Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer
Fotos: Vicente A. Jiménez
En la periferia se conoce el centro
Una pareja viaja a Cuzco en un desesperado intento por salvar su relación. Durante el viaje, conocen a una serie de personajes que afectarán los propósitos de su travesía: una feliz pareja de españoles con los que compartirán itinerario desde Cuzco a Machu Pichu; una italiana preocupada únicamente por encontrar su felicidad; un viejo peruano y su hijo, exiliados en Argentina, inmersos en una suerte de viaje de redescubrimiento de su propia patria. Como telón de fondo, el pasado inca y colonial, el terrorismo de Sendero Luminoso, la pobreza andina, y el reflejo de una España herida de gravedad.
Lejos de unir a la esquilmada pareja, el viaje despertará las verdaderas necesidades de cada uno, su propia tragedia privada y personal, sus fantasmas. En definitiva, el viaje revelará la imposibilidad de soñar un mañana, el fracaso de la última oportunidad.
Genuino producto teatral valenciano, estrenado en la capital del Turia hace un año, Cuzco viene firmada, en texto y dirección, por Víctor Sánchez, de quien ya conocemos su finura en la puesta en escena (lo último que vimos suyo, Iván y los perros, era una delicia) y su profundidad en textos como Nosotros no nos mataremos con pistolas o A España no la va a conocer ni la madre que la parió, co-escrita con Lucía Carballal. Aquí cuenta en escena con Silvia Valero y Bruno Tamarit para acercarnos a esta oscura historia de desamor, o de desandar el amor, o de desarmar el amor, o de descomponer la vida lejos del origen, pero cerca del núcleo. Con esa metáfora del viaje, ese mal de altura de las ciudades andinas, ese sentimentalismo cotidiano que estalla en mil pedazos cuando entra lo fortuito en la ecuación, se termina por ver la entraña de la relación, la entraña que hace aflorar la extrañeza que se instala entre los que se amaron cuando dejan de amarse. ¿Amarse es colonizar al otro? Quién sabe. ¿Qué es más dolorosa, la conquista o la independencia? Veremos…