Miguel del Arco:
«Nunca dilataré la precariedad hasta convertirla en miseria»
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Fotos: Vanessa Rábade, Emilio Gómez y Cristóbal Suárez
En 2009 la crisis ya nos había golpeado con contundencia y el teatro empezaba a sentir la onda expansiva. Pero fue entonces cuando unos locos decidieron preguntarse por el sentido de la existencia, en el hall de un teatro decimonónico, con una versión ultra heterodoxa de Seis personajes en busca de autor, de Luigi Pirandello. La función por hacer, el germen de lo que hoy es Kamikaze Producciones y El Pavón Teatro Kamikaze, cumple 10 años y lo van a celebrar reponiéndola por última vez y con el elenco original, siempre a las órdenes de Miguel del Arco y Aitor Tejada. Ahí volveremos a ver a Israel Elejalde, Bárbara Lennie, Miriam Montilla, Manuela Paso, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Teresa Hurtado de Ory y Nuria García sobrecogiéndonos con una obra que atraviesa el corazón a muy corta distancia. Será el broche final a la tercera temporada del Pavón Kamikaze.
Se ha escrito mucho sobre La función por hacer, un montaje que se ha ganado a pulso el halo mítico que le viene rodeando desde su estreno en el hall del Teatro Lara en diciembre de 2009. En estos diez años, la obra se ha repuesto en el Teatro Español, en La Abadía y abrió el espacio del Ambigú del propio Pavón Teatro Kamikaze, además de atesorar 7 premios Max (Mejor Espectáculo, Mejor Dirección para Miguel del Arco y Mejores actores de reparto para Manuela Paso y Raúl Prieto entre ellos). Así que para glosar esta última reposición (¿última? “nunca digas de este agua no beberé”, apunta Miguel del Arco), hemos decidido bucear en la intrahistoria del montaje charlando con su director.
En estos 10 años, muchos o pocos, según desde dónde se mire la década, el teatro en Madrid ha cambiado mucho. Es probable que La función por hacer tenga algo que ver. Como obra, como proyecto, como sueño realizado, es un montaje que pone las bases de lo que Kamikaze ha ido consiguiendo en este tiempo: incidir como muy pocas compañías en las estructuras del conjunto escénico madrileño. Se podría trazar una línea invisible entre aquella función y Jauría, el último pepinazo con el que nos han asestado. «Sí -responde Miguel del Arco-, yo estoy convencido de que algo pasó con La función por hacer que lo cambió todo, al menos para nosotros, algo como lo que pasa ahora con Jauría y el caso de La manada, que a lo mejor no es lo más terrible que sucede como para que se movilice toda la sociedad, pero ahí está el 8M, la cuestión feminista y cómo se ha desarrollado en los últimos años, algo que de pronto hace que un montaje como Jauría se encarame en un sitio como punta de lanza, como gota que colma el vaso. No creo que a partir de La función por hacer se diera una epifanía en todo el mundo, pero algo se estaba cuajando, y venía acompañado de un cambio generacional y con él las ganas de hacer las cosas de otra forma. No fuimos evidentemente el primer espectáculo del teatro off, pero sí creo que de alguna manera consolidamos algo que estaba emergiendo«.
Fábrica de vocaciones
“Cada vez que hablamos de esta función sale alguien diciendo: yo decidí ser actor después de verla o yo decidí montar mi compañía después de verla”. Es evidente que aquellos locos que se empeñaron en sacar adelante una versión de Seis personajes en busca de autor de Pirandello consiguieron lo imposible, que cada noche la cola fuera más larga para entrar en el hall del Lara pasadas las once de la noche. “Por más romántico que suene ahora, eran las putas once de la noche -recuerda, jocoso, Miguel del Arco-, una hora intempestiva, una hora más idónea para tomar un gintonic viendo música en directo en un garito. Aitor (Tejada, el productor y co-autor de la pieza) y yo nos poníamos a empujar suavemente a la gente que salía de ver al Mag Lari de la sala principal del Lara, para que aquello no se retrasara mucho. Y cuando salía todo el mundo, colocábamos las sillas alrededor de la alfombra y los bancos y llamábamos a los actores. Se hacía la función y, al acabar, recogíamos y nos íbamos”.
