Atreverse
Llevo dos semanas ensayando Los pálidos. Es la primera vez que dirijo una obra de teatro. Mi entorno me pregunta qué tal lo llevo. Les explico que se parece a un estado de enamoramiento. Gente talentosa que conozco me dice que, si eres buena persona, la relación entre director y actor es preciosa. Dicen que, si las cosas van bien, una sala de ensayo es el lugar en el que circula el amor. Es curioso pero cierto: debajo de todas las capas de trabajo, de las infinitas decisiones diarias, del placer y la frustración, lo que hay es algo sencillo e insólito: un grupo de gente completamente presente durante unas horas al día.
Siempre me ha importado sentir que lo que escribo toca el fondo de algo, al menos el fondo de mi propia limitación, y que en algún punto la obra se atreve a emocionarse por algo muy profundo que desconoce. Este deseo me sumergía en estados completamente estereotípicos: soledad, ensimismamiento… Tenía la fe de que alejarme de los demás y de la vida me acercaría a mí misma y a la obra que perseguía.
Ese peregrinaje abría un camino que otros transitarían después al margen de mí. Y quizá por amor a la obra intentaba que esta fuese legible, pensaba cómo, desde el texto podía facilitar que otros pudieran defenderla y cuidarla. Entre otras muchas cosas, escribir era aceptar, incluso desear, que otra persona se apropiara de mis palabras. Ahora que me estoy responsabilizando de ellas hasta el final, entiendo la dimensión de eso que hice tantas veces. Lo difícil que debió ser para mí esa entrega, también lo liberador y cómodo de esa entrega.
El movimiento de atreverse a hacer algo es siempre el que conviene. Para llegar a este punto he tenido que romper capas muy viejas de terror y de ideas absurdas sobre mí misma. Pensaba que tenía que ver con hacerlo bien / hacerlo mal, pero ahora me parece que era miedo a ser escuchada del todo y a mirar a los otros tan absolutamente de frente, sin opción a apartar la mirada.
Antes de empezar los ensayos, le pregunté a una directora amiga por qué tardó tantos años en dirigir después de mucho tiempo escribiendo. Me contestó que, para ella, la pregunta no es qué le animó a dar el paso, sino qué le había impedido darlo antes. Me dio un consejo: rodéate de gente lista ante la que le puedas decir que hay cosas que no sabes hacer. Cualquier ocasión es buena para darle las gracias a todos los que me acompañan en este proyecto.