«Allá donde no llegan las palabras, llegan las imágenes y la danza»
Por Celso Giménez (La Tristura)
Foto portada: Edu Pérez
Tercera entrega de la serie de diálogos con creadores de Celso Giménez, que esta vez tiene a un buen amigo como protagonista. Al frente de La Veronal, Morau estrena Voronia este mes en los Teatros del Canal, pero aquí, en realidad, se habla ya de lo siguiente. Así son los artistas.
Cuando te conocí, con 18 años, me atrajo la sensación de que sabías muchas cosas que yo no. Que yo ‘todavía’ no, me gustaba pensar. El otro día me contabas que estás en un proceso de creación a partir de la música de Arvo Pärt. Para mí Arvo Pärt existe desde Gerry de Gus Van Sant, pero me dijiste que tú lo conocías desde antes, todavía en el instituto. Y pensé: ves, esta era una de esas cosas que yo sentía, conocías el trabajo de un compositor de música contemporánea estonio. Creo que estás en ese momento del proceso en el que empiezas a tener visiones y una idea fuerte de lo que quieres, pero la pieza aún puede ser varias cosas. Queda un año para el estreno y quería preguntarte, si tuvieses que estrenar la obra mañana, ¿podrías describirme la primera escena?
Imagino un meteorito en mitad de la escena, todavía humeante, cerca de una presencia humana que lo contempla. Veo esa relación entre un hombre y un rastro de una inmensidad que no comprende. Poco a poco el hombre se acercaría al objeto y se perdería dentro de él. A partir de ahí comenzaría la obra. Ese punto de partida que veo muy claro, al mismo tiempo me permite abrir la pieza hacia varios lugares.
¿Estás pensando en ‘temas’? Yo casi nunca pienso en ‘temas’, más bien en deseos, preocupaciones políticas-emocionales o pequeñas visiones escénicas. ¿Cuáles serían esos asuntos que tienes en la cabeza y que de una manera u otra crees que estarán en la obra?
La música de Arvo Pärt me hace conectar con el principio. No sé si con mi principio como creador, como persona sensible o como un momento donde todo empezaba a deslizarse de su zona aparente. La música de Pärt me hace ponerme serio. No es que no lo haga con otros temas u otras músicas, pero su música me devuelve a un estado vulnerable como ser humano, frágil. Como si todo el mundo durmiera plácidamente y yo me quedara despierto, solo, como un niño cuando se despide de su madre y entra al colegio por primera vez.
Aunque la música de Arvo Pärt te conecta normalmente con temas mayores, muchas veces me despierta, en cambio, una sensación de humildad. Incluso diría de incomprensión y de miedo. Dicho de otro manera Celso, me hace sentir que somos una mierda, que el mundo es un lugar pequeño, dentro de una galaxia que no llegamos a comprender y dentro de un todo que parece decirte: «mejor no preguntes…»
¿Tienes título? ¿Qué buscas de un título?
Ahora mismo me gustaría ponerle a la pieza Für Alina, o Una noche con Arvo Pärt, quiero que el título ya me invite a centrarme en él. Intentar llenar su música será imposible, porque ya está de hecho llena. Pero trabajar pensando en que su música me acompañará esa noche me alivia. Me inspira y me emociona. Confieso que me gusta mucho poner títulos, es algo que me puede tener sin dormir, hasta que finalmente lo encuentro, aunque después puede que dude y me surja otro mejor. Pero la sensación de ponerle una puerta a una idea me hace sentir bien.
El otro día me hablaste mucho del infinito, del bucle, y aunque lo puedo comprender pensando en la música de Arvo Pärt, me parece algo muy complicado de materializar en una obra. ¿En qué sentido te interesan esas ideas y cómo imaginas llevarlas a escena?
La danza no tiene el poder de la palabra, tiene otro poder. Siempre me digo que allá donde no llegan las palabras llegan las imágenes, y la danza. Creo que la capacidad líquida de no materializarse en algo concreto la hace frágil a la vez que poderosa. Mientras dos cuerpos bailan se construye un paisaje infinito, un plano secuencia. Cuando una persona habla el paisaje se detiene y te mira. Como creador creo que he asimilado que el narrar a partir de los cuerpos en movimiento jamás será más claro que la palabra, una vez asumido todo lo que me queda es perderme en ese estado. La intuición, la percepción, el juego de tensiones y equilibrios entre música, espacio, miradas y formas abre una dimensión que asusta pero que, con los años, ha acabado enamorándome.
¿Cómo haces para no servirte de la música, es decir, para no utilizarla simplemente como elemento embellecedor?
Simplemente viviendo con ella. La escucho sin parar antes del proceso. Me la pongo en la cama, en el metro, en el avión, mientras cocino… Voy acercándome a ella con una relación doméstica fraternal o muchas veces de amantes. Voy entendiendo cuál es su fuerza y su debilidad. Y eso me ayuda a crear imágenes, me ayuda a comprender cómo quiero que sean esas imágenes, cómo la música las transformará en otra cosa. Cuando convives con algo mucho tiempo, es más fácil sentirte legitimado, ya no lo estás usando, simplemente forma parte del proceso igual que las ideas, igual que las palabras, igual que los cuerpos de las bailarinas y que tú mismo.
Aunque es sencilla, me gusta mucho esta idea de casarte con las canciones, creo que es algo que yo también hago sin habérmelo contado así. Déjame que te haga una pregunta de esas que cuando nos hace un periodista odiamos. ¿Qué crees que diferenciará esta pieza de tus obras anteriores? O, ¿en qué aspecto estás saliendo de tu lugar de confort con esta creación? Siempre hay uno. O, dicho de otra manera, ¿qué estás buscando en esta creación que creas que no has conseguido nunca?
Me gustaría, aunque no lo creas, realmente apoyarme en la fuerza de las imágenes y la música, esas dos fuerzas chocando, dominar ambos elementos me parece, después de muchas creaciones, lo más complicado y lo más bello. Entregarme a una composición escénica, bella y orgánica, que no esté supeditada a una idea de narración aristotélica, si no más sensible, más cerca del inconsciente.
También querría, claro, conseguir mantenerme vivo y devolverle al mundo algo mío, del 2019, del Marcos de ahora, que es diferente, que es otro que el del 2018, el del 2020. Esto es algo que me preocupa y me mantiene despierto. Vivo siempre en relación a lo que pasa en el mundo.
Ahora imagina que es 30 de noviembre en Holanda. Se cierra el telón, ha terminado la función y salgo del teatro paseando, con todas esas imágenes en la cabeza, ¿qué te gustaría que sintiese?, ¿qué viaje gustaría que hubiese hecho como espectador?
Me gustaría que sintieses que hay cosas de las que nunca se ha hablado lo suficiente. Que aún podemos quedarnos un rato más hablando antes de ir a dormir. Que menos mal que todavía nos siguen importanto cosas tan puras. Y que, más allá de las modas, sigue habiendo un deseo de conectarnos con la zona sensible del ser humano, con aquella que intentamos comprender aunque siempre se vaya moviendo y se nos escape un pasito más allá.
¿Piensas que esta obra puede cambiarme cuando la vea, aunque sea un poquito?
Cabrón.