Ir al contenido
REVISTA ONLINE
  • Revista Online
  • Cartelera teatro Madrid
  • Centros de formación
  • Premios Godot
  • Revista Online
  • Cartelera teatro Madrid
  • Centros de formación
  • Premios Godot
X-twitter Facebook Instagram Tiktok
  • Actualidad
  • Reportajes
  • Entrevistas
  • Cartelera Teatro Madrid
    • Cartelera
    • Ranking semanal
    • Ranking temporada 25/26
    • Obras más votadas
    • Guía de espectáculos de Danza
  • icono de la web de Festivales de Revista Godot
  • Formación
    • Noticias de Formación
    • Centros de Formación
  • Opinión
  • Más godot
    • más cultura
    • Concursos
    • Revista Online
    • Premios Godot
    • Sobre nosotros
    • Contacto
    • Aviso legal / Política de Privacidad
    • POLÍTICA DE COOKIES

Nuevo trabajo de La Vértigo Teatro

  • noviembre 6, 2025
Por Sergio Díaz

Kai Sánchez: "La cultura neoliberalista alimenta y acelera los procesos de individuación porque favorecen la producción como eje absoluto de la existencia"

La Vértigo Teatro llega a Nave 73 con su última propuesta: La imposibilidad, una creación interdisciplinar entre el teatro de autoficción, el teatro físico y la danza butoh.

Kai Sánchez realiza sobre el escenario un ejercicio corporal de derrumbe, despojo y desescritura para el encuentro con lo imposible y el misterio que nos otorga. Es el viaje de un cuerpo en el descubrimiento de los dolores que contiene.

Mantenemos una charla con una persona muy interesante, con un discurso potente y bien estructurado, y que ha decidido comprometerse con la vida a través de su arte.

 

 

Foto de portada: Kai Sánchez en La imposibilidad

¿Quiénes sois La Vértigo Teatro y qué tipo de teatro os interesa?

La Vértigo Teatro es un proyecto que compartimos mi compañera Seli Ka y yo, y llevamos trabajando en ello desde el 2018. Seli se formó como actriz de teatro gestual y es además poeta. Yo, por mi parte, me formé en teatro físico y metodología Lecoq, pero antes estudié también Literatura Comparada en la universidad. Ambos somos hijos de las palabras y de sus engaños. Creo que nuestro amor por ambos ámbitos, el literario y el corporal, es lo que nos unió desde un primer momento. Ella, tratando de asir su cuerpo con las palabras y yo, tratando de desmenuzarlas con el cuerpo.

Pero la compañía también se sostiene y se nutre gracias al trabajo de otras personas que resultan esenciales. Algunas de manera directa como Kat Imbarach, que realiza la parte plástica de las dos últimas piezas y que se ha convertido en una interlocutora esencial de estos procesos, como Laura Hernando, quien observa, produce, asiste, acompaña y aconseja, o como la fotógrafa y videógrafa Elena Cuesta, que retrata nuestro trabajo desde los inicios del proyecto. Y otras de forma un poco más indirecta pero que nos aportan con sus conocimientos y recursos, como todas las compañeras y compañeros de La Horizontal, asociación de la que formamos parte como compañía residente, o de la plataforma de colaboración La Tangente Escénica. En este proyecto que estrenamos, La imposibilidad, además, hemos tenido la enorme suerte de poder contar con el trabajo de la gran música Anika, con quien he vivido un proceso de creación y de diálogo entre disciplinas enormemente bello. La Vértigo no es un proyecto aislado aunque tenga una identidad propia. Nos gusta verlo como parte activa de una comunidad o, mejor dicho, comunidades, como parte de unas redes relacionales de artistas y personas que ponen su trabajo, su tiempo y sus afectos en construir y defender una cultura de calidad y profunda en sus valores.

En cuanto al tipo de teatro que nos interesa, como creadoras hemos buscado siempre crear desde la contradicción, que está plagada de dolores. Intentamos hacer público aquello que nos conflictúa en lo más íntimo, y escogemos los lenguajes escénicos que creemos que más se adecúan a estos objetivos. Ambos compartimos un interés por el mundo y por la actualidad que también está presente en nuestras obras. No tratamos de solucionar el mundo pero exponemos, a través de nuestra intimidad, problemáticas que están presentes en nuestro mundo simbólico y político, que nos atraviesan y nos configuran, y que rompen las fronteras entre lo privado y lo colectivo.

