El impresionante monólogo de Gary Owen, traducido y protagonizado por una inconmensurable María Hervás, bajo la dirección de Antonio C. Guijosa. Se estrenó hace dos temporadas, se repuso a finales de la temporada pasada. Se repuso y agotó las entradas antes que U2. Iphigenia en Vallecas se ha convertido en un pequeño gran fenómeno teatral y ahora cierra el curso en el Pavón Kamikaze, pero en esta ocasión en su escenario principal. Su protagonista nos da las claves profundas de este éxito
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Cuando llamamos a María Hervás para esta entrevista, la pillamos en plenos exámenes, porque además de actuar, estudia filosofía.
¿Qué tal lo llevas? La verdad es que siempre me pareció heroico estudiar filosofía…
Bien, bien. Es la mejor decisión que he tomado desde hace mucho tiempo. Es verdad que ahora que estoy de exámenes estoy un poco más liada de la cuenta, pero es hermoso, es como redescubrir realidades que dabas por hecho. Parece que estamos aburridos de saber cómo va el mundo y luego te pones a estudiar y dices: qué coño voy a saber cómo va el mundo, ni de lejos. Así que estoy muy contenta.
¿Recomendarías a los actores estudiar filosofía?
Se lo recomendaría a cualquier ser humano. El mundo iría mucho mejor. Hace poco vi un vídeo de un filósofo catalán en el que hablaba sobre por qué todos los niños deberían estudiar filosofía desde pequeños, pero no estudiar los conceptos, sino educarles en la manera de pensar, en la actividad filosófica, en la reflexión constante sobre las cosas, no darles preceptos o verdades o normas, sino que vayan estableciendo las suyas. Así que, cómo no lo voy a recomendar, yo no sé qué hacemos que no estamos todos estudiando filosofía. El mundo sería mejor si todos estudiáramos filosofía y todas las noches bailáramos.
¿Dónde hay que firmar?
Jajajaja… en serio, esa sería la definición de mi mundo perfecto, estudiar filosofía por la mañana, hacer yoga y bailar por la noche; comer saludable, emborracharnos un poco y hacer el amor, por supuesto.
Sin ánimo de cortarte el rollo, pero… ¿no es un poco quijotesco todo esto, cuando estamos viendo que precisamente en la enseñanza pasa lo contrario? Las humanidades cada vez tienen menos espacio, y los que estamos un poco en nuestros cabales, entendemos que lo lógico es que nos enseñen a pensar desde pequeños, a tener un pensamiento crítico y una costumbre de reflexionar desde la libertad, pero en realidad esto está saliendo de la educación reglada. ¿Qué se puede hacer?
Yo creo que si el sistema científico-tecnológico-positivista que venimos instaurando desde hace siglo y medio estuviese dando unos frutos coherentes que viéramos y nos estuvieran llevando a la humanidad a ser mejores y estar más conectados, igual no tendríamos que replantearnos este tipo de conceptos quijotescos como posibilidades reales, pero desde hace mucho tiempo se viene demostrando que nos estamos equivocando, que se han ido tomando decisiones bastante equivocadas. Todos los estudios ecologistas desde hace 10 años dicen que es un milagro que todavía sigamos aquí, se nos han acabado los recursos, no entro siquiera a hacer una valoración de la moral comunitaria… son demasiadas evidencias rápidas que nos dicen que hace falta reformular la cuestión porque estamos en un periodo de profunda crisis en la humanidad.
¿Tú eres optimista pese a todo esto?
Sí, sí, si no para qué voy a estudiar filosofía y para qué voy a subirme a un escenario. Tengo que ser optimista y tengo -y esto ya me lo pongo yo- tengo que poder ser capaz (al menos es lo que me motiva) de inyectar esa actitud o ese posicionamiento de esperanza en los demás, por eso me subo a los escenarios, para intentar contagiar un poco todo esto.
