Bernard-Marie Koltès escribió esta obra en 1977, cuando tenía 29 años. Cuatro décadas más tarde, es sorprendente su actualidad, su potencia literaria y su pertinencia, que no su corrección, política.
Haciéndose heredero del mejor Genet, en un monólogo a veces incómodo, transparente y opaco a la vez, Koltès logra poner el dedo en la llaga del sentimiento de otredad y de diferencia.
Se trata del monólogo de un inmigrante que da vueltas por la ciudad y que interpela a pecho descubierto a un tú en busca de escucha y compañía. Un retrato de la soledad urbana, del sentimiento de extranjería, de la frustración y el desclasamiento; pero también de la ternura y la necesidad del otro de quienes hablan desde la conciencia de su diferencia.