 

Como ya has mencionado, en 2023 cofundas, junto a otras seis compañías teatrales, la Plataforma de Colaboración de Compañías Emergentes La Tangente Escénica. Háblame un poco de esta iniciativa, por qué surge y qué objetivos persigue.

La Tangente Escénica es una plataforma de compañías autogestionadas que nace en La Horizontal y que persigue elaborar estrategias y crear recursos para sobrellevar de forma un poco más amable todos los procesos y tareas que implica levantar un proyecto teatral independiente. Montar una compañía implica muchísimo más que la parte artística. Se deben aprender cinco o seis profesiones nuevas, añadidas, para poder llegar a un lugar mínimo de visibilidad: producción, distribución, comunicación -con todo lo que esto ha cambiado con el mundo de las redes sociales-, gestión cultural… Por otro lado, la puesta de acceso a los circuitos y teatros o a ciertos ámbitos del gremio son muy opacos al principio. Uniéndonos de esta manera intentamos, por un lado, especializarnos en alguna de esas otras tareas obligadas de forma que cada persona trabaje en un único área. A la vez, nos permite abarcar más, en todos los sentidos, desde tener presencia en ferias de artes escénicas hasta contar con equipo técnico colectivizado.

 

¿Es necesario tener compañía propia para poder desarrollar el Arte que llevas dentro o encuentras tu hueco dentro de la escena?

Personalmente, he tenido siempre un interés por las formas teatrales oscuras, peligrosas, en rebeldía, trágicas si queremos decirlo así, en las que por supuesto también tiene su espacio la risa. Me interesan las formas que atacan a nuestra seguridad y dinamitan nuestra comodidad, señalando las mentiras sin pudor. Para ello, creo que es necesario el trabajo del cuerpo y su expresión en movimiento. En el cuerpo está lo poético, porque en el cuerpo reside la imaginación, los sueños, el subconsciente y lo intuitivo. La palabra sin cuerpo está hoy despoetizada por el exceso de razón. Utilizar el cuerpo y la palabra como un único objeto poético que nos obligue a tocar alguna verdad indecible: este sería el horizonte al que aspira La Vértigo Teatro.

Pero también he tenido la suerte de poder acompañar a otras artistas en sus procesos de distintas disciplinas y estilos, aunque no ha sido mi actividad principal. Acompañé a Sara Cano en una asistencia de dramaturgia con su proyecto Mujer de pie, a la compañía de danza SÖA con la dirección de interpretación en su proyecto Fogar, al director Alberto Trijueque como asistente de movimiento… Entrar en procesos ajenos es siempre un regalo, en parte porque me descarga de una lucha con mi propio ego. Así es para mí más sencillo. Aunque en estos casos, al ponerme al servicio de lenguajes que no me son propios, me aproximo de una manera más técnica y no siento, al menos yo lo percibo así, que deje la huella de estilo que me es propia, sin que esto signifique que como artista lo disfrute menos. Me encanta empaparme de los demás, me nutre. Sencillamente lo vivo como dos lugares muy distintos.

 

¿Y cómo ves la escena teatral independiente madrileña?