Sabiendo que Iphigenia en Vallecas supone un golpe de timón en tu vida, lo primero es saber si la decisión de estudiar filosofía y hacer este texto van de la mano…
En el origen de la decisión de hacer Iphigenia está sanar una herida que yo tenía. Cuando esta obra llega a mis manos, yo todavía no me había planteado estudiar filosofía, pero me había pasado una cosa en un proyecto bastante anterior que casi me hace desvincularme de la interpretación, no le encontraba sentido a esta profesión. Y un día me descubrí quejándome demasiado con todo esto y como odio el victimismo, porque te paraliza, porque te impide accionar, dije: hasta aquí, no me voy a quejar más, si creo que puedo hacer algo donde se trate a las personas mejor y desde el amor, lo hago, si no, me callo, para siempre. Y ahí empecé a desarrollar el proyecto de Iphigenia.
Tu misma te haces una pregunta en el dossier de prensa: ¿qué tipo de intérprete quiero ser: reactiva, quejumbrosa, reaccionaria, creativa? ¿Tienes una respuesta clara para esta pregunta ya o es algo que no se termina de responder nunca?
En una industria como la de este país, es muy difícil accionar solo en la medida en la que tu creas tus propios proyectos, a veces te ves arrastrada por una corriente por pura supervivencia, aunque lo de que hacemos ciertas cosas “para comer” es una excusa sobre la que se puede hablar largo y tendido. Puedes poner copas. La gente que justifica todas sus acciones en que hay que comer, bueno… Yo creo que te tienes que ir autodefiniendo a ti misma día a día en relación a las nuevas decisiones que vas tomando, incluso tener piedad de uno mismo, que creo que falta compasión hacia uno mismo y hacia los demás, y también perdonar, relativizar ciertas cosas. Yo he hecho Gymtony en la tele, entiéndeme, hago gilipolleces todo el rato también. Antes sufría mucho con todo eso y ahora ya no, con 31 años ya no. Lo relativizo y lo que hago es intentar poner amor en cualquier decisión que tome y saber que si estoy ahí es por algo y si estoy en Gymtony será porque algo podré aprender. Es una decisión estoica si quieres, una vez que estoy aquí lo que hay que hacer es aportar luz en vez de estar puteada. Y al final me he dado cuenta de que realmente hay aprendizaje en todo si tú quieres vivirlo así en vez de como un castigo vital. Es una actitud ante la vida.
Esa actitud te trae o te lleva a Iphigenia…
No soy muy mística yo, pero no sabría decirte hasta qué punto elegimos nosotros las cosas, los textos, o las cosas nos vienen eligiendo un poco a nosotros. Lo de Iphi fue un flechazo, leí el texto y acabé llorando y sentía claramente que algo me palpitaba dentro. Eso tenía que contarlo, porque conectaba ya no con la emoción, conectaba con mi materia, me puso a vibrar.
¿Y has llegado a racionalizar por qué te pega este golpe en el pecho tan fuerte la obra?
Todavía no me he metido mucho en eso, fíjate. Me obligan a planteármelo…
…gente como yo que te pregunta…
¡Efectivamente! jajajaja… Me obligan estos momentos, las entrevistas, o cuando algún espectador me espera a la salida y me comenta algo. Yo tengo tendencia a la racionalidad, aunque luego soy puramente emocional también, pero intento durante el proceso de ensayos salirme de cualquier tipo de juicio racional, dejar que suceda, ir tomando decisiones con la ayuda de Antonio C. Guijosa, el director. Deposito en él todo lo que tiene que ver con la racionalidad. Porque la razón, si no está muy bien entrenada, es una terrorista, no te deja accionar, no te deja sentir, lo juzga todo. Y así no se puede contar una historia como esta. Una vez que tengo la función cerrada y la he hecho muchas veces, entonces sí, tengo mis puntos de vista políticos, sociales, emocionales, antropológicos de por qué es importante hacer esta obra.
