El último fenómeno viral en redes se conoce como ‘brainrot’, o ‘pudrición de cerebros. Son vídeos de contenido visualmente muy impactante, por grotesco o inesperado, generados en su gran mayoría por IA, y que se ha convertido en un pingüe negocio para sus creadores. Desde un tiburón en zapatillas hasta un chorreón de sirope convertido en una bailarina de ‘pole dance’, los vídeos ‘brainrot’ son muy cortos y se consumen en bucle, muchas veces solo para comprender qué **** acabas de ver.
Este fenómeno es la última manifestación de una de las tendencias visuales que predominan en la actualidad: las imágenes fantásticas o imposibles. El ser humano lleva siglos pensando en cómo podría ser el mundo de otra manera, mezclando creativamente referentes dispares solo para observar cuán impactante es el resultado. Podríamos encuadrar dentro de esta tendencia desde Giuseppe Arcimboldo y sus caras compuestas con frutas y verduras, o al Bosco y su Jardín de las delicias, hasta Dalí y sus relojes derretidos… En este sentido, solo cambian las herramientas para la construcción de imágenes y los referentes de los que se disponen para generar dichas imágenes. En el caso de la IA, es literalmente la totalidad de la historia del arte.
Como artista de teatro, lo que me preocupa es, en este contexto de consumo, dónde queda la construcción de imágenes dentro del escenario. En teatro, circo y danza desde siempre se han construido imágenes fantásticas o casi imposibles: zoomorfismos, acrobacias, títeres… Pero no es lo mismo, porque se encuentran con la crueldad de lo material.
Construir una imagen fantástica partiendo de la realidad tangible es un desafío, porque hay que eliminar la costura que une lo físico a la fantasía para que sea creíble: en el arte de invisibilizar dicha costura reside, por ejemplo, la fascinación por la magia. Lo virtual juega con una enorme ventaja en este terreno: no necesita respetar las leyes de la física newtoniana, ni las de la biología, ni las de la química… La costura entre lo material y lo imaginado no necesita ser ocultada, porque sencillamente no existe.
¿Dónde queda la construcción de imágenes fantásticas materiales en un mundo donde la fantasía virtual es mucho más precisa, más creíble, más eficaz? ¿Tiene sentido a día de hoy la iconoclastia escénica? ¿Cómo nos ubicamos estéticamente en un mundo donde cualquier imagen es posible? Son preguntas generales, para las que tengo mis propias respuestas, pero que me parecen pertinentes como detonante de una reflexión más amplia: la de la relación de lo escénico con el paradigma comunicativo dominante, que es el audiovisual, que satisface muchas de las necesidades humanas que antes podía colmar la experiencia comunitaria de asistir a una representación.
Por cierto, el vídeo de Bergoglio volando con Jesucristo ¡no se lo pierdan!