Sinceramente, la escena teatral independiente es un agujero de precariedad insostenible. Tanto las artistas como las salas estamos ahogadas. No existen apoyos institucionales suficientes y el modelo en sí mismo es insostenible. Ahora bien, también veo, y esto no se refiere a la escena teatral independiente sino a todos los ámbitos artísticos, que lxs artistas hoy tenemos integrados mandatos capitalistas que vivimos como naturales y que nosotras mismas no somos capaces de replantear de manera profunda. Algunos entienden la profesión como esto, como una profesión y entienden la creación como un medio de producción más. Punto. Se liberan de toda responsabilidad cultural, ética, política o espiritual. En el otro lado, estamos los que entendemos que la práctica artística es un medio de resistencia necesario o, como poco, un elemento de valor social que está en peligro y que hay que defender. Estos últimos tendemos a sucumbir bajo la autoexigencia, que no es sino la exigencia del capital, llegando a extremos de autoexplotación que nos dejan extenuados y crispados, si no enfermos. Nos hemos tragado sus medios de validación y, a pesar de no comulgar con ello, hemos aprehendido a perseguir lo artístico a través del concepto de producción y la rentabilidad económica. Vivimos con un miedo atroz a la falta de éxito, al síndrome del impostor, a quedarnos fuera si no lo damos absolutamente todo. Y esto nos empuja, la mayoría de las veces, a trabajar contrarreloj, a forzar los procesos, a adecuarnos al medio y, como consecuencia, a separarnos de nuestra verdad creativa. Últimamente pienso mucho en los Estados Unidos de los años ‘70. Muchísimas artistas, la mayoría, preferían pasar hambre a no ser fieles a su verdad creativa. No tenían tanto miedo a pesar de tener bastante menos. Incluso, en muchos casos, sus vidas estaban en mayor peligro. Ojalá hubiera un estallido en todo esto, porque ahora mismo estamos perdiendo.

 

 

Dentro de ese compromiso que mencionas, ahora llegáis con un nuevo montaje, La imposibilidad, un unipersonal tuyo. ¿De dónde nace esta propuesta?

Esta propuesta nace de la necesidad de recorrer y reconocer la pérdida, los dolores con los que he cargado en los últimos años, y también el amor. Hace no tanto perdí a un gran amigo y su muerte provocó en mí y en nuestro entorno, una especie de punto de inflexión o lugar de no retorno. Tuvimos, por un lado, la primera gran pérdida de la inocencia, porque de alguna manera sentimos que perdimos nuestra infancia. Y, por otro, un gran sentimiento de unión y de reconocimiento. La sorpresa y la congoja ante ese horrible absurdo fue el primer motor del proyecto. Después, ya iniciado el proceso, el dolor de Gaza, insoportable, se impuso también como centro.

 

Veo en el dossier que en el proceso de creación ha participado Alberto Velasco. ¿Cuál ha sido su aportación?

Alberto es un canal. Él me enseñó que trabajar desde el amor es posible. Estamos demasiado acostumbrados a la egolatría, aún bajo la sombra de la idea del genio creador. Se ve en las compañías, en las escuelas… Yo también he estado ahí, y en otros momentos más oscuros y difíciles de mi vida sé que he traspasado límites de los que me arrepiento. Alberto lo tiene claro y sabe transmitirlo y practicarlo. Tiene una capacidad muy poco común para acompañar y ser canal. Sabe escuchar y dejarse atravesar, en un ejercicio de absoluta generosidad hacia sí mismo y hacia el mundo. Y de la misma manera que sabe hacerlo para sus propias creaciones, lo hace cuando te acompaña. Para él es fácil mirar a través de los ojos del otro y percibir sus necesidades. Tiene una enorme voluntad de moverse sólo a través de la verdad. Es un maestro, en el sentido más profundo de la palabra. Él ha sido una linterna en este proceso.

 

También has trabajado con Nataliya Andru, una de las grandes referentes de la Danza Butoh en nuestro país. ¿Cómo ha sido el trabajo con ella y cuál ha sido la intención de introducir el butoh en tu propuesta?

La intención de introducir en butoh en esta propuesta parte de una lógica de relación entre contenido y forma. La imposibilidad utiliza herramientas de ficción, pero esencialmente se acerca más a un acto performativo. Yo quería ir hacia mi sufrimiento para demoler mi nombre, mi identidad, mi imagen. Dinamitar las palabras que me construyen y conforman para poder, desde ahí, convocar el encuentro con lo que nos es común. Por eso decidí acercarme al butoh. Yo no soy butohka, así que decidí llamar a Nataliya para que me guiase. Ella me dio una cita de un maestro de butoh, Tatsumi Hijikata, que resume a la perfección mi intención con el uso de esta disciplina. Parafraseándolo, decía algo así como que el butoh es danzar aquellas partes del cuerpo que aún no nos han sido robadas. A partir de ahí, Nataliya se volcó de manera súper generosa en el proyecto. Viajamos por lugares muy oscuros y con mucho disfrute.Con su guía he sido planta y me he secado en cenizas. Muchos viajes de ensoñación. También una cierta solemnidad silenciosa, no hablada ni pactada pero continuamente presente, por el trabajo con las imágenes del genocidio.

