Los Malditos nos presentan sus ‘Escenas de caza’ en El Pavón Teatro Kamikaze. [entradilla]

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

Carmen del Conte, Karmen Garay, Rubén Frías, Borja Maestre, Sara Párbole, Txabi Pérez, María Pizarro-Pérez, Julio Rojas y Sam Slade conforman el elenco que asume esta versión de María Velasco sobre ‘Escenas de caza en la Baja Baviera’ de Martin Sperr que ha dirigido Alberto Velasco

 

Cuando la individualidad se diluye en la colectividad, nuestro carácter y nuestro comportamiento mutan. ¿Quién no se ha despojado de su timidez en un concierto? ¿Quién no se ha desmelenado en la grada de un estadio de fútbol? ¿Quién no ha sentido la revolución de la sangre, cotidianamente estancada, en un mitin político? Esto tiene una cara B, claro. La acción colectiva legitima muchas veces actos crueles, violentos, contra nuestros semejantes. Venimos de la cultura del sacrificio. El hombre ha buscado desde que existe chivos expiatorios con los que mandar las culpas de un pueblo catapultadas del altar a los cielos. Sobre todo cuando entra en juego un elemento discordante que amenaza el statu quo. Ese miedo primitivo a que algo o alguien altere el estado natural de las cosas, ese temor arcaico a que los esquemas se resquebrajen y tengamos que dar por buenas cosas que no entendemos, provoca que la comunidad se revuelva como una manada de alimañas para extraer el tumor que perturba su vivir en paz.

 

Vamos de matanza. Linchamientos de ayer y hoy en Madrid
©Chuchi Guerra

 

La fiesta del chivo

Todo esto está en la base de una obra teatral escrita en 1965 por el dramaturgo y actor alemán Martin Sperr, Escenas de caza en la Baja Baviera, que fue llevada al cine cuatro años después, con el propio autor como protagonista, bajo la dirección de Peter Fleischmann. La compañía de los Malditos afronta su segundo montaje tras la fantástica Danzad, malditos, con una versión muy libre, escrita por María Velasco, de aquella historia de Sperr en la que un tipo vuelve a su pueblo después de vivir fuera unos años y en torno a él se empieza a generar una rumorología que se va exacerbando hasta límites muy crueles, que desembocan en un linchamiento atroz. Tanto en la obra original como en la versión de los Malditos que ha dirigido Alberto Velasco, la fiesta, la verbena, la matanza del cerdo, la ritualidad, tienen un peso específico como lugar en el que la comunidad se comporta con una sola voz, la voz del delirio en este caso. En el original, el protagonista, la víctima, tenía nombre: Abramm (intuimos que no es una elección inocente, porque ese nombre remite al personaje bíblico que estuvo a punto de matar a su hijo como sacrificio a Yavhé, ya ves). Aquí es directamente el Chivo. El resto de personajes tampoco tienen nombre, son El enfermo crónico, La idiota, La prima, el Matarife, la Directora de la escuela, la Madre primeriza o el Pregonero, el Rey y la Reina del baile, el Melómano y el Iluminado, el Cazador y la Vecina de arriba. Todos hemos conocido a esos o a otros parecidos en nuestros pueblos, en nuestras comunidades. En el fragor colectivo, los nombres desaparecen porque desaparecen las individualidades.

 

Vamos de matanza. Linchamientos de ayer y hoy en Madrid
©Chuchi Guerra

 

Rechazo al diferente

Pero, ¿quién es el chivo? ¿Por qué se le estigmatiza? ¿Cuál es su cruz, su sambenito? No tiene nombre porque puede ser cualquiera y puede ser por cualquier cosa: por maricón, por gordo, por excéntrico, por tonto, por raro. El texto de María Velasco (una joya que edita Antígona y que solo como lectura es un verdadero placer) abunda en esta ambigüedad. Y desde la creación escénica, Alberto Velasco y el grupo de actores y actrices -que se entregan hasta la extenuación, como hacían en Danzad, malditos– también subrayan esta idea de que, en una dinámica de miedo y rechazo al diferente, el diferente puede ser cualquiera. De hecho, el compromiso de los intérpretes se multiplica porque ellos mismos han puesto en juego, durante el proceso creativo, sus propias experiencias como chivos. Hay algo de exponer la propia fragilidad para subvertirla sobre el escenario, en un mecanismo incluso terapéutico.

 

Lo comprobaron hace poco, en el Teatro Calderón de Valladolid, donde tuvo lugar el estreno de Escenas de caza el pasado 18 de noviembre. Se dio una suerte de venganza poética, sobre todo en el caso de Alberto Velasco, que es de allí. “Vino mucha gente de mi pueblo y te dabas cuenta de que esta gente lo pasa muy mal, porque los ves que piensan: míralo, está hablando de él cuando era pequeño y bailaba en el pueblo, que todos lo llamaban gordo maricón. Sí, todo eso está ahí, todo nuestro mundo está ahí. Y es como decirles: ahora me toca a mí, sin rencor, porque me habéis hecho la persona que soy y estoy orgullosísimo, pero hay mucha gente que no es capaz de salir de eso, hay gente que no llega a la ciudad y se siente una persona nueva. Hay gente que se mete más dentro de su casa todavía y es infeliz, y que un colectivo haga infeliz a una persona no puede ser, tiene que encontrar el abrazo de los demás para salir adelante. Salir aquí en Madrid el día del Orgullo detrás de la pancarta es fácil. El mérito es vivir en un pueblo y ahí, con 200 habitantes, admitir que podrían gustarte los hombres”.

 

Vamos de matanza. Linchamientos de ayer y hoy en Madrid
Foto de la función en Valladolid

 

Cordero de dios

El linchamiento cobra hoy una dimensión distinta porque Internet ha propiciado diluirse en la masa de las redes sociales sin salir de casa. Y los teléfonos móviles forman parte del dispositivo escénico de este montaje, en el que conviven tranquilamente con el gran cordero dispuesto al sacrificio del Agnus dei de Zurbarán que preside la escenografía de Alessio Meloni. Tenebrismo español que impregna a todos los personajes sin dejar atisbo alguno de luz o esperanza, pese a que hay humor. Humor negro, claro. El escenario se convierte en estercolero, la fiesta se distorsiona. Esto es así. La masa es un animal que pierde razón a la misma velocidad que se pudren los cadáveres. No hace falta buscar mucho para encontrar ejemplos: la manada de San Fermín. Lo sagrado y lo pagano. Lo sublime y lo embrutecido. La fiesta y el sacrificio. La música y la sangre. La belleza y el horror. En esta ambivalencia nos movemos. Y si tenemos que desear miméticamente, como dice René Girard, que nuestro objeto de deseo sea, por favor, la parte buena de cada uno de esos binomios. Si hemos de envidiar algo en el otro, que sea la luz y no las tinieblas. No competir, sino integrar. No maldecir, sino amar. ¿O qué?

 

ESCENAS DE CAZA

El Pavón Teatro Kamikaze. Del 6 al 18 de febrero