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Vanessa Espín y los secretos de la almohada

«La violencia machista es otro tipo de terrorismo»

 

Vanessa Espín aterriza en el Teatro del Barrio con su tragedia Un animal en mi almohada. La autora y su compañía La Promesa nos introducen en la intimidad de Eva, una mujer maltratada que se ve obligada a huir con sus hijos. La Promesa se compromete a lanzar esta problemática política y social como reflexión. Un asunto urgente que tiene que erradicarse. ¿Cómo podemos atender un problema que muchas veces queda oculto bajo la almohada?

 

 

Un animal en mi almohada

 

 

Por Nieves Cisneros / @copittto

 

Entrevista publicada en el marco de colaboración con la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid (RESAD) para la realización de prácticas de los alumnos de último curso de la especialidad de Dramaturgia

 

 

Me gustaría empezar con una de las preguntas que lanzas en la obra: “¿Por qué terminan así muchas de las promesas de amor, matando al ser amado?”

Hay un problema con una masculinidad mal entendida, con los privilegios que tienen los hombres con respecto a las mujeres, con no entender las relaciones a través de la igualdad. Ese problema se llama patriarcado. Nos afecta a todos y a todas. Nosotras también somos sus transmisoras. El amor romántico nos ha hecho mucho daño, tanto a hombres como a mujeres. La forma de relacionarnos nos ha perjudicado. Las mujeres tenemos muy profundizadas las ideas de ese amor tóxico. Creo que hay muchos asuntos que atraviesan la violencia machista, no solamente hay uno.

 

¿De dónde surge la compañía? ¿Por qué os llamáis La Promesa?

Hemos tenido muchos debates. Bueno, para empezar no somos exactamente compañía por lo que cuesta tenerla en nuestro país. Todo el trabajo de esta obra nace del interés que tenemos en hablar sobre esto. Convoqué a las actrices para un examen de la primera versión que presenté en la RESAD. Ahí empezó un viaje muy bonito. Fue muy gustoso el proceso. Hubo gente a la que gustó mucho, otra se enfadó. En cierta medida, me gusta que haya gente que se enfade, eso significa que hay algo que les remueve. La compañía nace de una promesa de amor. ¿Dónde se queda esa promesa?

 

Un animal en mi almohada refleja la historia de una mujer que sufre maltrato y se ve obligada a huir con sus hijos. ¿Está inspirada en el caso de Juana Rivas?

Cuando leí la noticia de Juana Rivas fue como una especie de alarma. Sentí la necesidad de hablar sobre ello. Pero la obra no está basada en su caso. Ella estuvo presente desde el primer minuto. Empecé a conocer otros casos, desgraciadamente hay muchos. También hay mucho de Ana Orantes, hay mucho de todas. Desde que estoy con este proyecto han asesinado a muchas mujeres y a muchos niños.

 

 

El eje del conflicto lo sitúas en el personaje de Amalia, la jueza. Ésta se ve encerrada en una encrucijada a la hora de dictar sentencia. ¿Cómo se traslada esta situación a nuestra sociedad?

Las juezas con las que he hablado, en la mayoría de los casos se ven sin herramientas para ejercer la ley. Las declaraciones a veces no son claras porque la mujer en estado de shock no denuncia todo lo que hay. Entonces, las juezas, al no tener toda la información, andan sobre terreno movedizo. Hubo un caso que me chocó muchísimo. Una mujer que prestó declaración, apenas podía hablar. Le preguntaban en el juicio y sólo podía decir “me insultaba”. La fiscal dijo que no había caso, sin embargo, la jueza insistió, ya que intuía que había algo más. Consiguió una orden de alejamiento de seis meses. El marido se saltó esta orden y la apuñaló… Hay que valorar que una mujer que es víctima de violencia de género tiene un trauma. La problemática es compleja. No sólo es blanco o negro. Para las juezas es muy difícil llegar al fondo de estos casos.

 

Esta falta de herramientas, ¿dirías que se trata de un desequilibrio de base en el poder legislativo y judicial?

Yo me pregunto si los asesinados fueran otros como, por ejemplo, políticos o futbolistas, ¿no habría ya un Estado de alarma? Si no me equivoco ya van diez mujeres asesinadas en lo que llevamos de año. Comparo mucho este tema con las víctimas del terrorismo de ETA. Se han adoptado medidas urgentes, se han dado ayudas, se ha puesto protección. El Estado ha invertido mucho en ellas, cosa que me parece bien. No lo critico. Sin embargo, hay muchas más víctimas de violencia machista y no se adoptan estas medidas. Esta violencia es otro tipo de terrorismo.

 

Todos los personajes de Un animal en mi almohada son mujeres. Has decidido darle voz al personaje de la madre del hombre maltratador. ¿Qué te ha motivado?

Me parecía más interesante el personaje de la madre de él. No niego que sea interesante conocer la agonía del maltratador. Su madre me parecía interesante por la transmisión del patriarcado.

 

Cuando una mujer sufre maltrato, es inevitable que esto repercuta en el entorno familiar. A veces, este entorno no es consciente o, si lo es, no sabe cómo gestionar la situación. Entonces, aparece la violencia del silencio, bajo mi punto de vista, una de las más peligrosas. ¿Cómo se manifiesta en el personaje de la madre?

La madre no sabe cómo afrontarlo, cómo nombrarlo, no sabe cómo ayudar. Tiene la controversia de posicionarse en contra de su propio hijo. En cierta medida, hay algo de incredulidad, de no querer creer lo que está sucediendo.