 

Y con todos estos mimbres, ¿cómo es la puesta en escena que habéis elaborado? ¿A través de qué lenguajes te expresas? 

La imposibilidad es una pieza que está hecha con fragmentos. Es un viaje dividido en capítulos y cada capítulo tiene su propio lenguaje que está escogido con mucho cuidado. Utilizo, según lo que propone cada capítulo, herramientas de teatro físico, el monólogo de autoficción, los soportes audiovisuales, el butoh… Un amigo me dijo que parecen los trozos de un mismo espejo que alguien se ha dedicado a volver a pegarlos dentro de su marco, desordenados. Tiene algo de eso, supongo. Me gusta trabajar desde ese caos, porque siento que es fiel a la vida, compleja y caótica. Es difícil sacar un relato único porque busco la polisemia y no el sentido cerrado. Ahora bien, hay dos ejes temáticos que se ponen constantemente en relación y que son, para mí, lo que le da un sentido conjunto a ese espejo roto, por un lado, el misterio de la muerte y del sufrimiento y, por otro, la alienación del individuo en el neoliberalismo. La relación entre ambos, la tensión que generan, son para mí el centro de la propuesta.

 

¿Qué es la identidad y por qué se ha convertido en un ejercicio obligatorio el definirla?

Existe un ensayo gráfico de Liv Strömquist titulado La voz del oráculo que recomiendo encarecidamente porque probablemente ella lo explique mejor de lo que yo lo voy a explicar ahora. Pero esto tiene que ver con lo que el sociólogo Harmut Rosa denomina “individuación”, que es un proceso propio de la modernidad y que se intensifica cada vez más por consecuencia del neoliberalismo. Mientras que en culturas premodernas la identidad era aquello que nos es profundamente común, hoy en día la identidad se entiende como aquello que nos diferencia y nos hace ‘únicos’. Más que nunca buscamos constantemente referentes cuyo objetivo sería, supuestamente, diferenciarnos frente a los demás, entendernos más a nosotros mismos, cuando en realidad lo que provoca es una homogeneización a través del consumo. Que esto se intensifique con el neoliberalismo no es una casualidad.

La cultura neoliberalista alimenta los procesos de individuación y además los acelera, porque favorecen la producción como eje absoluto de la existencia. Parece que lo más importante fuese encontrarnos a nosotros mismos, acercarnos a nuestra verdad interior, aprender a gestionar nuestro tiempo… frases hechas y manidas muy escuchadas. ¿Pero esto qué significa? Siempre estamos deseando renovarnos, reconfigurarnos, buscando la nueva clave que nos haga solucionar nuestra vida de una vez por todas. Ahora se trata de hacer calistenia, mañana será tomar batidos de espinacas, pasado hacer yoga a las siete de la mañana después de un baño de hielo, al otro gestionar la rabia lanzando hachas en una nave industrial… No tiene fin, pero es que, además, genera una sociedad de carácter narcisista y ensimismada.

 

¿Si te pregunto quién es Kai Sánchez te estoy poniendo en un compromiso? ¿Estoy siendo maleducado?

No, en absoluto. Es una pregunta trampa, sin duda, pero me gusta el juego que propone, puesto que Kai Sánchez no es nada, te respondo con las palabras de otro, esta vez de Foucault: “no me preguntes quién soy, y mucho menos me pidas que sea siempre el mismo”. O con las de otra, en este caso las de Sílvia Pérez Cruz en reflexión sobre los nombres: “cada palabra omite la única parte única de aquello que quiere decir”. Podríamos estar así todo el día, dando vueltas en espiral sin llegar nunca a un centro.

