Freddie concede su primera entrevista desde que murió, o tal vez la última. La vida de Freddie nos interesa. Sus excesos, su éxito, su coqueteo con las drogas, con el sexo, su modo de ser libre nos provoca curiosidad. Esta entrevista es, por todo ello, un regalo para cualquier periodista. Sin embargo, Freddie esconde una trampa en su conversación, es capaz de engatusarnos, de llevarnos a su terreno y subirnos a sus altares para después dejarnos caer en picado. Sus palabras son como un dardo que busca acomodo en el corazón, porque todos llevamos un pedazo de Freddie en nuestro interior aunque algunos no queramos verlo.
Podríamos decir que existen dos formas de encontrar la identidad como ser humano, desde el exterior hacia lo más íntimo y viceversa. El exterior es un juego de maquillajes, pelucas, corbatas, zapatos de tacón. La intimidad está plagada de voces. Si conseguimos despojarnos de todo lo superficial, aparecen nítidas esas voces como el brillo de un diamante. Así era la voz de Freddie.
Desnudando a Freddie es un juego de espejos en el que, a diferencia de los cóncavos y convexos usados para distorsionar la realidad, la imagen reflejada está libre de toda manipulación. Se trata de un reflejo vacío que nos muestra la verdad pura, en ocasiones dolorosa, pero siempre liberadora, de lo que no se ve a primera vista.