Fotos: Juanjo Marín
Carlos, Laia y Manuel se reencuentran con la señorita Mercedes, la maestra que les enseñó a leer y escribir cuando eran pequeños. Quedan lejos esos tiempos en los que eran niños, percibidos como una hoja en blanco donde todo sueño o aspiración parecía posible. Han pasado más de veinticinco años y ahora son adultos que han superado los treinta y se van acercando a la cuarentena. La vida de cada uno de ellos ha ido por caminos diferentes. El reencuentro, aparentemente casual, con la señorita Mercedes, resultará inquietante y trastornador para cada uno de ellos. Poner el retrovisor abrirá interrogantes y también viejas heridas. Nadie tiene escapatoria en este reencuentro con el pasado, tampoco la que fue su maestra, o ninguno de ellos. Quizás tampoco nosotros.
La habitación blanca nos propone un viaje para volver a visitar los paisajes íntimos y emocionales de la niñez: lo que queríamos y aspirábamos a ser y en lo que nos hemos acabado convirtiendo; aquellos aspectos que, querida o involuntariamente, hemos decidido dejar atrás o, simplemente, se han quedado por el camino; los recuerdos que hemos enterrado ante la incapacidad de enfrentarse a ellos; la sensación de un tiempo de aprendizaje, de absorber conocimiento, experiencia y belleza pero también, y sin que ninguno de nosotros se pueda excluir, de recibir y provocar dolor.
Miró escribe una obra íntima que combina drama, humor, ternura y reflexión. El texto recoge aquella idea de Sartre de que “la infancia decide“ y pone la lupa en esta habitación en blanco y espacio fundacional que es la infancia.
Drama, humor y ternura se combinan en el texto del reconocido dramaturgo catalán, que nos habla sobre la infancia a partir de un encuentro aparentemente casual.