El sacrificio es el concepto que vertebra la historia de Iphi. Esta obra remite a un mito fundacional de nuestra cultura occidental, lo que pasa es que luego se nos atraviesa el catolicismo y la noción de sacrificio al final se tiñe, se contamina por lo cristiano. Este tipo de sacrificio no es el del mártir, pero me gustaría saber cómo moldeas tú: ¿cómo vivir el sacrificio en nuestra cultura basculando entre el mito griego en el que se basa y la noción católica?
No lo había reflexionado hasta ahora desde ahí, pero te agradezco la pregunta, porque me lleva a pensar la diferencia entre el sacrificio católico y el que plantea el mito griego y el que se reformula luego a través del texto. El sacrificio católico tiene una trampa: hay una promesa de salvación en el cielo. Ni siquiera la persona que lleva a cabo el sacrificio va a poder nunca distinguir si realmente el sacrificio lo hizo en pos de otro o de un bien común, o de su propio bien individual, de la salvación prometida por su dios. Es tramposo. O más que tramposo es una diatriba irresoluble, estamos jodidos ahí. No es nunca tan honesto como el sacrificio que hace Iphi. Iphi se sacrifica y verdaderamente la chavala pone toda la carne en el asador, en su caso no hay ninguna promesa futura hecha por un hombre o por un dios. Ella abandona un derecho propio en pos de un bien común y nadie ni siquiera le abre la posibilidad de decirle: no te preocupes, que ya vendrá el karma a devolverte lo que es tuyo. Es un acto meramente político, absolutamente revolucionario. Gary Owen es muy inteligente. Yo he conocido muchas Iphis y en mi infancia y adolescencia he estado rodeada de niñas así e incluso lo he sido yo en un sentido, y muchas son muy religiosas, curiosamente, porque muchas veces han sido criadas por las abuelas. Pero Gary Owen en ningún momento menciona nada relativo a la religión ni menciona a Dios, y menos mal, porque habría sido muy mala opción dramatúrgica hacerla creyente, porque le habría restado importancia a su sacrificio, ya nos habría derivado a una duda en el espectador, ¿ella lo hace por su dios o porque cree realmente que es justicia social? Y no, aquí no hay duda, lo hace por justicia social.
Es que si Gary Owen hubiera introducido esa variante, sería como abrirnos a todos mentalmente el reino de los cielos para salvarla, sería una mujer aislada sacrificándose por su dios. En el fondo no está lejos de este mecanismo neoliberalista que trata de aislar al individuo y desactivar cualquier tipo de fórmula o de acción colectiva. Y lo que hace Iphi precisamente es inmolarse por nosotros, por todos, sin esperar nada a cambio.
De verdad es un sacrificio por el colectivo y de verdad no espera nada a cambio. Lo que pasa es que creo -y ahí viene mi punto de vista esperanzador y positivo- que cualquier bien que hagas en favor de lo comunitario, es imposible que no termine repercutiéndote con belleza y con bondad, puesto que tú eres parte de esa comunidad, y si tú estás aportando algo para que esa comunidad sea más bella, y tú formas parte de eso, tú serás también más bello. Igual es un poco hippie lo que estoy diciendo, pero no es tan hippie como parece. Es como alimentarse bien, al final vas en favor de tu salud y generas salud a tu alrededor, son acciones comunitariamente saludables, no solo son acciones morales que no repercuten más allá. El cambio que producimos en la sociedad hace que nosotros podamos participar a su vez de una sociedad mejor.
¿Sientes que algo de esto estás consiguiendo con esta función? Porque lo normal es que los espectadores salgan con un impacto profundo inusual… trasciende el nivel estético o artístico de una pieza teatral, consigue la conexión y la potencia, por esa función social que tiene el teatro a veces para engarzarse con algo que va más allá del mero hecho artístico. Igual que tú no puedes hacerla sin apartar lo racional, casi no puede verse tampoco desde lo racional.
