«Vivimos en una sociedad con una salud mental muy pobre»
Se ha estrenado Feroz en La Encina Teatro, una pieza firmada y dirigida por Raquel Reyes e interpretada por Alejandro Escabias, Manu Riego, Carlos Peregrín, Miguel Morenza y Pilar Pintre. Su autora se pregunta en este texto si es posible la eterna felicidad retratando una sociedad perfecta que prescinde de emociones negativas para alcanzar sus sueños.
Con motivo del estreno mantuvimos un encuentro con el joven actor madrileño Manu Riego que este verano se alzó con el primer premio del I Festival de Microteatro organizado por El Pasillo Verde Teatro por su interpretación en Zelim. Charlamos con él sobre su trabajo en Feroz, sobre la importancia de tener un referente que te inculque valores culturales y de cómo éste puede ser decisivo para desarrollarse profesionalmente como actor.
Feroz, en La Encina
Por Ka Penichet
¿Cuándo y por qué te empezó a interesar la interpretación?
Mi primer curso de interpretación lo hice con 15 años. Mi madre es la figura que me acerca muchísimo al mundo de las artes vivas desde espectáculos de Ara Malikian, a lo más comercial como Disney On Ice o hasta lo más de autor de Teatro Pradillo. Creo que, inconscientemente, sobre todo por mis padres me empieza a despertar un interés por el ritual del teatro. Otra clave es que en mi vida se me cruza el montaje de Asier Etxeandia, El intérprete, fue como mi primera gran resaca emocional de ver algo, de no entender por qué no podía continuar con mi vida, de llorar y de haberme sentido parte de algo y al llegar a casa sentirme huérfano. Ese es el motor de hacer teatro. Recuerdo decirle a mi madre, al salir de un Calígula que interpretó Javier Collado en el Teatro Fernán Gómez, cómo podía apuntarme a clases de teatro. Tenía miedo a dar el salto a interpretar por si no era lo que yo pensaba y sentía mucha inseguridad a hacer cosas que me incomodaban como mantener un minuto una mirada.
¿Te apuntaste como hobby o con la firme creencia de que era eso a lo que te querías dedicar?
Diría que como un hobby porque, aunque desde pequeño siempre tuve formación continua con la música, con el teatro me pasaba que tenía miedo a desmotivarme como espectador, teniendo en cuenta que si yo me metía ahí igual me decepcionaba el asunto. Con 16 años yo quería ser Asier Etxeandía. Tenía mucho miedo como Manu actor y como Manu en la vida. Mis padres me educaron en la libertad pero en una sobreprotección más que una exposición a todo y eso me ha hecho ir muy despacio en las relaciones sentimentales, no cogerme una borrachera hasta hace apenas dos años, explorar un montón de cosas…
Entonces, ¿cuándo empieza a sobrevolar la idea de tomártelo en serio?
Todavía hay mucha gente que piensa que me lo tomo como un hobby, hay gente para todo. Cuando de verdad digo que quiero dedicarme a esto es en la escuela de Raquel Pérez. Yo entro ahí sin saber, la conocí en una versión de Macbeth que hizo José Martret en La pensión de las pulgas y ahí conocí también a Dani Pérez Prada que hacía una sustitución. Dani había visto mis primeras muestras de teatro. Para mí es una persona muy especial porque me transmitió que había algo mío que le había gustado.
¿Cómo encajaron tus padres que quisieras dedicarte profesionalmente a la interpretación?
Pues hubo mucha diferencia entre lo que pensaba cada uno. Mi padre ahora con todo lo que nos ha pasado está más conmigo y lo que quiero hacer, pero mi madre tuvo la mentalidad quizás más atrevida y valiente. A los 19 años tuve mi momento de perder un poco el control en general cuando ella se murió por el cáncer. Recuerdo que la primera conversación que tuve con mi padre cuando supe que mi madre se iba a morir fue que si me iba a seguir pagando la escuela de teatro. Es un poco fuerte.