Como consecuencia de la necesidad del neoliberalismo de autodefinirnos, tendemos a imaginar las identidades como compartimentos estancos y los relatos sobre la existencia como relatos explicables, lógicos. Pero el cuerpo y el subconsciente nos demuestran que esto no es así. Yo soy efecto y afecto de aquello que me rodea, física y simbólicamente. No existo sin aquello que me pone en relación y la relación pertenece a un flujo inabarcable, indefinible e infinito. Escogemos palabras para ubicarnos, en mi caso podría decir que soy artista, deportista, que soy un hombre trans, que pertenezco a lo que hoy se entiende como ‘joven’ aunque ya un poco tardío… ¿Pero esto qué significa? La relación que establezco yo con cada una de mis prácticas y con los conceptos es particular y extremadamente compleja. Son esas palabras las que trato de dinamitar en La imposibilidad. Una cosa es el estudio sociológico y psicológico que nos permite estructurar el conocimiento del mundo y de nosotros mismos para, como digo, ubicarnos, y otra muy diferente es la realidad de la experiencia, que se escapa por miles de grietas, huecos, espirales, y que carece de certezas y sentido cerrado. La existencia y la identidad son, por su pluralidad de sentido, más poéticas que racionales.

 

En tu obra haces el ejercicio de pedirle a chat GPT que te defina, ¿cuál es la intención?

La intención no estaba clara en un primer momento. La mayoría de las veces, cuando abordo lo creativo, no estoy guiado por más que una intuición o un deseo. Me sorprende y me horroriza cómo a día de hoy se nos exige a los artistas justificar nuestros trabajos, un poco en la misma lógica neoliberal de la que hablamos. El racionalismo occidental ha llegado a tal punto que le pedimos a los locos que nos expliquen y nos justifiquen sus locuras. ¿En base a qué? ¿Con qué legitimidad? Y, en este caso sí, ¿con qué intención? Para mí la intención sistemática de estas prácticas, en las que el artista o la artista es valorada en relación a su capacidad de escritura académica, es principalmente la del control elitista, clasista y capitalista. No existe lugar para la rebeldía si el valor no está en la belleza sublime de nuestros actos sino en su justificación racional y científica. Nadie quema contenedores por tener razón, sino como un ejercicio salvaje de expresión de las necesidades y los deseos. Tampoco nadie ama por una razón: las razones se encuentran después. El proceso creativo es, principalmente, un proceso de transformación, y nadie se transforma tomando decisiones racionales. Simplemente sucede.

 

 

¿Y el resultado es el esperable?, ¿el deseable?

Creo que por esto mismo que he explicado, lo deseable en el arte pocas veces está ligado a lo esperable. El resultado fue un descubrimiento. No puedo decirte que en ese momento escogiese ese material por una buena razón. En el momento probé y el resultado me agitó, me dio la risa y a la vez estaba horrorizado. Ese placer que encuentro en la agitación es lo que me ha venido guiando para tomar decisiones en todo el proceso. Las razones, al menos en mi caso, suelen aparecer más adelante, una vez todo está armado. Ahí empiezo a ver un sentido del todo que puedo explicar de forma más o menos clara, pero antes y durante es un absoluto caos. Si leyeras los primeros textos que escribí para justificar el proyecto, te reirías. Son absolutamente infumables. Y tienen un tono tan academicista, tan teórico, que me repugnan. Es el resultado de forzar la naturaleza de las cosas, el resultado es monstruoso.

 

Supongo que eso es algo que nos pasa a todxs cuando nos revisamos… ¿Cuáles son las mayores contradicciones de existir hoy en este mundo?

Para mí, la principal contradicción tiene que ver con la relación que tenemos con el sufrimiento y con la muerte. Tenemos tanto miedo a morir y a sufrir que buscamos herramientas de todo tipo para evitarlo. En la salud, en el amor, en la familia, en las amistades, en el ocio… Todos nuestros discursos y todas nuestras prácticas están centradas en huir de las posibles consecuencias negativas de nuestros actos y, a la vez, en explotar al máximo nuestro tiempo para que la muerte no nos pille sin haber vivido. Pero de esta manera eliminamos la posibilidad de experimentar la vida como algo fortuito, que es lo que es. A nadie le pasa lo que planea para sí mismo. Cuanto más racionalizamos nuestras emociones y más ordenamos nuestro tiempo, menos capaces somos de sentir y menos tiempo tenemos. Nos volvemos esclavos de nosotros mismos, obsesionados con nuestro propio paso por el mundo. Y de paso también eliminamos la posibilidad de la solidaridad real, porque solidarizarse implica un sacrificio. Estamos llenos de miedo, más que nunca, en la sociedad más segura de la historia de la humanidad.

