Por Álvaro Vicente
Belleza, sencillez y poesía. Tres conceptos que resumen con justicia el trabajo del colectivo libanés Kahraba, que el año pasado epató los corazones de chicos y grandes en su comparecencia en este mismo festival con su pieza Géologie d’une fable (Geología de una fábula). Collectif Kahraba se creó en 2007 con la convicción de que el arte es una vía para el diálogo y la apertura. Hoy se conforma a través de una red de actores, escritores, directores de escena, fotógrafos, titiriteros y bailarines empeñados en cuestionar poéticamente el mundo en el que vivimos y, supuestamente, evolucionamos. Hace 5 años se hicieron cargo del Hammana Artist House, un espacio de residencia, creación y formación multidisciplinar situado a 40 minutos de Beirut. Sus creaciones giran por todo el mundo y este año vuelven a pasar por Madrid para contarnos un sueño, el sueño de un bosque olvidado. Se trata de otra delicia para todos los públicos, en manos de Éric Deniaud y Tamara Badreddine, como creadores e intérpretes, y la mirada externa de Aurélien Zouki y Marielise Aad, otros dos miembros de la compañía.
Songe d’une forêt oubliée es una miniatura para ver de cerca y es por eso que la compañía recomienda que asistan unas 35 personas como máximo en cada representación. Objetos y títeres, sonido e imagen, sumergen a los espectadores en un sueño sin palabras. Hay una niña sobre un trozo de madera, como una náufraga que ha sido arrojada al abismo por una tormenta de la que no sabe nada. Duerme. Sueña. Y un bosque acoge su sueño, y la niña atraviesa el bosque que la protege. Pero el bosque no está vacío -porque ningún sueño lo está. Hay presencias que van colocando delicadamente las piezas necesarias para un despertar. Y habrá de ser un despertar que sea también consuelo, consuelo de una vida herida -porque ninguna vida está libre de herida.
Para el público, este delicado poema visual es una invitación a soñar igual que la niña, a acompañarla a través del bosque, de la lluvia, del viento que construyen el paisaje onírico. Como pasa a menudo cuando soñamos, parece que sabemos identificar el lugar, pero en concepto, ya que luego, al atravesar el bosque, nunca es el bosque que creíamos conocer. Un aliciente para un espectáculo que actúa sobre nosotros como actúan los sueños, los dulces sueños, ese estado interior que nos ayuda a cuestionar, así sea inconscientemente, lo que sentimos y cómo lo sentimos. Los sueños nos ayudan a ubicar en nuestro cerebro la certeza de que no todo lo podemos entender desde la lógica racional, y ahí nos dejamos llevar, con temor a veces, quizás con alegría. Un camino de conocimiento que recorremos de la mano de dos narradores silenciosos y precisos. Independientemente de nuestra edad, que aquí es lo de menos, la pieza nos invita a participar de ese viaje interior y confiar en la propia interpretación. No hay historia que seguir, no hay desenlace que esperar. Solo aguardar ese momento feliz de lucidez en el que sientes que algo se ha colocado dentro.