Con los 22 años que tienes ahora, ¿qué balance haces de los trabajos que has realizado?
Desde que entro en Raquel Pérez Formación Actoral siento que es el momento de profesionalizarme y preparar la muestra de 2º. Esa muestra empieza a dar resultados y doy el salto al circuito de salas alternativas con Shoa en La Encina Teatro. Gracias a eso me ve actuar Paco Sáenz, el programador de la sala, que me llama meses después para La casa de Bernarda Alba. Hasta ahora, que estrenaré Feroz, el trabajo más complejo al que creo que me he enfrentado es Ribeiro 1977 que es una obra de dramaturgia colectiva que hago en mi tercer año de Raquel Pérez y lo dirige José Padilla. José es una persona con mucha energía y mucha visión y eso a nivel actoral requiere ser mentalmente rápido.
Si tuvieras que hacer una crítica constructiva a las formaciones de teatro en general, ¿qué carencias le ves?
Voy a ser sincero, el cuerpo es lo primero que me viene. Esto no es solo a nivel artístico sino a nivel de la sociedad. Tenemos como muy olvidado el cuerpo. Creo que las escuelas de teatro heredan una metodología muy antigua y muy clásica de la palabra y el texto y todo lo que eso da y que son posibilidades infinitas, que a mí me encanta y que yo lo quiero hacer y por eso estuve en el proceso para LaJoven del clásico, que al final no salió y lo seguiré intentando. Supongo que por la inmediatez, por el tiempo, por ajustar una economía, a la gente no le puede costar carísimo una escuela de interpretación… pero claro lo corporal es lo que a mí, como ese Manu de 15 años que quiere ser actor, que precisamente, se fija en una persona como Asier Etxeandía que a nivel corporal es bestial, o como por ejemplo, Alberto Velasco, con el que quiero hacer el curso de I am What I Am, ahí es donde siento que puedo crecer. Lo corporal lo veo como una carencia y yo lo veo fundamental porque ahora en Feroz quiero que el espectador vea que hay un trabajo corporal, qué pasa si antes de soltar tú una frase, tienes un estado emocional o tienes un cuerpo que te va a traspasar. No puede salir igual ese texto sin pensar estar en el cuerpo y estando en el momento.
¿Cómo gestionas emocionalmente saber que te quieres dedicar a una profesión con una elevada cifra de paro?
Yo donde me focalizo es en no perder el motor que me llevó a los 15 años a ser actor y que ahora estoy en un momento personal muy bueno de haber pasado un maremagnum muy fuerte de cosas como una pandemia, que me rompe un poco como el proceso natural de duelo que tendría que haber llevado. Asumiendo eso, tengo como un Pepito grillo en mi día a día que está como diciéndome: «¿Hasta cuándo va a durar esto?». Soy muy soñador y con la edad que tengo creo que nadie me puede sacar de ahí.
Como espectador, ¿cómo vives la actividad teatral?
Como mis padres me llevaron siempre a ver mucho teatro siento que a veces soy quizá demasiado crítico con la actividad teatral, pero no me decepciona. Creo que lo que sentí con El intérprete es muy fuerte y me ha vuelto a pasar pocas veces.
Soñemos juntos un poco, ¿con quién te gustaría trabajar en un futuro?
Si es actor con Asier Etxeandia clarísimamente, aunque es verdad, que tengo como una cosa romántica y casi mágica que si yo en un futuro trabajara con Dani Pérez Prada sería súper especial porque yo siento que es una de las personas que me ha dado la mano. También me gustaría trabajar con Álex García. Y a nivel de dirección, por una cosa muy romántica, muy de mi madre, que le gustaba mucho, Miguel del Arco.
¿Cómo te llega la propuesta de Feroz?
Un día me llegó un mensaje de Raquel Reyes, la autora y directora, contándome que necesitaba un actor y me comenta que va a dar un curso de dirección en la escuela de Raquel Pérez que fue la que le pasó mi contacto. Soy entre loco y educado porque no sé decir que no pero me dio mucha confianza que ella fuera a dar clase en la escuela de Raquel Pérez por eso el sí fue por delante.
