Imanol Arias presenta este texto fundamental del flamenco. Acompañado de un cantaor, La vida a palos cuenta la historia de un hombre hecho a sí mismo: El Alcayata (alter ego del escritor Pedro Atienza) y del reencuentro con su hijo, de quien hace tiempo perdiera la patria potestad.
A través de toda una serie de monólogos y diálogos, se describen dos viajes. Uno, en el pasado, que es el que el padre realizó a través de las diferentes geografías que fueron marcando su vida, y otro, el que ahora lleva a cabo el hijo, visitando los mismos lugares en los que habitó su padre y que le ayudarán a comprender el sentido de su vida.
Pasaron ya 24 años desde que Imanol Arias pisara un escenario por última vez. Fue en Buenos Aires, donde protagonizó Calígula durante un año. Para Imanol, «nadie se va del teatro ni vuelve a él. El teatro siempre está ahí. Hay ocasiones en las que puedes realizar un trabajo muy continuado y ocasiones en las que tienes que sustituirlo o aparcarlo. Te conviertes más en espectador que en perteneciente». Fue el mismo Atienza quién le entregó los textos: «Esta obra es un legado, un testamento que me deja un autor, un amigo. He tardado mucho en comprenderlo y en buscarle una solución dramática para que fuera una pieza ese texto, pues no tenía una estructura dramática en sí. Sin tener ni idea de cómo afrontarlo, sí que tenía una enorme sensación de responsabilidad de cumplir lo que se me pidió que prometiera: hacerme cargo de ese texto y ese legado».
Además de invitarnos a conocer el mundo del flamenco y sus diferentes palos, el potencial dramático de La Vida a Palos se encuentra en un tema universal -y fundamental cuando uno está a punto de entrar en la década de los cuarenta-: la relación padre-hijo; el reencuentro entre ambos; reconciliación y la asunción del testamento vital de nuestro progenitor. Como dice el escritor sudafricano J. M. Coetzee, la reconciliación sólo es posible a través del entendimiento profundo entre ellos, es decir, a través de la comprensión por parte del hijo de lo que desea ser el padre, para así poder ser él a su vez un buen padre. En el texto asistimos a un doble viaje vital: por un lado, el viaje que desde los años 80 del siglo pasado hasta nuestro presente realizó el autor Pedro Atienza por las diferentes geografías -vitales y paisajistas- del mundo y que, finalmente, terminaron marcando su vida en una huida permanente de sí mismo y del dolor de vivir; y, por otro lado, del viaje que en el presente realizará su hijo revisitando aquellas geografías que en su día habitó el padre con el fin de poder comprender el sentido último de su existencia. José Manuel Mora