Fotos: Fabrice Rodin
La obra se desarrolla en el centro de un pueblo en los años sesenta. Robert vive con su madre, Odette, tiene unos cincuenta años, es calvo, barrigón y malhumorado: cumple todos los criterios para ser un soltero empedernido.
La relación madre-hijo es tan inquietante como hilarante, un guiño al episodio El platillo volante y el loro del programa de la televisión francesa Strip Tease.
Pasa la mayor parte del tiempo en un garaje convertido en habitación-laboratorio, donde intenta montar una máquina de teletransporte. Odette se ocupa de la casa, del jardín y de su hijo ya adulto, aunque eterno adolescente.
Con una mirada tierna pero totalmente escéptica, observa las supuestas investigaciones científicas de su hijo. Asistimos a la vida cotidiana de esta extraña pareja, perturbada por una sucesión de experimentos de teletransporte con resultados más o menos exitosos, aunque necesarios para perfeccionar la máquina. Robert practica primero con objetos, luego con animales, incluido el perro de Odette, Croquette, que tiene un final trágico. Preocupada por el aislamiento de su hijo, Odette decide invitar a tomar una copa a Marie-Pierre, del mismo tipo que Robert: cohibida y solterona.
Tras una velada desastrosa, Robert convence a Marie-Pierre para que convertirse el primer humano que jamás haya probado a ser teletransportado.
Con movimiento corporal, efectos especiales y estética de la época de los inicios de la informática, La Mouche se presenta como un laboratorio de exploración escénica y visual, un extraordinario campo de juego.