Por Sergio Díaz
Tratado floral sobre el amor
Todos los que nos dedicamos, de una u otra manera, a ser juntaletras, tenemos unos referentes a los que quisiéramos parecernos. Yo crecí queriendo tener el enorme talento para expresar de Robe o Kutxi, deseando que las musas que les bautizaron a ellos tuvieran algunas migas que dejarme a mí. Pero no pudo ser. Con el paso del tiempo, ya metido de lleno en el ámbito teatral, hubiera vendido mi alma por tener la facilidad narrativa de Rojano, la creatividad de Rakel Camacho, la curiosa mirada de Patricia Benedicto o el ácido humor de Guardamino… pero va a ser que tampoco. Pero si hay alguien que de verdad me gusta cómo hace esto mismo que yo estoy intentando hacer -transmitir con la palabra- es Alberto Conejero. Quizás porque su sensibilidad toca mis fibras de una manera más profunda que otros autores y autoras. Conejero ya se ha ganado desde hace tiempo un lugar entre los más grandes dramaturgos de nuestra historia teatral contemporánea, porque todo lo que escribe es de una belleza tal que mejora cualquier paisaje. Al igual que hacen las flores. Puede que sea una belleza efímera, inútil tal vez si nadie la escucha, la mira o la disfruta. Pero es belleza creada de la nada y eso ya es muy grande.
Este último texto suyo está dirigido por Luis Luque e interpretado por dos grandes de nuestros escenarios, Ana Torrent y Carmelo Gómez, que se sumergen en este thriller policiaco donde las flores y plantas de un viejo invernadero son testigos mudos de la peculiar relación que mantienen ambos personajes, un crepuscular jardinero y una extraña mujer. Tan cerca y tan lejos.
Como espectadores asistimos a un duelo verbal entre ambos en el que hay que mirar con detenimiento y escuchar más allá del significado literal de las palabras, porque cuando las personas son incapaces de decir que aman, cualquier pequeño gesto puede ser mágico y marcar la diferencia. Como regalar una pequeña flor.