Lo de la función social del teatro es una de sus funciones. Como acto, estructuralmente hablando, es imposible que no sea social, porque en el momento en el que yo actúo -y si no estoy sola en el salón de mi casa, porque entonces soy una loca-, en el momento que te pongo a ti delante, que tengo un espectador, ya esto es comunitario, ya está trascendiendo mi ser para empezar a ser un acto comunicativo del lenguaje. Pero lo de la función social entendido como finalidad, ahí discrepo. A mí, el teatro que me interesa la tiene, pero ahí soy muy específica. A mí, María Hervás, el teatro que me interesa la tiene, pero no creo que sea una obligación. Al arte no le puedes obligar a tener una funcionalidad estricta. Hoy hago Iphigenia y mañana me pongo, yo qué sé, a recitar haikus en una función puramente estética con una lira detrás, y creo que también es igual de válido. Pero sí, el teatro es un acto comunitario, esto es así.
Has dicho que tú misma has sido en algún momento alguien más o menos parecida a Iphi. ¿Cómo haces luego, «llama» tu cuerpo a esa Iphi que fuiste? Porque tu actuación es brutalmente orgánica, más allá de que seas buena actriz, que nadie lo duda a estas alturas, pero cuando sales del personaje alucinas porque sin serlo hay algo que parece que está en ti profundamente, es muy curioso…
Yo lo he sido durante un tiempo, sí, mi adolescencia en los 90 y he llevado pantalones de campana con tribales en el culo, he bailado en la RKO haciendo el paso de repartir cartas. He hecho cosas de estas todo el rato, ha sido mi universo. Hay una parte de mí, por supuesto, en todo esto, porque en una parte de mi adolescencia he sido muy choni, pero igual que he sido en otras fases muy grunge. No he sido solamente la adolescente choni, pasé por un montón de etapas, algunas más oscuras mucho más conectadas con Baudelaire, por ejemplo. Pero es verdad que he visto, por donde me he criado, muchas iphis a mi alrededor, todo el rato, mis amigas lo eran claramente. Respecto a la construcción del personaje… yo no empiezo siendo Iphi tirando de todo eso, empiezo con Antonio intentando entender lo que estamos contando y poco a poco le voy dando forma, la forma que me resulta necesaria para contar momentos, emociones, que si no tuvieran esa forma, no podrían ser contados. La forma es algo secundario. El otro día, estudiando justo la Poética de Aristóteles, vi que él ya decía allí algo similar. Decía: lo que importa es la fábula, lo que hoy llamamos la historia, y cualquier acto formal del personaje no es más que secundario y está a disposición de contar bien la historia. Todo lo que sea adorno, es mierda, es falso e incluso me atrevo a decir que es ego equivocado del actor. Además contamina, no es necesario. Yo intento que todo lo que hago con Iphi sea porque lo que necesito así para contar lo que estoy contando, porque lo voy a contar mejor. Me voy adaptando para no distorsionar la historia y desde ahí, solamente desde ahí, creo los personajes. No es que yo decida, porque se me antoja, porque lo he visto en la calle, que como es una choni de vez en cuando se va a colocar la teta… no, no, eso es la idea de lo que… y entonces ya estás jodida. Es un capricho, y lo caprichoso, no digo que no funcione a veces, puede ser, pero en general, disturba.
Ese tipo de ‘adornos’ pueden tener sentido en según que contextos teatrales, quizás en una farsa…
Claro, totalmente de acuerdo. Pero si yo me estoy metiendo en un fango como es el de Iphi, contando una historia de ese calibre, si yo me pongo a adornarla, es que sería hasta violento, sería agresivo como artista hacerlo.
Me gustaría tocar también el lado político-social del personaje, quizás convirtiendo al personaje en un estereotipo, que sé que no está bien. Hay un libro que me impactó profundamente en su día, que seguro has leído, Chavs. La demonización de la clase obrera, de Owen Jones, y tras ver Iphigenia en Vallecas pensé mucho en lo que cuenta Jones, en esa condena social de la clase trabajadora. Para mí este personaje representa claramente esa condena y me señala directamente como responsable de condenar a ciertas personas, porque muy fácil y comúnmente caemos en la burla hacia las chonis en este caso. Cómo miramos a veces a lo que creemos que es una clase inferior… para mí fue como que me dieras una hostia por clasista de mierda.
