Los útiles de la recolección, varas y capazos, bailan arriba y abajo antes de compartir unos miriñaques más que especiales que surgen al fondo y que también son árboles que ofrecen sus frutos.
Atravesando el campo de almendros, se llega con guía al bosque. Y allá, a lo lejos, una demostración práctica de que los perros, que no pueden comer almendras, bien pueden llevarlas de paseo.
Tras un breve refresco musical (tres piezas), un elegante espectador se encuentra con sus amistades (ni qué decir que muy elegantes a su vez) que bailan un swing hasta ‘perder la cabeza¡.
Después de mucho buscar la almendra perdida, una pelea se desata por saber quién se la queda. Y así, la danza se vuelve furiosa en un juego en el que nadie puede tener la certeza de haberse hecho con ella. Al final, será un músico, cual ardilla, quien se lleve la almendra ‘al agua’, que acaba colgada como un jamón de bellota.
Y en el gran ‘finale’, el ritmo se impone en la pista de tenis, con unas varas que obligan a saltar y moverse al ritmo de una percusión que, irresistible, empuja a unirse a la fiesta. ¡Os esperamos!