La frase que titula esta entrevista, y que la creadora y bailarina Manuela Nogales dice al otro lado del teléfono, contiene la potestad de una de las coreógrafas e intérpretes más longevas de nuestro país. Es decir, que habla con mucho conocimiento de causa.
Su compañía, Manuela Nogales Danza, que el año pasado cumplió tres décadas, visita los Teatros del Canal los días 11 y 12 de septiembre con el estreno absoluto de Fractus. Nogales no pisa los escenarios madrileños desde 2011.
Manuela Nogales (Vizcaya, 1962) nació en Bilbao pero se ha desarrollado como profesional de la danza en Sevilla. En la ciudad andaluza montó su compañía, los primeros trabajos, y comenzó a elaborar un discurso que defiende la danza sin historias. Sin historias que contar y sin aderezos que vayan mucho más allá del cuerpo como centro y discurso. “Ahora parece que hay que explicarlo todo, que siempre tiene que haber un porqué. Y para mí la danza es esencialmente perceptiva y sensitiva”, explica a esta revista. “Hay que perderle en miedo a la danza abstracta y ponerla en valor. Hay que volver a la imaginación, a la percepción, no todo debe ser racional. Hay que ser sensipensante”.
Desde el estreno de su primera obra, La voz (1994), el discurso de Nogales ha ido definiendo dos trayectorias de manera simultánea. La suya, por un lado, en la que ese credo que defiende el movimiento, la profundidad y la pausa (“el arte es contrario a la velocidad”, apunta) se ha afianzado como pieza clave, y la trayectoria de la danza contemporánea en Andalucía que la coreógrafa ha ido trazando sin proponérselo, con su propia existencia: cuando llegó a Sevilla había poca creación contemporánea del movimiento y nombres como el suyo la han ido perfilando. “Tengo la sensación de que ahora mucha gente quiere bailar de manera profesional en dos o tres años y no entienden que los cuerpos no están preparados. El rigor artístico, sea como sea tu propuesta, es fundamental y se tendría que respetar más”.

¿Y por qué cree que todavía no se ha superado la célebre frase de “no veo danza contemporánea porque no la entiendo”?
Porque a la danza contemporánea le falta presencia en la sociedad, empezando por las escuelas. Si se estuviera más familiarizado con ella, tal vez habría otras preguntas, pero no ese miedo a no entender. En un encuentro con el público, un señor me hablaba de las sensaciones que había tenido viendo una obra de mi compañía: “me ha gustado por esto, me ha hecho viajar, me ha interesado lo otro…”, y terminó diciendo: “pero no sé si la he entendido”. El señor parecía entusiasmado, pero al mismo tiempo preocupado porque no sabía si lo que sentía era correcto. Entonces le dije, “¿y qué más necesitas?”. Hay que dejarse llevar, percibir. Igual te aburres, igual lo disfrutas, pero no hay que descifrar nada.
Fructus, el estreno absoluto que se verá en los Teatros del Canal los próximos 11 y 12 de septiembre, dará cuenta de esta poética abstracta del movimiento a través de cuatro intérpretes, Fernando Romero, Lucía Vázquez, Alejandra Ruiz de Alda y Julia Domínguez, y música de Steve Reich, Philip Glass y Owen Clayton, supervisada por Fernando Romero, con quien Nogales lleva décadas colaborando, “desde el año 2000, concretamente”, aclara. “De hecho, este proyecto surge de él, lo tenía en un cajón, como suele decirse, y lo recuperamos para presentarlo a las residencias del Centro Coreográfico Canal. Lo aceptaron y aunque en un principio íbamos a trabajar en sus instalaciones, el centro entró en obras y nos ofrecieron espacio en El Escorial. No nos venía del todo bien y la creación la hemos hecho en Sevilla. Así que iremos a Canal para el estreno dentro del ciclo Canal Baila”.
¿Suelen crear al mismo tiempo, Romero y usted?
Trabajamos muy en conjunto. Nos conocemos desde hace tiempo y hay entendimiento. En esta pieza, además de coreografiar y bailar él iba eligiendo las músicas y me las mostraba. Pero en general pensamos mucho en el conjunto, en que todo tenga una coherencia.
