Carmen Werner lleva toda su vida entregada a la danza. ‘Entregada’ de verdad, no hay en esta expresión licencia estilística ni connotaciones metafóricas. Es decir, entregada en el acto más cercano a la definición que una encuentra en el diccionario: “dar algo a alguien, o hacer que pase a tenerlo”. Ese ‘alguien’ bien podría ser la danza, tan importante en su vida que, como en una fábula, alcanza la categoría de persona: una señora, por ejemplo, con la que camina de principio a fin. Es por eso que esta revista en la que escribo ha decidido otorgarle el Premio Godot de Honor 2025.

Hablar de toda una vida refiriéndonos a Carmen Werner no es cualquier cosa. Tiene 72 años y sigue bailando, estando, y por supuesto, creando. Al ritmo de dos producciones al año desde que arrancó su compañía Provisional Danza en 1987. La multiplicación resulta abrumadora, aunque cuando se le pregunta ella contesta que no sabe cuántas producciones ha estrenado. “No me acuerdo”, suele decir, y sonríe, “sobre las setenta”. Y no es falsa modestia o un impulso por hacerse la interesante. Ni lo uno ni lo otro va con ‘la Werner’, como se la conoce. Es, simplemente, una pequeña muestra de quien realmente es en su relación con la danza: una persona que no conoce de pretensiones ni necesita un personaje que hable por ella. Carmen Werner es autenticidad y cercanía.

También es generosidad. Y además de haber construido una carrera artística, con la que se puede leer buena parte de la historia de la danza contemporánea en nuestro país, ya que fue de las pioneras en ejercitarla y difundirla, también ha ayudado a iniciar la trayectoria de muchas personalidades que hoy destacan por sus propios discursos. Provisional Danza ha sido cantera de grandes y por la agrupación han pasado nombres, en los inicios de sus carreras, como Daniel Abreu, Janet Novás, Manuel Rodríguez, Victoria P. Miranda, y un larguísimo etcétera. Con algunos sigue colaborando y cuenta con ellos como una mirada externa para sus obras. Una vez, en una de las muchas entrevistas que he podido realizarle, le pregunté por este asunto. “Me gusta ayudar”, dijo. Sencillo y directo, así de fácil. También me explicó en otra ocasión que para ella lo más importante de la danza es que transmita, “como en cualquier arte”. Y transmisión es lo que viene haciendo con esa mano que lanza cuando ve las posibilidades y talento de quienes la rodean y la solicitan.

Entrevistar a Carmen Werner es toparte con la franqueza sin celofán. Es un rato agradable y cercano de frases cortas y cigarrillos. Sus respuestas son directas, espontáneas y suelen resumirse en párrafos breves. Como los de alguien que planea sin miedo por lo que hay en su interior sin que lo que la rodea interfiera en ello en ninguno de los sentidos.

Carmen Werner vive en la danza desde hace más de cincuenta años en todos los sentidos imaginables, y con este reconocimiento (los tiene todos, por cierto), con este Premio Godot de Honor 2025, la danza le devuelve el abrazo. En esta profesión tan dura y muchas veces ingrata, no siempre es fácil que se haga.

 

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