A veces, los fenómenos se generan casi a pesar de sus protagonistas. Es innegable que La función por hacer marcó un antes y un después y la gente se acuerda del día que la vio, de la sensación que le dejó, de cuántas veces repitió. A medida que se ha ido reponiendo estos años, ha habido reacciones entusiastas hasta el punto de apuntalar una leyenda que, como dice Miguel, se ha ido agigantando hasta el punto de que, como él mismo recuerda lleno de asombro, al trabajar hace poco con La Joven Compañía, casi la mitad del elenco (en la obra Federico hacia Lorca que se pudo ver en los Teatros del Canal) confesó que encontró su vocación después de asistir a un pase de La función por hacer. «Recogía la potencia creativa que se estaba gestando en Madrid y la necesidad vital que había de cambiar los parámetros en los que se hacía el teatro aquí. Hay muchas cosas en las que esta profesión no se moviliza tanto como nos gustaría y en aquel entonces vieron que si esto nos pasaba a nosotros, que no teníamos dónde caernos muertos, pues podía pasarle a cualquiera. Animó a mucha gente a pasar del deseo a la acción. El otro día hablaba con una actriz, Irene Ruiz, y me decía: me acuerdo perfectamente de estar viendo la obra y sentirme en algo catártico para mí, no solamente estaba viendo un espectáculo que te cagas sino que era un espectáculo que me estaba interpelando directamente a mí como profesional: eso es lo que yo quiero hacer. Es una puta maravilla que te digan eso».
El éxito y la crisis
Cada noche 80 personas se enfrentaban a unos actores portentosos que les hablaban a un palmo de sus narices planteando cuestiones trascendentales y sí, la leyenda se iba agrandando. Pero recordemos, era 2009, la crisis sacudió bien a todo el mundo y cuando mejor iban las cosas para aquel embrión de la compañía Kamikaze, peor se ponía el panorama económico. Hasta el punto de que La función por hacer salió de gira y llegó a acumular 200.000 euros de impagos por parte de los ayuntamientos que la contrataban. Tuvieron que pedir un crédito para pagar a los actores. “Aitor y yo trabajábamos como guionistas, había un punto de mercenarios en todo aquello, pero teníamos claro que éramos mercenarios para poder juntar el dinero y hacer esa obra, sentíamos que podíamos hacerlo de una forma diferente. Y solo empezamos con La función por hacer cuando tuvimos el dinero para pagar los ensayos a los actores, el local de ensayos y las dos primeras funciones en ese local. Era un teatro precario, pero no era cutre. Y en esa lucha seguimos metidos, seguimos en precario con el Pavón, pero nunca dilataré la precariedad hasta convertirla en miseria. La lucha contra esa precariedad y la supuesta dignidad de la profesión empieza porque la profesión tenga la necesidad de ser digna en ese sentido. Juntamos a los actores y les dijimos: tenemos el dinero para cubrir esto y ya está, y ya veremos luego lo que pasa. Y pasó lo que pasó, pero en principio nunca estuvo eso que tanto se oye ahora: no os podemos pagar, a ver cómo va la cosa… no, os cubrimos los ensayos, cubrimos los bolos del local, y ya luego ya vemos. Y cuando entraron en el hall del Lara, los 6 actores estaban dados de alta”.
Un ruptura fundamental en la relación con el espectador
En lo meramente artístico, La función por hacer también supuso, aunque hoy nos parezca algo habitual e incluso necesario, algo novedoso, que no nuevo. La relación con el espectador que establecía el montaje rompía esquemas e hizo tambalear ciertos cimientos de la convencionalidad. La cercanía entre espectador y actor estaba asentada desde que en los años 80 se consolidan nuevas formas escénicas en las salas alternativas (que recogían a su vez toda la tradición del teatro independiente de los 70), pero se inauguraba una nueva intimidad, un sentir que los actores y la acción te involucraban en el suceso. «Yo creo -dice Miguel del Arco- que forma parte de la búsqueda del teatro como una experiencia. En 10 años ha cambiado todo mucho. Hace 10 años los móviles no estaban tan presentes, por ejemplo, esa era de la intercomunicación de ahora donde cuanto más intercomunicados estamos, más solos vamos. Buscamos la experiencia absoluta, ese espectáculo directo que es lo que mantiene vivo al teatro, porque si no ya habría desaparecido hace rato. Pero en realidad, eso ya estaba en el propio Pirandello ¿eh? Imagínate a Pirandello en el año 1929 haciendo una función donde los actores entran por el patio de butacas. La convulsión de esa platea, donde ni siquiera se hablaba de la posibilidad de romper la cuarta pared, que era un muro infranqueable, tuvo que ser tremenda. Tú te sentabas ahí como pequeño burgués a ver un teatro para que te entretuvieran y de pronto te interpelaban directamente, obviando que había un público. Y creo que es el paso adelante que dimos nosotros respecto a Pirandello, que ya no obviamos la presencia del público, sino que jugamos con él, con lo que el público siente: hostia puta, me está mirando a mí, me está preguntando directamente el actor a mí… que es algo falso, claro, es teatral. Tampoco es nada nuevo». No, no es nada nuevo, pero se diría que todavía hay un gran público hoy de teatro que sigue anclado a esas maneras de hace un siglo, a eso de ir a ver teatro como pequeños burgueses, a sentarnos y que nos entretengan, sin que nos coman mucho la cabeza y mucho menos nos abrumen con interpelaciones directas que, oh cielos, nos hagan pensar un momento en lo que estamos sintiendo y por qué lo estamos sintiendo.