Alguna vez ha contado la importancia de escuchar la música desde la creación, en todos los sentidos posibles…
Se trata de la música, de la corporalidad y del espacio, de componer con las dimensiones y volúmenes. Pero me cuesta hablar de manera más concreta sobre cualquier trabajo porque también componemos en abstracto. Como la frase de Isadora, cuando dijo lo de “si pudiera contarlo no lo bailaría”. O la de John Cage cuando le preguntaron por la intención de su obra y contestó que no hacía propósitos, sino música. Hay elementos fundamentales, el ritmo, el tiempo, el sentido del propio cuerpo, de su poder… Pero no hay una historia. La narrativa es otra, porque el cuerpo la tiene. Por eso defiendo siempre la figura del coreógrafo o coreógrafa como su propio dramaturgo. Lo hemos sido siempre. Y a no ser que vayas a montar un Romeo y Julieta, o algo muy concreto, no veo la necesidad en buscarlo fuera. Hay que confiar en la narrativa de la danza contemporánea.
Creo que no viene a bailar a Madrid desde 2011. ¿Será su primera vez en los Teatros del Canal?
Sí. Cuando estuve en 2011 bailé en la Sala Cuarta Pared. Antes, también estuve en el Teatro Pradillo. Después, nada. La verdad es que me da pena. No solo por mi compañía, sino porque refleja el estado de la danza. La danza no ha llegado nunca al punto que debería. Pero es que, además, en los últimos años, las compañías de danza que no entramos en el cajón del mercado, no tenemos mucha visibilidad. Y la de entrar en compartimentos o tendencias no es mi misión como artista, sino hacer una obra, o un producto si se quiere, de acuerdo a mi ética y mi concepto de danza. Bucear en mi propio lenguaje. La danza necesita más espacios, más programación. No hay mercado para todos. Necesita valor, empuje público, intención y presupuesto.
¿Diría que la danza contemporánea no pasa por un buen momento?
Diría que está peor que hace años. Si hacemos una panorámica en cuanto a Madrid y Barcelona, por ejemplo, hubo un tiempo en que la danza contemporánea pudo disfrutar de cierta estabilidad. Había compañías estables, algo que nunca ha sucedido en Andalucía, donde esa estabilidad nunca ha existido. Han desaparecido plataformas como el Festival Mes de Danza de Sevilla por falta de apoyos. El Festival Internacional de Danza Itálica, que en un principio estaba dedicado sobre todo a la creación contemporánea, hoy se ocupa del flamenco casi en un 60%. Realmente, excepto cosas puntuales, la danza contemporánea casi no se programa en Andalucía. Esperamos que el Teatro Central, cuando Manuel Llanes deje la dirección, siga apostando por ella. No puede ser que toda la danza sean dúos y solos porque no hay dinero para más. La danza necesita libertad de creación y cuerpos. ¿Cómo voy a irme de gira con la Red de Teatros Alternativos con un caché de solo 2000 euros para cinco bailarines? No puedo aceptarlo. Penosamente, los datos están ahí, no se trata de una opinión. Se hacen informes, observatorios y se mandan a las administraciones, pero nadie hace nada.
¿Y diría que dentro del sector de la danza hay una lucha conjunta, hay comunidad?
Pertenezco a la PAD (Asociación Andaluza de Profesionales de la Danza) y desde ahí se intenta. Pero, en general, veo a la gente poco activa. Sé de personas que llevan trabajando por nuestros derechos como trabajadores desde hace mucho tiempo, pero en momentos concretos deberíamos haber sido más solidarios. A veces pienso en que deberíamos parar toda la profesión. Sentarnos a las puertas de los teatros y contar que no podemos seguir bailando. Pero el sector no termina de unirse, hay mucha precariedad, agotamiento y cansancio. Somos creadores y se nos exige que seamos emprendedores, cuando en realidad se trata de una autoexplotación. Me parece injusto cuando te obligan a serlo. Bailar y coreografiar es dificilísimo, si además tengo que llevar una empresa, de dónde saco las horas y la energía. Quiero tener a mi lado a una persona que entienda de eso y poder pagarle a esa persona para que haga su trabajo.
¿Cuándo se va a entender que la creación es una profesión, que ser coreógrafa y bailarina es una profesión? Creo que es un engaño de los Estados para evitar su responsabilidad. Para mí la creación es concentración absoluta y requiere de tiempo y elaboración. Si fallo, fallo, me hago responsable, pero no me preocupa porque se hace desde un lugar honesto y profundo. Me preocupa estar viviendo con 480 euros con la ayuda para mayores de 52 años.