Fotos: Carlos Furman
Agosto de 2012. En un estacionamiento de Leicester, debajo de un sector con una R marcada en el asfalto, son hallados los restos de Ricardo III. No es un lugar habitual para el enterramiento de un rey. Así empieza nuestra historia: una disección, no solo del turbulento pero breve reinado de Ricardo, sino también de la maldad humana que, consciente o inconscientemente, forma parte de nuestra naturaleza biológica y psicológica. Ricardo, deforme y maquiavélico, tirano y sanguinario, nos recuerda que el mal forma parte de nuestra vida diaria. Que el mal es inherente al ADN humano, que la maldad y la bondad anidan en el corazón del hombre. El infierno está vacío. Todos nuestros demonios están aquí.
William Shakespeare escribió Ricardo III entre 1591 y 1592, cuando el dramaturgo tenía 28 años. Su personaje, un tirano ávido de poder, está tomado del rey que gobernó el país durante menos de un bienio y murió en combate en 1485 a los 32 años, después de haber usurpado el trono de Inglaterra tras una lista interminable de intrigas y crímenes.
Ricardo III es uno de los grandes villanos creados por Shakespeare, un ser de magnetismo diabólico convertido en mito teatral. Su deformidad física no es obstáculo para su ambición de lograr el reinado, en un recorrido plagado de traiciones y asesinatos. En la obra, estructurada a partir del monarca, centro vital y activo del que dependerá toda la acción, Shakespeare advierte acerca de los peligros de la ambición y el poder, pone en evidencia los alcances del arte de la manipulación y reflexiona acerca de la oposición entre destino y libre albedrío.
El montaje estrenado en Argentina ha supuesto el reencuentro entre Calixto Bieito y Joaquín Furriel, que ya habían trabajado juntos en una versión de La vida es sueño de Calderón de la Barca de 2010.