Es súper interesante lo que dices. Tuve una asignatura en el primer cuatrimestre que me hizo meterme a leer muchos textos de Homi K. Bhabha sobre el estereotipo, que a su vez me remitieron a Lacan y a Freud. Es muy fuerte, porque lo que generamos es un pensamiento doble ante este tipo de categorías sociales, que tienen que ver en definitiva con la otredad, en este caso por chonis, pero puede ser con negros, con indianos, con gitanos o con lo que sea. Lo que suelen generar este tipo de juicios respecto a la otredad es una doble vertiente contradictoria: la constante afirmación de que conocemos a esas personas («las chonis la chupan muy bien», por ejemplo, aunque esté diciendo una barbaridad), clichés, axiomas, que son contradictorios, porque por un lado sabemos que no los conocemos porque son distintos a nosotros, pero por otro lado necesitamos reafirmarnos constantemente en ciertos axiomas que nos hacen pensar que sí los conocemos. Los gitanos no trabajan… es lo típico que dices para reafirmarte en la idea de que conoces lo que en realidad no conoces. Y esto es porque tenemos un miedo profundo a lo desconocido y nos genera rechazo por el miedo a quien no somos nosotros, al que es distinto, porque representa una amenaza a nuestro ser, y a la vez un fetichismo oculto que nos obsesiona. Esto es lo interesante, y engancho aquí con Freud. Los convertimos en fetiche. Es curioso -y como hombre te lo planteo, aunque se le puede plantear por igual a las mujeres-, es curioso lo que generan las chonis en la sociedad, y en la historia está. Hay una cosa muy censurada, de alejarla de ti, de juzgarla todo el rato, pero hay un terrible deseo sexual, una atracción loca. A muchísimos hombres les encantaría pasar una o mil noches con tías así si luego los demás no supieran que han estado con ellas.
Ahí también hay algo, creo, de sentir el poder con alguien supuestamente inferior…
En el momento en el que lo catalogamos de otredad, ya nos estamos poniendo en un plano superior, porque es otro respecto a mí, el valor de realidad soy yo ante lo demás, que es lo otro. Pero luego lo que pasa en esa experiencia, en ese ejemplo que hemos puesto de una sexualidad compartida, lo que pasara en la investigación de esa sexualidad, tal vez ni siquiera iba a tener que ver con esa sexualidad, tal vez querrías que te sometiera la choni a ti.
Claro, en esa esfera privada te quitas la máscara social.
Efectivamente. Que es de alguna manera lo que le pasa en parte a Fer, al militar del que Iphi se enamora, en la intimidad conectan que flipas. Y no vamos a seguir contando, que hacemos spoiler. Pero cuando caen las máscaras, la conexión, al menos entre ellos, es absolutamente verdadera.
No, no contemos nada más, que todavía va a haber gente en esta nueva vuelta al Pavón Kamikaze que vea la obra por vez primera, lo cual envidiamos profundamente. Que por cierto, podrías estar en cartel, no digo eternamente, pero mucho tiempo, porque alimenta un boca a boca muy apasionado y vendéis las entradas, como decía arriba, en plan concierto de U2, en cuanto se ponen a la venta. Es un gran mérito por el que también hay que felicitarte.
Antonio y yo estamos muy felices con la respuesta del público allá donde vamos, porque no se limita a Madrid, porque incluso cuando tienes dudas al ir a otros lugares funciona muy bien, es una historia tan universal y tan íntima a la vez que resuena en casi cualquier techo. Y creo que verdaderamente da lugar a una especie de catarsis en el espectador, sale como modificado, y esto… bufff… esto cuando vas al teatro es tan bello… sentirlo como público y sentirlo nosotros al pensar que te hemos podido mover un poco el eje de valores. Es lo mismo que sucede cuando te enamoras, que tienes una visión del mundo estructurada y llega algo te lo mueve todo. Esto es maravilloso, es una posibilidad nueva de conocimiento.
Pues enhorabuena María, y que todo lo que te pase sea así.