En ocasiones no entiendo el sistema. Es decir; aunque no esté de acuerdo con la estructura, la mayor parte del tiempo entiendo por qué el sistema no cambia. El sistema tiene una inercia fortísima y algunos cambios suponen pérdida de poder, material o simbólico, o atacan directamente a la construcción de la identidad. Cuando algo cambia, alguien pierde: el cambio pone algo en juego.

Lo que no entiendo es qué ocurre con aquellos detalles del sistema en los que no hay nada en juego. No hay pérdida de poder, no hay cuestionamiento, no hay una nueva narrativa. Solamente hay una funcionalidad, o un dato objetivo, que no está siendo tenido en cuenta, y que si se contemplara haría que todo el mundo saliese ganando. Mi última incomprensión en este sentido ha ocurrido hace pocos días, cuando llegó a mis oídos la batalla por los uniformes de trabajo en el Teatro de la Zarzuela.

Según fuentes cercanas, la empresa que ha ganado la última licitación para proveer a la Zarzuela de uniformes de trabajo no trabaja con patronaje adaptado al cuerpo de la mujer, amparándose en la idea de ropa unisex (que es masculina, realmente). A eso se le suma que no ha habido un trabajo previo para conocer cuáles son las necesidades específicas de cada departamento, entrando todas las solicitudes de uniformes bajo el amplio paraguas del concepto ‘técnico’, lo cual remite, reconozcámoslo, a la parte de iluminación y sonido, eminentemente masculinizadas. El resultado ha sido, por ejemplo, sastras teniendo que presionar el pedal de la máquina de coser con calzado rígido de puntera metálica, o regidoras con pantalones sintéticos que les hacen sudar la gota gorda durante las funciones.

Con esta circunstancia, ha habido protestas… que sin una explicación como esta, podrían sonar baladíes. No es casualidad que las más afectadas por esta licitación y por la ausencia de ese trabajo previo sean los sectores más feminizados del personal, y excede al ámbito de este teatro en concreto: es el resultado de un sistema que invisibiliza a las mujeres y sus necesidades. Pero en este caso, ¿no es mejor que una sastra pueda ponerse de cuclillas para realizar un cambio rápido de vestuario entre cajas con un calzado flexible, a que tenga que ponerse unas botas propias de un maquinista? ¿No tendría más sentido reconocer el error y proporcionar la ropa de trabajo adecuada a cada trabajador? Saldríamos ganando.

Puede que haya alguna particularidad de este caso específico que desconozca, y que explique lo que ha pasado. No obstante, con los datos de los que dispongo, creo que es una muestra del absurdo de la inercia. No tener en cuenta a las mujeres para ocupar puestos de responsabilidad quizá no sea justo, pero es entendible: vestir bien a las mujeres para que hagan lo que les han pedido que hagan realmente es incomprensible.

 

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