Bernarda y Poncia, silencio, nadie diga nada
Por Alberto Morate
Han pasado ocho años. Pero la casa no está vacía, aunque no se vea movimiento alguno. Aunque las ventanas permanezcan cerradas, el polvo no se acumula en los muebles. Ya está Poncia al quite y al servicio de Bernarda, pero no solamente eso, mantienen ese tira y afloja de necesidad y dependencia emocional que ha hecho que no se vengan abajo, ninguna de las dos.
Saldrán a relucir ciertas verdades silenciadas, no pactadas, pero que son vida, amor agazapado, condición de compartir, aunque una ordene y la otra cumpla.
Hay sensibilidad desde el inicio de la representación. Nos llega ese aire rural en el espíritu de estos personajes creados por Federico García Lorca, pero a los que les da nueva vida, Pilar Ávila con una propuesta dramatúrgica debidamente exquisita, en la relación secreta que mantienen ambas mujeres, en su dolor, en su humanización y comprensión. La autora, dota a Bernarda y a Poncia de una belleza ingrávida que ahonda en los sentimientos, en el cariño y en la verdad.
Pilar Ávila y Pilar Civera llevaban interpretando La casa de Bernarda Alba durante mucho tiempo, con la grandeza de las grandes actrices que son. Se han impregnado de su esencia, y solo podían ser ellas las que expresaran con mayor acierto esa estrecha convivencia donde hasta con los silencios y las miradas se hablan.
Manuel Galiana, el director, no ha podido tenerlo más fácil, supongo. Ya las conocía de sobra y además, viendo su interpretación, su entrega, su credibilidad, su sufrimiento, su dependencia una de otra, en una complicidad extrema de humanidad, ambas mujeres hacen que nos rindamos ante su eficacia poética.
Un texto de alta calidad, junto con una puesta en escena sobria, pero ajustada a lo necesario y unas magníficas personalizaciones, limpias, sentidas, inmejorables de las dos actrices hacen de este montaje una delicia que, estoy seguro, Lorca aplaudiría a rabiar porque él ya dijo que “el teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre”. Conseguido. Vemos a Bernarda, vemos a Poncia, nos preguntamos quiénes son ahora, ocho años después, qué relación les une realmente para que no se abandonen una a la otra, cuál es el grito callado, cuál es el vínculo real, sin bastardías de ninguna clase, cuál es la verdad opuesta, qué necesidad se tienen mutuamente.
Bernarda y Poncia, silencio nadie diga nada, siéntanlo. Dejen el balcón abierto para ver lo que hay en su interior y podrán respirar un aire teatral renovado.