La imagen de las luciérnagas, explica el equipo del Teatro del Barrio, remite directamente a las palabras del filósofo francés Georges Didi-Huberman, quien, recuperando una intuición de Pier Paolo Pasolini, proponía abandonar la idea de una gran luz que todo lo ilumina -y todo lo vigila- para atender a los pequeños destellos frágiles, intermitentes, pero persistentes. Esas luces menores, decía, son las que sobreviven al deslumbramiento del poder, al foco único del consumismo y de los discursos totalizantes. En esa estela, Teatro del Barrio vuelve a reivindicar la imaginación como una facultad política fundamental: la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de mirar más allá de donde se nos ordena mirar.

No es casual que esta metáfora articule toda la temporada. En un contexto atravesado por la judicialización de la política, el avance de discursos reaccionarios, la crisis de la vivienda o las luchas feministas y antirracistas aún abiertas, las luciérnagas se entienden aquí como agentes de resistencia: pequeñas, pero numerosas; individuales, pero siempre en constelación.

Un escenario que emite luz propia

Las producciones propias regresan con fuerza. Vuelve Preso en la esperanza, con Nabil AlRaee, actor del Freedom Theatre de Cisjordania, reflexionando sobre el papel del arte en contextos de ocupación y resistencia. También regresan títulos ya emblemáticos del Barrio como Gordas, lisiadas y mamarrachas, una comedia tan desternillante como política; Isa&Javi, sátira sentimental del neoliberalismo global; o Hoy tengo algo que hacer, de Pablo Rosal y Luis Bermejo, una pieza luminosa sobre el abismo cotidiano, que ganó el Premio Godoff en la pasada edición de los Premios Godot.

El repertorio se completa con clásicos contemporáneos del propio teatro, como Los que hablan, que alcanza su quinta temporada, o Infiltrado en VOX, donde Moha Gerehou interroga los límites del antirracismo institucional. Juan Mayorga, en La Gran Cacería, propone una reflexión inquietante sobre Europa, el insomnio y el mar como frontera moral.

Memorias que no se apagan

Otra de las líneas claras de la temporada es la recuperación de memorias disidentes. Teatro del Barrio insiste en alumbrar aquello que fue silenciado, acallado o abrasado. Ahí se inscriben propuestas como Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva, de María San Miguel -recientemente galardonada con el premio Ojo Crítico de Teatro-, o Carcoma, adaptación de la novela de Layla Martínez sobre violencia patriarcal y herencias invisibles.

Regresan también obras que ya forman parte del ADN del espacio, como Autorretrato de un joven capitalista español, de Alberto San Juan, o Ay, Carmela, en la versión de Paula Iwasaki y Guillermo Serrano, reafirmando el compromiso con una memoria crítica del siglo XX español.

Focos diversos, luchas compartidas

La temporada mantiene un foco claro en las luchas contemporáneas y en los lenguajes que las atraviesan. Desde el fogonazo queer de Torcidxs, de Las Nenas Theatre, Paramnesia de Antonio Zancada, hasta la poesía drag de Muy Innuendo, pasando por el pensamiento en formato podcast de Arte Compacto o el regreso escénico de Elisa Coll.

La idea de resistencia se despliega también en propuestas que cruzan literatura, activismo y escena, como Solo quería bailar, Yo soy 451 o Un verano por metro cuadrado, donde la vivienda, la censura o la rabia juvenil se convierten en materia teatral. No se trata de ofrecer respuestas cerradas, sino de sostener preguntas incómodas, de politizar el malestar y convertirlo en conversación compartida.

Reír juntas, resistir juntas

La sátira política vuelve a ocupar un lugar central. Porque, como recuerdan las luciérnagas, la resistencia también baila y se ríe. Ignatius Farray, Chistes contra Franco, Feishow, Las Despotorre o el Mongolity Show de Mongolia insisten en el humor como herramienta crítica y comunitaria, lejos de cualquier neutralidad complaciente.

A ello se suman propuestas de stand up, clown y teatro físico que reivindican el error, el fallo y la fragilidad como valores escénicos y vitales. Reír, aquí, no es evadirse, sino encontrarse.

Comunidad más allá del escenario

La temporada se completa con una intensa variedad de actividades paralelas. Desde activismo vecinal, asambleas juveniles, a proyectos de memoria barrial, clubes de lectura o una programación musical que convierte la Taberna del Barrio en un espacio de encuentro real, no solo simbólico. Conciertos, noches de swing, flamenco, fiestas y residencias artísticas refuerzan esta nueva Temporada Chica.

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