Arde ya la yedra, en Cuarta Pared
Por Alberto Morate
Un cielo sin estrellas. Sería como decir un mar sin peces. O una ciudad sin gente.
Aquí se cuestionan varios fantasmas de ideas, pensamientos y creencias. Pero todo, o casi todo, tiene una ida y una vuelta. Lo que va vuelve, lo que sube baja, lo que entra sale. Y también existen los contrarios. La luna y su cara oculta, el día y la noche, la juventud y la vejez, la percepción del dinero y la pobreza. Y palíndromos que desconciertan: “somos o no somos”, “sé verlas al revés”, “amo la paloma”, “Arde ya la yedra”,… volver atrás, recorrer a la inversa, por ejemplo, que una obra artística valga más cuando se destruye, que nos sintamos jóvenes mientras cumplimos años, que se oiga el mar en una caracola, que los sauces lloren sin lágrimas, que soñemos despiertos, que el disco esté rayado y repita siempre el mismo acorde.
Francisco Javier Juárez hace un ejercicio de espejo con la historia y las palabras, y por eso lo llevan a cabo Territorio Violeta (Rosa Merás y Silvia Pereira), para despertar dormidos, porque aunque la voz de la naturaleza no se entienda, sí se comprenda.
En Arde ya la yedra, hay apego a la pared en la que sustenta, contraste de economías, como nieve en el fuego, que se puede consumir sin gastar y que se puede gastar para no tener nada.
Se habla de libertad, sin nombrarla, se habla de arte sin verlo, se habla de cielo sin estrellas.
Los intérpretes, Rosa Merás, Mª José Palazón, Adrián Navas y Daniel Jaén, estupendos en sus actuaciones, leen hacia los dos sentidos, contrastan su candidez con su experiencia, su inexorable tristeza con sus ganas de sentirse vivos, su desolación con la parafernalia de cumplir con los trámites que la sociedad espera.
Al final, las raíces de sus vidas se confundirán con sus objetos, con sus creencias, con las instituciones y empleos que avalan, o no, su forma de pensar, de sentir, de compararse a esa obra de supuesto arte pulido que cuesta más de lo que vale, sabiendo que ellos valen más de lo cuestan.
Toda hoja tiene su haz y su envés, una más vistosa, otra más áspera y oculta, la cuestión es saber darle la vuelta para admirarla como un palíndromo, que se puede leer de izquierda a derecha, y viceversa.