“¿Por qué no hacemos un arte más responsable y, sobre todo, socialmente activo?”
Aaron Lee es un joven violinista madrileño que, a sus 32 años, ha pasado de sufrir el rechazo de sus padres por el mero hecho de ser gay, incluso lo llevaron engañado a una isla para intentar ‘curar’ su orientación sexual, y vivir de lo que sacaba tocando en la calle; a ser el músico más joven que ha pasado por la Orquesta Nacional, crear una fundación para ayudar a jóvenes en situación de exclusión y mujeres sin hogar, y recaudar fondos a través de su libro: Yo soy el que soy, desde el que cuenta su peripecia vital.
Después de estrenar en el desaparecido Pavón Teatro Kamikaze, se sube al escenario del Teatro Infanta Isabel, junto a Gaby Goldman y Verónica Ronda, bajo la dirección de Zenón Recalde, para presentar la versión teatral del libro con la esperanza de que, visibilizando su historia, pueda contribuir a ayudar a otra gente.
Una forma de demostrar que la Cultura, si hay compromiso, puede ser mucho más que entretenimiento.
Aaron Lee transforma el rechazo en activismo cultural
Foto portada Victoria Iglesias
Tiene que ser muy duro que tus propios padres te rechacen por el simple hecho de confesarles que eres gay ¿En algún momento pensaste que reaccionarían así?
Daba por hecho que no se lo iban a tomar bien porque es algo que iba en contra de sus creencias religiosas, pero tampoco me esperaba una reacción tan agresiva y violenta. En particular por parte de mi padre.
Pero ahí no acaba la cosa, la situación se volvió aún más demencial. Hace 15 años te llevaron engañado a una isla donde tus padres pretendían ‘curarte’ la homosexualidad, justo en el momento en el que en nuestro país se estaba aprobando la Ley del Matrimonio Igualitario.
Fue un verano muy heavy. Me acuerdo perfectamente de aquella mañana en la que la CNN se hacía eco de la noticia del matrimonio igualitario. Para mí fue una noticia de doble filo, por un lado, me dio esperanzas para seguir resistiendo a la situación que estaba viviendo, encerrado, incomunicado, sin recursos, en la otra punta del mundo, con esa violencia tanto física como psicológica que estaba viviendo como método agresivo para intentar ‘enderezarme’. Pero también esa ilusión y esa esperanza que me daba la noticia, me volvió más testarudo o terco a la hora de no ceder, de resistir, una postura que complicó muchísimo las cosas, lo pagué bastante caro.
Toda esta peripecia vital has querido plasmarla en un libro: Yo soy el que soy. ¿Cómo nace la idea de este proyecto?
El proyecto del libro lo tenía desde hace muchos años, pero entre que no tenía tiempo personal y que no es fácil volver a sacar los recuerdos y releer los diarios, me daba cierta pereza reabrir el baúl de los recuerdos. Estaba muy bien, ¿para qué volver a sacar los trapos sucios y los recuerdos feos? Pero hará un par de años me invitó la Policía Nacional a una campaña que se llamaba “Apóyate, apóyanos” donde diferentes personas animábamos a gente del colectivo LGTBIQ a que denunciaran los delitos de odio. En la presentación estuvo una periodista de un programa de televisión, me invitó y la cosa se volvió más conocida. Vi que causaba algo positivo y me animé a empezar a escribir. El confinamiento ha sido desastroso, pero lo he aprovechado para terminar el libro y estoy muy satisfecho del resultado, ha quedado algo muy íntimo. Me desnudo literalmente ante el mundo, pero sin victimismo.
Y ahora, has ido un paso más allá y has creado un espectáculo, bajo el mismo título, que lo cuenta a través de la palabra y la música ¿Cómo has enfocado la propuesta?
Gaby Goldman que es amigo mío de hace muchos años, me dijo que podíamos tocar juntos en la presentación del libro, incluir algo de música y algún fragmento leído, algo dramatizado. Necesitábamos un punto de vista externo y llamó a Zenón Recalde, le enseñamos dos o tres temas que habíamos creado mezclando música clásica, con teatro musical y pop, e invitamos a Verónica Ronda, a quien la propuesta le apasionó desde el primer día. Me acuerdo las caras que ponía mientras lo leía, no sabía nada de la historia y, mientras iba leyendo, decía: “Pero ¿qué me estás contando?”. Los primeros ensayos se los pasó llorando.
Verónica estaba con los ensayos de Ricardo III y se lo comentó a Miguel Del Arco. Lo invitamos a ver un ensayo en casa, solo le enseñamos los primeros 15 minutos, le explicamos que todo era real, pero sin más explicación. Miguel, que iba con la mascarilla, llegó un momento en el que se asfixiaba de la emoción y tuvo que quitársela un momento. La intención inicial era que nos dejara el teatro para la presentación del libro, pero nos dijo que se podía vender si aumentábamos la duración. Le dijimos que sí, que por supuesto, y nos pasamos seis semanas ensayando como locos para convertirlo en una obra de teatro completa. Yo toco el violín, Gaby al piano y Verónica me da voz a mí y a los diferentes personajes de la historia. Que es la gran complejidad de su papel.
¿Cómo has seleccionado los temas musicales?
Son los títulos de los capítulos de mi libro. Están escogidos porque son músicas que estaba tocando, ensayando, piezas que tocaba cuando salía a la calle a tocar para comer, la música callejera. Varias personas que han visto un pase previo dicen que, tanto la parte musical como la de texto, son una extensión de mí. No es un acompañamiento musical, es 50% de cada uno.
