La compañía Peeping Tom llega a Madrid con ‘Madre’, segunda parte de una trilogía familiar (antes fue ‘Padre’ y luego vendrá ‘Hijos’), que explora la vida como una red hecha de memorias colectivas. Danza, teatro y música en este montaje con dirección de Gabriela Carrizo y dramaturgia de Franck Chartier, los fundadores de Peeping Tom, en cuya producción participan una decena de instituciones escénicas de Europa y Taiwán.
Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer
Una sala de maternidad y un tanatorio, nacer y morir, dos actividades muy vinculadas a la madre, la una impepinable, la otra porque querríamos su mano y su cuerpo para, en vez de morir, desnacer. También un estudio de grabación y un museo. Todos son espacios por los que discurre esta segunda parte de la trilogía familiar de Peeping Tom, la compañía formada en 2000 por la argentina Gabriela Carrizo y el francés Franck Chartier. En estos casi 20 años de andadura, han sabido crear un sello propio con sus piezas de estética hiperrealista en las que crean universos inestables que desafían las lógicas espacio temporales.
En Moeder ocurre también: es divertida e inquietante a la vez, es perturbadora pero extrañamente familiar. Es una obra sobre la memoria que explora hasta qué punto el tejido de la vida es una red que componemos colectivamente. Carrizo y Chartier ponen en un mismo plano de significación a la madre y a la memoria y convierten este paralelismo en figura central de un espectáculo que tiene esa mirada sensible y sarcástica marca de la casa. Reconocemos en Moeder la fascinación que nos produce la sensación de que el mundo nos sobrepasa, la misma mirada con que observamos, divertidos, nuestros intentos titubeantes de hacer encajar este mundo en nuestras concepciones. No es extraño, pues, que los intentos de los intérpretes para construir la figura de la madre y sus mundos interiores provoquen, a la vez, la deconstrucción. Lo público y lo privado se entrecruzan. Pasado, presente y futuro intentan aferrarse desesperadamente al tiempo cíclico de una figura materna arquetípica, el luto por la madre es el punto de partida para hablar de la ausencia, las carencias y las ansiedades sin renunciar a un humor mordaz, habitual también en esta compañía. Como habitual es la combinación de lenguajes expresivos para contar las historias que imaginan, mezclando teatro con danza y música. En su exploración del lenguaje del movimiento y la interpretación, nada es nunca gratuito y la condición humana siempre está presente como fuente de inspiración inagotable. Mediante el uso de técnicas de edición cinematográfica, consiguen ampliar los límites de la trama, que siempre aparecen como un contorno más que no como un elemento perfectamente definido.
Teatros del Canal. 16 y 17 de marzo