Pensar una cosa, decir otra y hacer la contraria es un ejercicio de equilibrismo mental al alcance de pocos. Hay quien lo consigue, al resto siempre le queda ir A protestar a la Gran Vía.
Puede que el rasgo más apasionante del ser humano es su capacidad para ser absolutamente incongruente, pero, sin duda, el segundo y aún más inquietante, es su incapacidad para darse cuenta de ello. Al fin y al cabo, los errores nunca son culpa nuestra. Todos ellos se deben a ese colectivo tan omnipresente como enigmático que es… la gente. Un colectivo en boca de todos, pero absolutamente inaprensible. La gente tal, la gente cual, es que la gente, menuda gente… ¡joder con la gente! Nosotros, en nuestro afán por ser absolutamente humanos, vamos a explorar las esquinas de nuestras incongruencias parapetándonos precisamente en la gente. Y, por supuesto, en su enorme talento para la protesta, que ya se sabe, otra cosa no, pero quejarse, ¡se queja mucho la gente!
Seguro que algún día te has levantado de la cama, has ido al baño, te has mirado en el espejo, casi a ciegas te has preparado un café y al echarlo en la taza se ha desparramado la mitad por la mesa. Después has bajado al garaje y has descubierto la rueda del coche pinchada. Has llegado tarde al trabajo, el jefe te ha echado la bronca y la profesora de los niños te ha llamado para anunciarte que los expulsan del colegio. La comida te ha quedado sosa y el tiramisú ‘casero’ de postre ha resultado ser una estafa. Es posible que tu pareja se haya pasado la tarde con otro/a mientras tú recogías los trajes de la tintorería, hacías la compra, cortabas el césped, y eras incapaz de terminar un sudoku con el que llevas tres semanas… Sí, seguro que te ha pasado y sé lo que has pensado: ‘Vaya un día de mierda, esto no hay quien lo arregle’. Pues por eso tienes que venir a ver A protestar a la Gran Vía porque te pase lo que te pase durante el día, después de vernos te irás con una sonrisa a la cama. Cien por cien asegurado.