Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer
Fotos: Gorka Postigo (foto superior) y Vanessa Rábade (foto Pascal Rambert)
La madre de todos los conflictos
Dos hermanas, dos universos, dos seres humanos cargados de razones para odiarse sin poder renunciar a su vínculo. El director francés Pascal Rambert vuelve al Pavón Teatro Kamikaze con una batalla despiadada que encierra la semilla de todos los conflictos: la imposibilidad de entenderse pese al amor, plasmada en dos fuerzas de la naturaleza que encarnan Irene Escolar y Bárbara Lennie, dos hermanas que se enfrentan en un combate al límite y chocan en un ajuste de cuentas con su pasado y con sus más profundas heridas.
14 de diciembre de 2018. Sevilla. Teatro Central. 19h55. Pascal Rambert se dirige a Bárbara Lennie y a Irene Escolar a escasos minutos del estreno absoluto de la versión española de Hermanas (traducida y adaptada por Coto Adánez). El director les dice: «no la caguéis y, sobre todo, comeros la una a la otra». Bárbara e Irene se funden en un abrazo largo y profundo y saltan al ring, ya poseídas por esas otras dos personas que se llaman como ellas pero que no son ellas. La situación dramática arranca con la entrada/invasión de Irene, la hermana pequeña, en el espacio de Bárbara, la mayor. Empieza la tralla y empieza en carne viva. Una hora y media después, desfogadas, desfondadas y puede que hasta desnutridas, Bárbara e Irene recargan las pilas con los aplausos y los vítores. Lo han conseguido. Un montaje de Pascal Rambert implica un nivel de entrega, exigencia y excelencia solo al alcance de muy pocos actores y actrices. No solo por lo formal, por lo textual, por lo interpretativo, que también, sino porque para llegar a esas cotas solo hay 10 intensísimos días de ensayos. «Cuando recibí el texto yo propuse directamente anular el estreno en Sevilla, dije: no llego, así de claro», recuerda Bárbara. Y eso que ella ya había trabajado con Rambert en La clausura del amor, o por eso mismo. «Al final nos ha venido muy bien para llegar más tranquilas al estreno en Madrid», continúa la actriz. Para Irene Escolar ha significado conocer límites de sí misma que ni intuía como actriz y como persona: «por primera vez en mi vida yo estaba jugando con unos límites que no controlaba y lo agradezco, porque después de estos años, ponerte en ese límite también es un regalo, poder descontrolar, dejar de controlar lo que ocurre, lo que puedes hacer o no. Para mí ha sido maravilloso poder soltar, decir vamos allá, con toda la experiencia que ya tengo, sabiendo que estoy escalando una montaña muy alta y que me está costando mucho, pero que tengo que hacerlo desde este lugar porque es el lugar desde el cual Pascal quiere trabajar. Por eso fue tan satisfactorio cuando terminó la función el día del estreno en Sevilla. Solamente podía pensar: ya está, lo hemos hecho, lo hemos conseguido». Ya solo por memorizar cualquier texto de Pascal Rambert habría que premiar a cualquier actor o actriz que los aborda. «Un infierno», como lo define Bárbara Lennie, que ya es la segunda vez que lo sufre.
La tensión de la libertad
Sí, tensión es la palabra, definitivamente. Tensión por enfrentar un texto así, por enfrentar un conflicto emocional tan heavy, por tener que montarlo en pocos días y porque no hay muchas boyas en el océano para sentirse seguro y orientarse. «Tu objetivo es que cada día sucedan ciertas cosas y pueden suceder de maneras muy diferentes según estés tú, según esté tu compañera, según la energía general del día», comenta Bárbara. «Eso mola mucho, te hace muy dueño del trabajo, pero también es cierto que por otro lado genera mucho estrés». Siempre al borde del abismo, como explica Irene: «Él dice que somos dos guepardos, con esa energía felina que puede desbordarse en cualquier momento. Está todo medido, pero Pascal te da al mismo tiempo mucha libertad, por ejemplo a nivel espacial. Una vez entiendes cómo quiere respetar los ángulos, el espacio tiene que ser nuestro y hay que ocuparlo como si fuera un ring de boxeo y en relación con lo que sentimos en cada momento». Dos guepardos dispuestos a saltar a la cara del otro, a desollarse.
Dos hermanas al borde del abismo que, sin embargo, son capaces de pasar del peor exabrupto a la broma íntima, de la espada a la música, del odio extremo al amor infalible. «Son esos vínculos donde cabe casi todo -cuenta Bárbara-, donde cabe el reproche, cabe decirse cosas horribles y cabe el amor porque sabes que va a seguir siendo tu hermana el resto de tu vida». «La obra -tercia Irene- no tendría ningún sentido si se interpreta como dos mujeres berreando encima de un escenario. Debajo de todo eso está la capa más difícil, la de lo que les une más allá del conflicto, la infancia, su pasado juntas, su hermandad. Supongo que ahí está la semilla de cualquier conflicto, ¿no? ¿Por qué dos personas, incluso queriéndose tanto, no son capaces de entenderse, de ponerse en la piel del otro, de respetarse?».
En el caso de estas dos hermanas, sabemos por el texto que han desarrollado trayectorias profesionales paralelas, que son hijas de una periodista y un arqueólogo, que son intelectual, social y económicamente de un estrato elevado, que han viajado mucho desde niñas. ¿Han sido necesarios más datos para abordar los personajes? «A Pascal no le gusta nada la noción de personaje y está muy lejos de practicar un teatro psicologista -contesta Irene-. A él le interesan las personas y todo lo que ocurre durante la función es verdad. Esta persona que yo encarno es muy distinta a mí y además de generar las imágenes que hay que generar en el espectador, hay que llegar a un nivel de violencia brutal que me ha costado muchísimo». «Irene y yo hemos hablado mucho, hemos pensado cosas sobre ellas que nos servían en el proceso creativo, pero en realidad está todo en el texto; no hemos hecho mucho hincapié, ni Pascal tampoco, en el por qué del enfrentamiento. Eso queda para el espectador», concluye Bárbara. Es cierto que a medida que avanza la acción, uno va generando en su cabeza el universo de las dos hermanas, con las referencias a sus padres o a otras personas con las que se han relacionado. Se va creando ese mundo de gente bien que no ha dejado de relacionarse con otros mundos, hasta el punto de que el propio enfrentamiento entre las hermanas puede ser reflejo de la relación siempre conflictiva entre clases sociales, entre Norte y Sur, entre Oriente y Occidente, entre pobreza y riqueza, no porque haya una dimensión social en la obra, sino por su humanismo. Al final, los humanos estamos unidos por ser eso, humanos, humanos hermanos, y nos ponemos mil trabas para entendernos, para convivir en armonía, para compartir los recursos del planeta. «Efectivamente -señala Irene-, no es una función solo para la gente que tiene hermanos o hermanas. Hay un grandísimo pensamiento crítico en todo lo que les ocurre a estas dos hermanas, que han crecido en una familia cuyo nivel de exigencia y de competitividad es muy alto. Además de reflejar nuestro mundo por ahí, refleja cómo la estructura familiar te puede marcar la infancia y marcarte, así, toda la vida. Creo que esta función es una gran tragedia, como las grandes tragedias griegas, pero con conflictos contemporáneos. Es una obra que se estudiará en el futuro».
El Pavón Teatro Kamikaze
Del 10 de enero al 10 de febrero