Fotos de ensayo: Luz Soria
Alfonso XIII, orgulloso, muestra en su sala de proyección las películas pornográficas que ha producido. Decepcionado, escucha las mofas de sus amigotes sobre las actrices que aparecen en pantalla: mujeres desfondadas y carentes de encanto.
A partir de ese momento, el Africano se obsesiona por llevar sus películas a otro nivel. Quiere chicas que pertenezcan a la clase alta y que la nobleza impregne sus historias. Lo ideal sería contar con una condesa o una marquesa que esté dispuesta a rodar porno.
Mientras, los políticos y militares le piden a Alfonso que se centre en las cuestiones de Estado y que no haga oídos sordos a lo que se escucha en los mentideros de Madrid: el populacho comienza a hablar de República. Pero el Africano, ocupado en sus películas sicalípticas, desprecia los consejos de sus asesores. Así que les ordena a estos que olviden los rumores de la plebe y se centren en lo que realmente tiene importancia en este momento: encontrar a la estrella que mejore sus producciones.
Una tarea tan importante que Alfonso estará dispuesto a pagar el precio que haya que pagar para lograrla. Incluso, perder la corona.