Siempre interesado en el documento como activo escénico, como herramienta, El Khatib reconstruyó una especie de diario escrito a partir del día que murió su madre. Comenzó un trabajo de inmersión en la memoria para volver a visitar lugares y espacios de su vida. Y todos esos recuerdos cobran vida en escena sin intermediarios entre el autor, su vida, su escritura y el público.
Esta pieza tiene ya un halo de mítica y fue la que le dio a su creador, el francés Mohamed El Khatib, el pasaporte a la internacionalidad escénica. Su consagración llegó en 2017 con el ciclo que le dedicó el Festival de Otoño de París. Pero mucho antes, él estuvo trabajando como artista residente en el teatro L’L de Bruselas, desarrollando una investigación -originalmente titulada Conversación– en torno a la escritura de lo íntimo y las diferentes formas de exposición anti-espectacular, y analizando el trasvase de su lengua materna (el árabe) al lenguaje teatral, en base a entrevistas realizadas a su propia madre. Pero su madre (era febrero de 2012) murió por un cáncer y sus intenciones se fueron al traste. Fue así como su vida y su teatro, de pronto, colisionaron y de la muerte nació un estilo.
«La creación que surgía de aquel proceso de investigación -recuerda El Khatib- intentaba explorar las modalidades de diálogo que surgen de la noción de ‘escombros’: escombros de una relación, de una historia, de un paisaje, de todo lo que quedaba de una madre y un hijo después de la muerte de la primera». El discurso se da directamente al espectador y la actriz principal sigue siendo la madre ausente. El escenario está vacío y diferentes tiempos y espacios entran en conflicto dentro de la estructura dramatúrgica. Lo que parece el simple relato de la muerte de una madre está estratificado en infinitas capas y todo este concienzudo recorrido termina destilándose en un ejemplo de genial sencillez teatral.