Marcharse lejos para llegar al interior. Todos nosotros estamos hechos de múltiples ‘nosotros’, somos lo que hemos sido. Los niños, los adolescentes, los felices, los solitarios… Y, todos los ‘nosotros’ que ya no somos, siguen formando parte de quienes somos en el aquí y el ahora.
En esta pieza vive la voz de un yo íntimo y convulso que nos acerca a entender la globalidad de la humanidad, el lío de ideas y recuerdos y divagaciones que somos todos nosotros. Un universo de poética particular que pretende sumergirnos en la crueldad de la especie humana, a la vez que admira su ternura y su bondad. Brutalidad y dolor. Amor y compasión.
En el primer acto, una mujer aparece en la Grand Central Station de Nueva York. Va vestida de novia y el vestido tiene una mancha enorme de sangre. En un monólogo interior, íntimo y frágil, la mujer nos contará cómo ha llegado hasta allí, qué significa la mancha del vestido, quién es ella y de dónde viene. Una vida como la de tantos, que se irá desgranando y quebrando hasta romperse del todo.
En el segundo acto, ha pasado un año. La mujer sigue en la Grand Central Station de Nueva York. No ha salido de la estación desde que llegó. Ha de tomar una decisión, la vida la atropella, como a tantos…
Aquí trata de mujeres que a veces se desgarran. Mujeres que se explican a sí mismas y explican también su género. Afrontar las verdades y las mentiras. Afrontar la vida y afrontar la muerte. Ser o no ser, la cuestión que nunca ningún dramaturgo ha podido resolver.