Hacer un espectáculo sobre esa emoción que todos querríamos vivir a tiempo completo, la alegría, supone paradójicamente para Pippo Delbono atravesar sentimientos extremos, el entusiasmo y la felicidad, sí, pero también la angustia y el dolor, porque cuando uno transita lo doloroso, el instante final, la explosión de alegría, se vive como un hallazgo definitivo, sin vuelta atrás.
En lugar de centrarse en las imágenes, sonidos y movimientos del escenario, Delbono y su troupe intentan dar un paso más allá cada día hacia esa exaltación absoluta que se intuye ardiente. Nada de esas parafernalias escenográficas grandilocuentes, nada de visuales y complicados juegos de tramoya. Lo importante es el viaje que realizan juntos los intérpretes y el público, lo esencial para ir a la esencia de la alegría.
Payasos tristes y danzas macabras, almas desaforadas que gritan dando rienda suelta a su locura antisocial, preceden al estallido de color final que llena el escenario de flores, en una composición creada por el propio Delbono junto a Thierry Boutemy, el artista floral normando que realizó, por ejemplo, las composiciones vegetales de María Antonieta, la película de Sofia Coppola. «Las flores evocan la vida, pero también la muerte -explica Delbono-. Son bellas, pero se marchitan pronto».
La alegría, como la belleza, es fugaz y, sin embargo, eterna.