A través de un círculo rojo junto al nombre del paciente y el número de historia, se señalaba en los hospitales que la persona que iba a ser atendida era portadora del VIH. El círculo (o punto) rojo, era una marca identitaria, una cruz que los marcaba, los señalaba, los perseguía. Como una cicatriz eterna.
Esta y otras realidades han sido el día a día de las personas con VIH desde la década de los 80. En esta pieza nos acercamos a algunas de esas realidades a través de la historia personal de cuatro portadores del virus. Los cuatro actuantes desnudan su alma y exponen al espectador qué supone para ellos relacionarse día a día con el VIH.
Su discurso funde la palabra con la acción performativa, la música que baña la estancia y la videoescena poética y mordiente, creando una atmósfera íntima y reveladora donde el espectador se vincula racional y emocionalmente.