 

Y en estos tiempos que corren, ¿todxs somos estampas prefrabricadas de nosotrxs mismxs?, ¿no existe la autenticidad?

Creo que la cuestión está precisamente en que la autenticidad no puede ser una estampa. La autenticidad como estampa es una creación del sistema de consumo. Para mí, la autenticidad no existe más que en los procesos de cambio. No debería tener que ver con el ego, con alcanzar un supuesto estadio de reconocimiento de nuestra verdad más profunda, sino más bien con estar inmerso en el movimiento de la vida, con dialogar con uno y con el entorno, con estar atento, con estar afectado. La autenticidad implica, desde mi punto de vista, reconocer cuánto de los demás y de mi entorno habita en mí. No tiene nada que ver con la idea de ‘ser único’. Además, vivimos en un mundo tan repleto de imágenes y referentes que nuestros deseos, todo lo que queremos ser y hacer, están más mediatizados que nunca. Para encontrar la autenticidad deberíamos parar y escuchar, más que decir y hacer.

 

¿Por qué se busca la homogeneización en todos los ámbitos?

No estoy seguro de que la homogeneización sea algo que se busque, más bien al contrario. Buscamos diferenciarnos, constantemente. Lo que sucede es que, paradójicamente, al diferenciarnos obsesivamente acabamos homogeneizándonos. Es la búsqueda de la autenticidad lo que nos homogeiniza, pero nos engaña con la apariencia de estar haciendo algo que nos pertenece solo a nosotros como individuos.

 

¿A qué se debe que estemos viviendo la mayor crisis de salud mental de la modernidad?

Las causas concretas las tendrán que señalar los expertos, pero me da a mí en la nariz, no sé qué, que el sistema de producción y consumo en el que estamos sumidas no ayuda. En este mundo insostenible, hasta el ocio se ha convertido en una obligación. La diversión no es ya el encuentro fortuito con algo inesperado, un dejarse llevar hacia algo loco o estúpido, sino que forma parte de un plan de recuperación para poder regresar al ritmo de producción. Nosotros mismos somos nuestros propios esclavistas. La sensación triste de alienación, de insatisfacción, nos lleva a buscar métodos para ayudarnos. Pero resulta que esos métodos son también productos de consumo, lo cual aumenta nuestra alienación y nuestra tristeza. La tristeza o la ansiedad. No tenemos tiempo de aburrirnos, no tenemos tiempo de soñar, no tenemos tiempo de sorprendernos. No tenemos tiempo para el otro, vivimos completamente aislados y sobresaturados de información, creemos que cambiar el mundo es imposible e invertimos el cien por cien de nuestro tiempo en cambiarnos a nosotros mismos, responsabilizándonos de todo lo que nos pasa. ¿Cómo no vamos a estar todos desquiciados?

 

Y parece que tampoco está de moda hablar del amor. ¿Todo lo que hacemos es hablar de cómo huir del amor?

El amor es un misterio, pero lo hemos racionalizado tanto que las conversaciones sobre el amor ya no tratan del amor, sino de cómo evitar su dolor. Yo me imagino a mi abuela contándole a su amiga lo que mi abuelo le hacía sentir. Pero hoy, con las amigas, no hablamos de cómo nos hace sentir, sino de las estrategias que estamos estableciendo para no perder el control sobre nosotros mismos. Es más, compartir un exceso de sentimiento, confesar que nos subyuga, resulta casi abochornante. Esto viene en parte del feminismo, y menos mal que es así, poder entender que el amor afectivo-sexual no tiene por qué ser el centro de la vida. Pero en vez de ampliar el centro de la vida al amor, así en general, sin necesidad que sea el afectivo-sexual, parece que hemos reducido la capacidad o la voluntad de amar. No queremos perdernos en el amor, sino tener un amor funcional.