La resignificación constante
El pasado 18 de junio se presentó la cuarta temporada de El Pavón Teatro Kamikaze (temporadón, por cierto, una vez más), quizás la última si no se quiere llegar a un límite insoportable. A día de hoy los 4 socios (el propio Miguel del Arco, Aitor Tejada, Israel Elejalde y Jordi Buxó) siguen sin cobrar por su trabajo allí, precisamente para seguir contemplando la dignidad profesional de los que trabajan con ellos. Esas bases estaban en La función por hacer, lo mismo que ese teatro directo y comprometido con el público que han venido practicando desde entonces. Ahora se repone por última vez y no es un ejercicio de nostalgia sin más, porque La función por hacer siempre nos interpela directamente en presente, no ha dejado de resignificarse en todos estos años. La pregunta básica que pone sobre la mesa el montaje, el ser o no ser, no se resolverá nunca, y en esa imposibilidad, en ese lapso, es donde encontramos el sentido para seguir viviendo y para seguir acudiendo al teatro. «Han pasado 10 años de una obra donde el personaje de Israel le pregunta al de Cristóbal, cuando está defendiendo su realidad como personaje y el derecho a existir: piensa en ti hace 10 años. ¿Eres la misma persona que eras entonces? Y Cristóbal dice: no, no, he cambiado, he madurado como persona. Isra contesta: al pensar en todo lo que eras y ya no serás jamás, ¿no sientes como todo el suelo alrededor, bajo tus pies, se rompe, porque todo lo que tu crees que eres hoy está destinado a convertirse mañana en una pura ilusión?»
«Mi madre -continúa Del Arco- me llegó a decir que esa pregunta le hundió. Los 10 años han pasado, y han pasado para todos. Israel me decía el otro día que no sabía cómo iba a poder hacer esa pregunta ahora. Él dice que las obras que vamos haciendo son como habitaciones que vas llenando de cosas que dan la clave común emocional que se mueve en una función determinada. En este montaje, a lo largo de 10 años, han pasado muchas cosas. Bárbara Lennie e Israel fueron pareja, para empezar, durante muchísimo tiempo, y ya no lo son, y van a volver a encontrarse después de una separación ardua haciendo dos personajes que tuvieron un tórrido romance. Es parte de la propia metateatralidad que tiene la obra de por sí, a la que se añade la vida. No se me olvidará nunca la noche que estábamos en Bogotá, en el festival, y por la mañana se había muerto el padre de Isra. Intentamos por todos los medios que Isra se cogiera un avión, pero no hubo manera, y al final dijo: no me voy, no quiero, prefiero hacer la función, no voy a llegar de ninguna de las maneras. Y en aquella función nos sentamos Aitor y yo en primera fila para decir: aquí estamos contigo, amigo… y la cantidad de veces que se habla de la muerte… esa noche se resignificó de una manera espeluznante. La función por hacer habla de la posibilidad de existir, del sentido de la existencia, y se resignifica y nos resignifica permanentemente. Somos los mismos tarados que hicimos esto en 2009 gestionando ahora un teatro que programa con una coherencia envidiable, aunque nos cueste 600.000 euros al año que no tenemos».
Ya es un tópico, pero se ganaron lo de kamikazes a pulso. Y lo que está en el adn de creadores como ellos es difícil sortearlo en pos de una dudosa cordura establecida por los que entienden poco del arte. Para reponer La función por hacer por última vez van a levantar todo el patio de butacas del Pavón. Si se puede volver a colocar luego como estaba ya se verá. Retomarán en el Ambigú otro éxito apadrinado por ellos, Iphigenia en Vallecas, con sus 2 premios Max a cuestas, y a finales de agosto abrirán la cuarta temporada con Las canciones, de Pablo Messiez. Y luego vendrá el Ricardo III que va a dirigir Miguel del Arco, otro órdago a la grande (mi reino por un teatro). No se cansan. O bueno, se cansan físicamente, trabajan más horas que la puerta, hacen entre 10 personas lo que un Centro Dramático Nacional hace con 100. Pero ya se sabe, la cabra tira al monte. Y si los kamikazes no existieran, habría que inventarlos. Yo los patentaría, aunque fuera una ruina. Tendría al menos el corazón henchido de arte y el cerebro repleto de ideas para seguir viviendo. Y amor, mucho amor.