Cine para adultos, sátira y música son las claves de Alfonso el Africano, el nuevo espectáculo con el que Club Caníbal se presenta, del 17 de noviembre al 26 de diciembre, en el Centro Dramático Nacional. Una mirada hacia principios del siglo pasado que nos muestra que las cosas no han cambiado tanto como cabría esperar.
Una tarde cualquiera nos colamos en un descanso de los ensayos de la compañía para charlar con Chiqui Carabante, director del espectáculo, y la troupe que lo pondrá sobre el escenario: Font García, Vito Sanz y Juanfra Juárez, junto a Pablo Peña, responsable de la parte musical, y conocer de cerca la manera de contar historias que tienen esta panda de amigos que, cuando se suben al escenario, les encanta toquetear donde escuece y ponerlo todo patas arriba a base de carcajadas.
Un poco de ‘borboneo’ teatral
Foto de portada: Luz Soria
«Hay que ver cómo está el patio real, ¿eh? El rey y sus cosas: Que si está más atento a sus asuntillos, que si elefantes, que si los catalanes de uñas, que si se marcha…». Algo así nos valdría para comentar nuestra actualidad más reciente como para remontarnos a comienzos del siglo pasado. Nos valdría para referirnos al rey emérito como para hablar de Alfonso XIII; y es que en España estamos convirtiendo eso de que ‘siempre se repite la misma historia’ -ya tienen banda sonora mental para acompañar el artículo-, en un bucle en el que la frecuencia temporal es cada vez más estrecha.
No hace falta más que asomarse un poco a las crónicas de comienzos del siglo XX y la actualidad político-social para darnos cuenta de que los españolitos, no es que tropecemos con la misma piedra, es que nos encanta hacer la croqueta cuando nos caemos y, cuando volvemos a ponernos en pie, salimos corriendo a colocarnos a la cola para repetir ‘la hazaña’ con la alegría de quien se sube a una atracción de feria.
Ante esta situación, tenemos dos caminos: o nos llevamos las manos a la cabeza sin entender cómo es posible, o sacamos ese carácter patrio que nos hace tomárnoslo a risa, como es el caso de la compañía Club Caníbal que, después de haber repasado las ‘Crónicas Ibéricas’ de nuestra actualidad más reciente con su retrato satírico de trazo grueso, han querido remontarse atrás en el tiempo para acabar iniciando una ¿nueva trilogía? gamberra e irreverente que perfectamente podría señalar nuestro presente más inmediato. «Hablando con distancia también se puede hablar de la actualidad», dice Chiqui Carabante, director de la compañía.
El club del hambre
Una tarde de octubre nos acercamos al local de ensayo que tiene el Centro Dramático Nacional en el barrio de Usera de Madrid, donde los miembros de Club Caníbal preparan su nueva producción: Alfonso el Africano. Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz, Pablo Peña y, el recién incorporado, Juanfra Juárez. Nos reciben con el techno-lorquiano de Voadora, que ensayan en otra sala, colándose de fondo. Solo nos falta nuestro querido Juan Vinuesa que, aunque ha participado en la escritura del espectáculo, en esta ocasión verá a sus compañeros desde la butaca.
Ellos son, antes que nada, un grupo de amigos y eso queda patente en cuanto nos sentamos a charlar. Las risas, las bromas, las interrupciones y el completar las frases unos de otros, son un reflejo de esa camaradería y buen rollo que traspasa lo profesional. «Nos juntamos porque nos gustamos -nos cuenta Font García-. Es muy difícil reírte de las mismas cosas y tenemos el mismo tipo de humor».
La compañía, nos explica Vito, «nace de la necesidad de comer. Estábamos en una época bastante mala de trabajo». Comenzaron haciendo piezas cortas de microteatro y un buen día se les puso por delante la posibilidad de participar en el desaparecido festival Frinje. El hambre y la falta de dinero les sirvieron de inspiración para bautizar a la compañía, las opciones: Club Caníbal o Club Canino, decantándose finalmente por la primera, por aquello de que el hambre va más allá de lo meramente físico.