Preséntanos a Víctor, el personaje que interpretas.
Víctor es un Segismundo, traído a una sociedad que no conoce, en la que la gente se toma una pastilla voluntariamente para cerrarse a los sentimientos relacionados con la tristeza para fomentar la productividad, la felicidad y que, de alguna manera, se reduzcan las emociones. Víctor es una persona sobreprotegida por sus padres, que su mundo se reduce a las paredes de su casa, eso conlleva que sea una persona muy inocente. Lo que mueve la obra es su impulso y su curiosidad.
¿Qué paralelismos encuentras con la sociedad actual y la que describe Raquel Reyes en el texto?
Raquel escribió el texto antes de la pandemia. Vivimos en una sociedad con una salud mental muy pobre que vive medicada para poder enfrentarse a sus traumas. La gente no tiene tiempo y mucho menos dinero para pagarse un psicólogo. Creo que es una de las razones por las que escribe este texto Raquel porque vivimos en una sociedad infantilizada. Es un poco el sálvese quien pueda. La colectividad se fue a la mierda hace mucho tiempo, el concepto de sociedad es una manera de denominar pero no hay un concepto real y efectivo de colectividad.
Desde joven has vivido ya situaciones traumáticas, ¿qué relación mantienes con el dolor?
El texto dice en algún momento: «Hay que dejar que nos inunde el dolor». Creo que no hay que obviarlo y hay que pasar por eso. A mí nunca me enseñaron a trabajar desde el lado personal en escena, trabajo desde otros lugares, pero no puedo engañarme y es justo lo que me ha tocado vivir en los últimos años y aprendí de mi psicóloga y de mucha gente que me ha ayudado en el proceso que hay que sentir el dolor. La gente cree que no. Lo otro es mucho más efectivo e instantáneo pero es mucho más corto. He conocido a gente que le ha pasado algo parecido como a mí cuando eran pequeños, no se lo trataron en su momento y les ha explosionado de repente muchos años después.
¿Habías trabajado antes con tus compañeros de reparto?
No, no había trabajado con ellos antes. Sólo conocía a Alejandro Escabias de haber coincidido con él en un cumpleaños. Para mí ha sido fundamental aventurarme en otro tipo de relación, quería empezar a trabajar con otra gente y empezar a vivir otras cosas. Con ellos no me ha dado tiempo profundizar tanto como con la gente de la escuela. Son maravillosos, además como no les conocía de antes les veo más en el personaje que a ellos.
¿Por qué se llama Feroz la pieza?
Creo que es muy literal. Mi personaje tiene un despertar que es muy feroz que también interpela a todos los personajes, no solo a Víctor. Los personajes están llevados muy al límite y tienen una curva muy interesante. Es un texto que interpela a nuestra sociedad pero desde esta ferocidad capitalista, de la productividad, del dinero… que antepone todo.
¿Qué te acerca y que te separa de tu personaje al inicio de la obra y el del final?
Me acerca mucho desde mi vida personal. Lo digo porque objetivamente tiene una semejanza real. Esta inocencia que hay de Víctor al principio, a mí me llama como persona esa sobreprotección, ni premeditada de mis padres, ni buscada, y lo que me separa. El Víctor del principio que interpela a un Manu del pasado lo que le separa es el Manu del futuro. A mí, a raíz de un proceso personal y familiar doloroso, me convertí en más feroz. Perderle el miedo a salir a una discoteca, emborracharme, hacer una fiesta en mi casa y que se te quejen o no, cosas que Manu de 18 años no hubiera hecho nunca y Manu de 22 no se dedica a hacer fiestas todos los fines de semana pero inevitablemente hay una evolución. ¿Qué me separa radicalmente de Víctor en su evolución después?, pues que es un tío completamente dionisiaco y yo, dentro de mi evolución y mis cosas, soy apolíneo cien por cien. Víctor no puede ser apolíneo nunca. Por eso soy actor.