¿No resulta doloroso subirse al escenario y revivir noche tras noche frente al público algo así?
Si y no, las primeras semanas de creación era normal estar al borde de la lágrima, pero luego tienes que coger el control para no estar llorando sobre el escenario. Pero sigue habiendo momentos muy impactantes, cuando Verónica se viene arriba me pone la piel de gallina, pero para mí compensa esa conexión, esa energía, ese silencio que se genera en el teatro, que nadie se atreva a moverse ¡como mucho escuchas a alguien moqueando! (Risas). Creo que esto puede ayudar a muchas personas, no es algo hecho desde el ego, en ese sentido soy muy poco egocéntrico como artista, pero sí que esto sirva para algo.
Es importante contarlo para que se sepa que no está todo tan bien como la gente cree. Que este tipo de casos no suceden lejos, en países con otras leyes, también sucede aquí y ahora.
Pensamos que en España todo esto está hecho, pero si quitas las grandes ciudades. No es lo mismo ser gay en Madrid que en Zamora o en un pueblo de la España profunda.
Sigue pasando, las crisis políticas, sociales y económicas hacen que esto vaya a más. Yo tengo cierto temor al tema del retroceso de derechos y las nuevas corrientes ideológicas, que se naturalice en una buena parte de la sociedad ciertas actitudes homófobas o misóginas. Lo hemos visto en otros países que, cuando faltan recursos, cada uno tira mucho de lo suyo. Por eso he querido que esta obra sea muy sencilla, en el sentido de que se pueda llevar a un gran teatro o a un centro cultural o a un pequeño pueblo de cualquier parte del mundo. Mientras haya un piano podemos hacerlo. A lo mejor no tenemos el espectacular diseño de luces que ha diseñado David Picazo, pero el mensaje es tan intenso que aun así toca, llega y es necesario. Creo que es una obra necesaria en los próximos años.
Pero la cosa no queda en un libro o un espectáculo que den testimonio, además has invertido tu tiempo y dinero en intentar ayudar a otras personas que viven situaciones de exclusión a través de la Fundación Arte que Alimenta.
Sí, ya llevamos cinco años con ella. La fundación nació cuando aún era miembro de la Orquesta Nacional de España, tendría 25 años. En esa época era un chaval muy atípico porque tenía un muy buen sueldo, unas condiciones laborales estupendas, sin cargas familiares, ganaba más dinero del que gastaba y eso incluso me llevó a una crisis existencial, fue como una llamada de atención de todo lo que había vivido, por eso decidí montar esta fundación. Me di cuenta que como artista tenía una responsabilidad. Los artistas tenemos el privilegio de vivir haciendo lo que nos gusta y tenemos que devolver, de alguna manera, un poco de lo mucho que hemos recibido.
Empezamos con las becas de comedor porque el tema de la alimentación me toca mucho; antes de hacer cualquier cosa, arte o estudiar, primero hay que comer, tener un techo y comer. Se puede decir que son extensiones de mis antiguos traumas, de no saber dónde iba a dormir, dónde iba a comer ese mes. Hemos producido obras de micro teatro, espectáculos musicales con Disney, hemos hecho recitales, incluso visitas guiadas a museos, con el fin de recaudar fondos e ir financiándolo todo, sin ningún tipo de ayuda, todo de manera privada. He creído que es mejor crecer poco a poco que depender del dinero público. Es una manera de llamar la atención a los artistas: “Señores, no podemos estar siempre quejándonos. Tenemos mucho más poder del que pensamos, del que piensa la gente, pero estamos muy desorganizados, divididos y peleando”. Creo, si estuviésemos organizados, sería uno de los poderes más importantes porque es lo que consume todo el mundo. La gente no escucha los discursos políticos enteros, pero sí se traga una serie en una sola noche, o una obra de teatro, o los libros. Todo eso se sigue consumiendo y cada vez va a más, así que, ¿por qué no hacemos un arte más responsable y, sobre todo, socialmente activo? ¿Qué podemos hacer nosotros como artistas para mejorar un poco el mundo? Yo no me veo como un entretenedor de la sociedad, no me interesa. Hay gente que lo hace y me parece muy bien, yo ya lo he hecho en el pasado, pero ya está. Ahora lo que me toca es aportar mi granito de arena a través de la cultura.
¿Cuáles son estas ayudas que ofrecéis desde la Fundación Arte que Alimenta?
Empezamos con estos de las becas y ahora, desde hace dos o tres años estamos asesorando y ayudando directamente a jóvenes del colectivo LGTBIQ y a mujeres sin hogar porque es lo que más me toca. Tanto el libro, como una parte de los beneficios de la obra de teatro, van a ir a parar a un proyecto que se llama Casa Sylvia Rivera, la Fundación va a comprar y a adecuar una casa con la intención de crear un hogar refugio para mujeres del colectivo trans. Es mi manera de decir “todos ganamos”, es la manera de hacer algo bonito y socialmente responsable porque esto le puede cambiar la vida a más de una persona. Creo que tenemos una deuda histórica como sociedad hacia el colectivo trans, no solo hacia Sylvia Rivera, porque hubo otras protestas anteriores al Stonewall en el 69, pero en España no hay nada que haga referencia a ella y es una forma de despertar la memoria.
Todo lo que se haga tiene que ser divertido, no me muevo por la pena o la misericordia cristiana, lo hago porque puede ser hasta divertido. El sufrimiento en sí no da sentido al hombre, es el hombre el que da sentido al sufrimiento. No por sufrir mejoras. Esto es una forma bella de darle un sentido a lo vivido e ir un poco más allá.