A partir de ahí inician su andadura con un estilo de trabajo inspirado en «la Comedia del Arte o algo muy popular. Tenemos esa cosa del cómico antiguo. Estamos aquí para divertirnos, después ya nace el discurso», el cual construyen a través de personajes y situaciones «grotescas y deformes» que nacen de las propias noticias: Un pueblo que tira cabras desde el campanario para celebrar sus fiestas, el engaño de la selección española de baloncesto en los juegos paralímpicos o la creación del imperio sobre el que se sustenta El Corte Inglés, son algunas de esas historias que ellos pasan por el tamiz del esperpento y la sátira. «Ahí hay algo que tiene que ver con la identidad española, desde el lado más cutre que nos apetece reformular y trabajar como punto de partida», señala Vito.
Sexo, monarquía y punk
Ahora, cerrado el capítulo de su primera trilogía, se lanzan con un nuevo episodio nacional. En este caso su mirada se ha posado en Alfonso XIII que, además de pasar a la historia como el monarca que claudicó ante la II República, se le recordará como uno de los primeros productores de cine porno de nuestro país. «Hay algo ahí -nos explica Vito-, que nos hace gracia y que nos atrae, ¿qué preguntas se hace? ¿le duele lo que está pasando o está a su bola? Vamos a intentar humanizarlo».
La maquinaria de Club Caníbal se vuelve a poner en marcha para construir esta historia que va un paso más allá y, aprovechando que la música de Pablo Peña siempre es protagonista también de sus espectáculos, se han lanzado a pergeñar una especie de musical. ¡Sí, sí, esta vez también cantan! «Me parece muy complicado hacer música para comedia sin caer en una cosa tonta y ligera -explica Pablo sobre la parte musical-. Intento darle una parte conceptual. Siempre me interesa investigar, la búsqueda, encontrar las directrices… De hecho, en la nueva, me estoy metiendo en terrenos en los que no me he metido nunca: Chotis, zarzuela, cuplé… ¡Si yo lo que realmente hago es tocar el bajo en un grupo punk!».
Entre risas, confiesan que ese rollo punk, que también identifica su manera de hacer teatro, va a seguir estando muy presente en esta propuesta en la que la metatrealidad juega un papel decisivo. «Es un espectáculo de variedades que cuenta otro espectáculo en el que Font, Vito y Juanfra interpretan a unos actores que hacen de los personajes», y nos adelantan que, además de Alfonso XIII, por la función irán desfilando desde Victoria Eugenia de Battenberg a Primo de Rivera, pasando por La Regenta o los movimientos anarquistas, obrero y catalán, hasta encontrarnos incluso con un elefante. Y, cómo no, si se habla de cine… «rodamos y reinterpretamos las películas porno que rodó Alfonso XIII».
Divertirse siendo incorrectos
Pero claro, todo lo que contemos está abierto a modificaciones porque como ellos nos explican: «Hasta tres o cuatro días antes del estreno no tenemos el texto cerrado», así que hasta el día que vayamos a ver la función no sabremos qué ha quedado.
Pero no nos llevemos a engaño, aunque tengamos la sensación de que están abiertos a la improvisación porque, tal y como lo explica Font: «Somos un poco como unos amigos que se juntan a jugar en el recreo», realmente, el trabajo que realizan es de una gran precisión. «Los que hacemos comedia tenemos la facilidad de quitarle importancia a todo -dice Chiqui-. Pero lo que hacen ellos en el escenario es muy difícil: las transformaciones de personajes, el ir de un sitio a otro… Lo que pasa que no le damos importancia». Todo eso viene dado por un proceso de escritura a ocho manos en el que la metodología, tras tantos años trabajando juntos, tiene un orden establecido: «Es un trabajo de destilación. Improvisamos, transcribimos, le damos forma, volvemos a improvisar con una estructura ya propuesta, vamos limpiando el texto…» para lograr que desde la butaca tengamos esa sensación de desbarre y caos.
Lo divertido, e interesante, de su trabajo es la manera en la que nos colocan en el límite de lo que toleramos como humor, rayano siempre lo políticamente incorrecto. «Todo el mundo tiene derecho a ofenderse. No es buen camino gustarle a todo el mundo». Un fantástico ejercicio para aplicar en este tiempo de pieles finas y censuras soterradas que ellos nos sirven en bandeja con este espejo deformante que destapan sobre el escenario.
Dentro de la irreverencia y la incorrección de sus espectáculos, cuando se tiene ocasión de escucharles hablar fuera de personaje, uno no puede evitar pensar que, aunque se les da de miedo meter el dedo en la llaga y señalar con un tino certero hacia dónde va dirigida la crítica, no dejan de ser una especie de niños grandes que a lo que han venido aquí es a jugar: «Nosotros somos inofensivos, lo que queremos es hacer reír».