 

¿Uno no es libre en el amor?

Habría que plantearse antes que nada qué significa la palabra libertad, que tan denostada está. Desde el punto de vista neoliberal, uno no es libre en el amor porque en el amor inevitablemente hay una pérdida de control y una ruptura del yo narcisista. El amor pone en evidencia que no somos uno. Es un hecho que te transforma y te fuerza a ponerte en relación con el otro, y no entiende de rentabilidad. El amor es comenzar un viaje que no puede saber dónde termina, te pone en interdependencia y en riesgo, te amenaza con la pérdida, te empuja a la renuncia… Si pensamos en la libertad como el derecho natural y profundo de los seres humanos de experimentar la vida, entonces el amor es la máxima expresión de esa libertad.

 

¿Y cómo se sobrevive en estos tiempos de relaciones líquidas?

Buena pregunta. Si encuentras respuesta me avisas (risas). Lo que más me sorprende es la velocidad a la que se están transformando las cosas. Es decir, la idea de las relaciones líquidas existe ya desde hace décadas, pero es cierto que en los últimos años esto se ha intensificado de una manera bastante loca. Tanto, que yo mismo, que estoy en la treintena temprana, noto una diferencia bestial entre lo que significaba el amor o relacionarse en mi adolescencia comparándolo con mi juventud y comparándolo con el ahora. Es tremendo. Esto sumado al retraso de la edad para tener hijos, el acceso a la vivienda… Bueno, sin duda estamos viviendo un cambio de paradigma que a saber a dónde nos lleva.

 

 

 

¿Es posible generar, desde la actividad escénica contemporánea, un acontecimiento tan grande como la alegría?

De nuevo tenemos esta cuestión de las palabras. A mí me gusta mucho leer para crear. Con La imposibilidad empecé leyendo a Camus, y de ahí surgió una definición de la palabra alegría que fue bastante determinante para el desarrollo del proyecto. Entendí la alegría como la excitación placentera del cuerpo frente al reconocimiento de los límites de la existencia. No se parece en nada a la alegría de vivir, plana y sin dobleces, que vemos en los reels de gente atravesando paisajes espectaculares o comiendo en un restaurante chic. La alegría, entendida de esta manera, es un encuentro con el absurdo. Es una consecuencia de la toma de conciencia de la falta de sentido, de su aceptación. Creo que el teatro, como arte dionisiaco, ha buscado esto siempre. La catarsis. No creo sólo que sea posible generarlo, sino que lo considero urgente y necesario.

 

¿Puede un individuo provocar un evento colectivo de aceptación del absurdo deshilachando las costuras de su propia identidad?

Este era uno de los objetivos de la pieza, y por esto digo que esencialmente es una propuesta más performática que teatral, en el sentido tradicional de la palabra. Quería compartir el sentimiento de absurdo que viví con la muerte de mi amigo y, para ello, necesitaba deshacerme. Porque en la pérdida, como en el amor, el individuo se deshace. Luego llegó el 7 de octubre de 2023 y el absurdo se hizo más evidente y más doloroso, a la par que se hacía más evidente la necesidad colectiva de ese deshacernos. Perder el miedo de perdernos a nosotros mismos para encontrarnos con lo común, para poder ver al otro, para reconocerlo, para agarrar la vida que nos pertenece como humanidad, para defenderla.

 

¿Estamos enfermos de previsión, de pánico, de posibilidad?

Estamos enfermos de racionalización, de aceleración, de consumo. No tener tiempo se ha convertido en la versión contemporánea de la esclavitud, que ya no afecta solamente a la fuerza de trabajo sino al cuerpo en su conjunto: a sus deseos, a sus miedos, a su capacidad de reflexión y de sentir.

 

¿Lo único que importa, al fin y al cabo, es la vida y la gente?

