El actor y humorista Rubén Faura nos sumerge primero en las curiosidades de su Albacete natal, en comparación con otras distintas ciudades de la geografía española más concretamente en el Madrid que nos ocupa, desde las ‘palabrejas’ tan habituales en la capital manchega hasta la capacidad máxima que tiene cualquier paisano: poner motes.
Mejor o peor, más o menos acertados, pero todo igual de faltones. Lo que llevan peor es lo de poner nombres profesionales a asesino o huracanes.
Después va poco a poco realizando una labor introspectiva acerca de la educación. Ya que nuestro artista considera que estamos perdiendo el norte con la forma en la que educamos a nuestros pequeños. Permitimos demasiado e incluso llegamos a defender lo indefendible, y no se lo explica, en Albacete en los 90 se educaba de manera algo menos permisiva. No te equivocabas dos veces.
Si hay algo que odia más que la mala educación es la sinceridad, porque, a caso se ha dicho algo bueno después de un: sinceramente. Nunca. Los que vienen en pareja no están obligados a contestar.
Lo que nos lleva al último tema del monólogo, el amor (aquí la gente grita ohhh). Cómo cambian las parejas con el paso de los años. Hay unos termómetros naturales que nada tiene que ver con el paso de estos, son muchos más concretos… y graciosos. Hay una serie de ciclos que toda pareja debe pasar por ellos si quieren conseguir el amor definitivo, el de las películas. En estos ciclos nos damos cuenta en lo diferente que tenemos el umbral del dolor unos y otros, el de nuestro protagonista está a la altura del tobillo y nos lo hace saber.
Para culminar de manera apoteósica con un juego de improvisación que hace que el show acabe en todo lo alto.