obra donde brillan, donde se les revela algo… y esos momentos me parecen maravillosos. Soy actriz, pero llevo ya tiempo dedicándome a la dirección y tengo esa parte un poco olvidada (risas). Me enamoran los personajes en el momento en el que están transitando para otro lugar, más que en el momento en el que habitan. Esos momentos de confrontación en los que vienen de algo y van a otro lugar completamente diferente. 

 

 

También eres bailarina, pedagoga, y has ejercido como periodista, ¿Cómo conjugas estas diferentes facetas?

He tenido la suerte de que la vida me ha ido poniendo delante proyectos que me han llevado por un camino o por otro de una manera un poco inesperada o buscada. Yo empecé la vida profesional trabajando como periodista, pero en un momento me empezó a interesar la interpretación y empecé a estudiarlo con la intención no de dedicarme a ello, y luego sucedió que me enganchó a ello por completo. Creo que todo lo que hay en común de todo esto es el interés y el deseo por comunicar, son todos procesos comunicativos. 

 

Profesionalmente, ¿cuáles son tus próximos desafíos?

Estamos en ello. Apenas he terminado de dirigir en el Centro Dramático Nacional el montaje de 400 días sin luz, y ahora vamos a arrancar con Daniela Astor y la caja negra en el Fernán Gómez, obra con la que participaremos en el Festival por el día de la mujer Ellas crean. Y bueno después de este subidón de trabajo habrá que descansar un poco para volver a poner la máquina en funcionamiento. Porque esto es muy intenso y una pone el alma y la vida en cada proyecto que se hace y espero estar pronto en nuevos proyectos, pero todavía no se puede contar.

 

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