Eso quiero creer. Si no ponemos el foco ahí, con todo lo que está ocurriendo, ¿qué mundo nos va a quedar? ¿Es que hay acaso otra opción? Y, como artista, he decidido poner el arte al servicio de la vida y no al revés. Es una decisión muy importante, si acaso la más importante. Creo que tenemos que eliminar la sombra romántica del genio creador, sin renunciar por ello a la grandeza de la creación. Son dos cosas diferentes e independientes. Ya basta de egolatría, y ya basta de violencia injustificada en las compañías, en los teatros y en las escuelas. Es algo demasiado común y no es justificable ni legítimo, por mucho que algunos se empeñen en defenderlo. El sacrificio, si es, debe nacer de uno mismo hacia un objetivo mayor. Ahí está para mí la grandeza. Nunca un sacrificio impuesto, nunca un arrastrar al otro.

 

¿Ya no se puede escribir como Pizarnik?

Creo que es imposible hoy escribir desde el misterio poético como lo hacía Alejandra Pizarnik sin entrar en relación con las estructuras de poder, porque el poder pone toda su fuerza y sus milicias de la palabra en eliminar ese misterio. Trabajar con la palabra desde lo poético es hoy una confrontación. Angélica Liddell es un gran ejemplo de ello. Pocas artistas manejan el misterio poético como ella pero, incluso en su aislamiento, todo su discurso y toda su poética están en relación con el poder. Para dinamitarlo, para excretarlo, para autodespreciarse en renuncia… Lo que sea, pero en relación. Es el fracaso de la palabra occidental después de Auschwitz. Y ahora… Veremos qué ocurre con la palabra después de Gaza. Sin duda no se augura nada bueno.

 

Toda la cartelera de obras de teatro de Madrid aquí

Alberto Velasco, Elena Cuesta, Kai Sánchez, Kat Imbarach, La Horizontal, La Tangente Escénica, La Vértigo Teatro, Laura Hernando, Nataliya Andru, Seli Ka
Comparte este post
SUSCRÍBETE
Política de Protección de Datos / Política de Cookies
Facebook X-twitter Instagram Tiktok
  • Revista Online
  • Cartelera teatro Madrid
  • Centros de formación
  • Premios Godot
  • Revista Online
  • Cartelera teatro Madrid
  • Centros de formación
  • Premios Godot
  • Concursos
  • Sobre nosotros
  • Contacto
  • Concursos
  • Sobre nosotros
  • Contacto
  • Obras más votadas
  • Ranking Mejores Obras
  • búsqueda avanzada de obras
  • Obras más votadas
  • Ranking Mejores Obras
  • búsqueda avanzada de obras

Revista GODOT es una revista independiente especializada en información sobre artes escénicas de Madrid, gratuita y que se distribuye en espacios escénicos, además de otros puntos de interés turístico y de ocio de la capital.

Revista de Artes Escénicas GODOT © 2025
Desarrollado por Precise Future
Gestionar consentimiento
Para ofrecer las mejores experiencias, utilizamos tecnologías como las cookies para almacenar y/o acceder a la información del dispositivo. El consentimiento de estas tecnologías nos permitirá procesar datos como el comportamiento de navegación o las identificaciones únicas en este sitio. No consentir o retirar el consentimiento, puede afectar negativamente a ciertas características y funciones.
Funcional Siempre activo
El almacenamiento o acceso técnico es estrictamente necesario para el propósito legítimo de permitir el uso de un servicio específico explícitamente solicitado por el abonado o usuario, o con el único propósito de llevar a cabo la transmisión de una comunicación a través de una red de comunicaciones electrónicas.
Preferencias
El almacenamiento o acceso técnico es necesario para la finalidad legítima de almacenar preferencias no solicitadas por el abonado o usuario.
Estadísticas
El almacenamiento o acceso técnico que es utilizado exclusivamente con fines estadísticos. El almacenamiento o acceso técnico que se utiliza exclusivamente con fines estadísticos anónimos. Sin un requerimiento, el cumplimiento voluntario por parte de tu proveedor de servicios de Internet, o los registros adicionales de un tercero, la información almacenada o recuperada sólo para este propósito no se puede utilizar para identificarte.
Marketing
El almacenamiento o acceso técnico es necesario para crear perfiles de usuario para enviar publicidad, o para rastrear al usuario en una web o en varias web con fines de marketing similares.
Administrar opciones Gestionar los servicios Gestionar {vendor_count} proveedores Leer más sobre estos propósitos
Ver preferencias
{title} {title} {title}