Sócrates, el sabio filósofo griego, decía que la elocuencia es, muchas veces, una manera de exaltar falsamente lo que es pequeño y disminuir lo que, de hecho, es grande.
La palabra puede ser mal usada, enmascarada y emplearse para el disimulo.
Es por eso que los sabios siempre han enseñado que sólo debemos hablar “cuando nuestras palabras sean más valiosas que nuestro silencio”.
La razón es simple: nuestras palabras tienen poder para construir o para destruir. Estas pueden generar paz, concordia, comodidad, consuelo, pero también pueden generar odio, resentimiento, angustia, tristeza y mucho más.
Trabajar sobre este concepto me hace meditar en la complicación del día a día, la mayor parte de las veces hablamos demasiado y casi siempre para no contar nada interesante.