 

Otra de las polémicas presentes radica en la figura del padre. Hay quienes defienden que a pesar de que un hombre maltrata a su mujer, no tiene porqué ser un mal progenitor. Desde la óptica social, ¿dónde se sitúa este concepto de ‘bondad’? ¿Dónde está la línea que determina su peligrosidad?

A los datos me remito. No es una cuestión de ideología, no es algo que yo piense. Ojalá ningún padre quisiera matar a sus hijos. Matar a alguien es una decisión. ¿Por qué sucede esto? No lo sé, pero tiene que ver con una violencia muy concreta que es la patriarcal. Creo que una persona que ejerce maltrato a su pareja, no será un buen progenitor porque esa violencia es trasladable al hijo. La última niña asesinada fue en Reyes. El padre la mató a ella y a su madre.

 

Vanessa Espín y los secretos de la almohada en Madrid

 

La violencia machista afecta de forma brutal en todas las direcciones. Los niños también son los primeros en sufrir sus consecuencias y muchas veces su situación queda silenciada, tal vez porque aún no son considerados personas completas. ¿Cómo crees que se puede reivindicar su exposición?

Hay que proteger a los hijos. Los niños no pertenecen a los padres. Ahora está todo este debate del pin parental. Los niños son personas que tienen una identidad. Hay padres que no pueden cuidar de sus hijos. Sobre todo, cuando existe una amenaza tan clara como el querer matarlos.  Dentro de la violencia machista hay otras violencias que se ejercen hacia los hijos, como son los abusos. Las juezas con las que he hablado, afirman que estas violencias suelen coincidir. La violencia se ejerce con la madre y con los hijos.

 

Antes has mencionado que el amor romántico es uno de los grandes males a la hora de entender las relaciones. Sus valores también se integran en cualquier tipo de relación afectiva. ¿Dónde subyace este problema?

En una relación donde hay una jerarquía se produce un abuso de poder, de dominación del cuerpo de la otra persona. De esa desigualdad surge esta violencia. En esa relación se crea un círculo vicioso en el cual la mujer se ve atrapada y no sabe cuándo podrá salir. Se queda acorralada en algo en lo que ha ido cediendo. El concepto de sumisión es un problema. Hoy es golpeada para ser salvada, mañana se la pide perdón y al día siguiente se la vuelve a pegar por otro motivo… Al escribir esta obra lanzo muchas cuestiones para el público y para mí misma. Yo no tengo las respuestas, no entiendo por qué ocurre esto. Como mujer he sufrido violencia. Mi bisabuela la sufrió hasta morir. Creo que en todas las familias prevalece esta violencia. Da mucho miedo hablar sobre este tema.

 

La economía determina nuestra forma de relacionarnos: la competitividad, la propiedad, el consumo de cuerpos, etc. Es complicado romper con esta estructura…

La forma de consumir en la que nos atrapa el sistema, la inmediatez, la vida rápida, la concepción de la violencia en torno a unas cifras y no a unas caras, cuerpos o vidas, forman parte de la despersonalización del capitalismo. Hay unas posiciones muy marcadas entre los roles masculino y femenino, entre los derechos y deberes de los hombres y las mujeres, de lo que tenemos que ser y hacer y dónde nos tenemos que colocar. Este problema tiene que ver con qué se cree cada género que es.  Creo que nos han metido en dos jaulas, donde cada género tiene unos adjetivos. Por ejemplo, las mujeres somos frágiles y guapas; mientras que los hombres son valientes, orgullosos con la incapacidad de expresar sus emociones más sensibles, como el llanto. Estos adjetivos sólo causan frustración y sufrimiento. Parece muy antiguo. Hasta que no se abran estas jaulas y se mezclen, vamos a seguir teniendo un grave problema.

 

La educación es otra de las patas que sostiene este sistema. ¿Necesitamos introducir la educación emocional y afectiva como materia innegociable?

La educación es una pieza clave. El ser humano lleva la violencia dentro y tiene que aprender a gestionarla. Ya desde los videojuegos o las películas estamos legitimando la violencia a los críos frente a otros valores. ¿Por qué no enseñamos a los hijos a cuidar? ¿Por qué no ponemos los cuidados en el centro? Quizás deberíamos cambiar el lenguaje. Lo que está claro es que es una lucha de todas y todos.  En materia de educación todavía queda mucho por hacer, no se han adoptado medidas ni se ha invertido lo suficiente, por no decir nada. Hay que pararse a reflexionar sobre cómo educamos y construimos nuestras relaciones… Todavía me pregunto cómo alguien a quien quieres se convierte de repente en un enemigo. ¿Cuándo se pasa de una relación de amor a esto? ¿Cómo no te das cuenta de que ha sucedido? ¿Dónde está esa red que atrapa?

 

¿Qué responsabilidad tenemos los artistas a la hora de crear una obra? ¿Cómo nuestras obras pueden repercutir a nivel social? El ejemplo más claro es Disney. La gente dice un cuento es un cuento, una película es una película y, por tanto, es ficción. ¿Hasta qué punto podemos justificarnos en la ficción? ¿Qué ideas tóxicas podemos estar retroalimentando?

Nosotros no tenemos por qué cargarnos con esa responsabilidad.  Nosotros vemos lo que está pasando en la sociedad, nos duele y lo queremos contar. Nuestra obligación es contarlo de manera que resuene, que sirva para hacerse preguntas, no creo que podamos dar respuestas.

 

A la hora de crear, cuando escribes o cuando diriges, ¿encuentras dificultad en no caer en ciertos roles o estereotipos?

Seguro que caigo en un montón de estereotipos. A la hora de escribir aprendo. En esta obra puede que haya caído en alguno. Es una manera de seguir aprendiendo, ¿no? Como artista tengo la obligación de contar lo que ocurre para seguir haciendo memoria.

 

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